Francisco y su revolución vaticana
Por Raúl Peimbert
HOUSTON, Texas- Desde que asumió el pontificado el 13 de Marzo de este año, el Papa Francisco ha sorprendido al mundo, católico y no católico, con una serie de medidas que rompen por completo con el tradicional y centenario protocolo vaticano.
Y no es solamente el tratar de alejarse de la vida de lujos y tentaciones superfluas a las que generalmente se apegan los altos jerarcas de la iglesia, sino a proponer cambios en una estructura monolítica que se encuentra aún muy lejos de las verdaderas demandas de sus fieles.
En pocas palabras, el Papa Francisco ha logrado en 100 días lo que ninguno de sus antecesores en décadas recientes.
La historia no es nueva. Hay quienes afirman que ya siendo Arzobispo de Buenos Aires, cargo que ocupó en 1998, y luego como Cardenal en el 2001, Jorge Mario Bergoglio ya se había ganado la animadversión de la curia romana por el tipo de decisiones “revolucionarias” que tomaba, entre ellas, la de enviar a los sacerdotes más preparados a las parroquias pobres y no a las más ricas de la República Argentina.
Se dice que ningún otro Cardenal fue tan maltratado como él en esa época y muchos de los que lo hicieron ya sufren en carne propia las consecuencias de sus actos.
Las primeras señales de este nuevo liderazgo quedaron de manifiesto desde el día de su elección como Papa al asomar por primera vez al balcón de la Plaza de San Pedro con el ropaje blanco y con una sotana simple casi sin accesorios como muestra de su austeridad y humildad.
El nuevo Papa Francisco decidió en ese momento renunciar a la capa o muceta roja solamente reservada para los Pontífices y se ha llegado a decir que cuando intentaron ponérsela él solo respondió: “Los tiempos del carnaval ya han terminado”.
Después vendría su orden de jubilar al mundialmente conocido “Papamóvil” provisto de un complejo blindaje para cambiarlo por un “Jeep” sin cristales anti balas, que es ahora su vehículo oficial en apariciones públicas.
Pero tal vez el cambio más importante, aunque hay mucho por ver y hacer, es el de dar los primeros pasos para llamar a las cosas por su nombre, es decir, catalogar como delitos a la pederastia y al presunto movimiento ilegal de capitales en el Banco Vaticano por 23 millones de euros que incluyen el lavado de dinero.
Recientemente Héctor Schamis de la Universidad Georgetown afirmó que finalmente el Vaticano ya no habla de “escándalos” sino de delitos. Escándalos, dijo, son los divorcios en Hollywood, estos son delitos, reiteró.
Y aunque para muchos analistas no quedaba otro camino, fué precisamente el Papa Francisco quien emitió un decreto, reformando esencialmente el código penal del Vaticano para alinearlo con las leyes internacionales en un intento real de romper con la secrecía y el ocultamiento tradicional de la iglesia.
Ahora está por verse si con este tipo de decisiones el Sumo Pontífice logra revertir el desencanto de una feligresía que busca, en muchos casos, alternativas que llenen sus expectativas espirituales. Yo espero que lo logre porque creo en su nueva visión y liderazgo.
Mientras eso sucede, el Papa se prepara para su primer viaje apostólico a Brasil. Una prueba importante en donde más de un millón de jóvenes le espera con enormes expectativas.