Todos tenemos hábitos que, sin darnos cuenta, nos perjudican porque nos hacen perder el tiempo y nos impiden crecer. Los buenos hábitos representan la base de la virtud y los malos, la del vicio, según expuso Aristóteles en el libro que le dedicó a su hijo, Ética a Nicómaco. En última instancia, la persona termina siendo sus hábitos.

Para ser más feliz no hace falta ganar millones —como la ciencia confirma una y otra vez—. El secreto yace en realizar pequeños cambios en nuestras actividades diarias que te conecten contigo y te permitan apreciar la vida en todo su esplendor:

¿Qué es la felicidad? Una pregunta tan amplia y abierta a los debates filosóficos más interesantes. Según explica Aristóteles en una de sus obras más célebres, Ética Nicomaquea, la felicidad se obtiene a través de un constante y arduo proceso de aprendizaje y añade que por supuesto «es accesible a todos porque no hay hombre a quien no sea posible alcanzarla mediante cierto estudio y debidos cuidados».

Ella es feliz, él es feliz, ¿yo soy feliz?. Pregunta compleja si las hay. Analizar la felicidad como concepto es un interesante trabajo filosófico.

«Disfruta de las pequeñas cosas de la vida, un día te darás cuenta de que eran las más grandes», dijo Robert Breault. En el siglo pasado, el escritor Frank Clark expresó algo similar: «Todo el mundo trata de realizar algo grande, sin darse cuenta de que la vida se compone de cosas pequeñas». Es que los pequeños momentos de nuestra vida nos construyen como seres humanos y, al final del camino, son las que nos alegrarán y nos llenarán de orgullo.

¿Eres feliz? Muchos creen que la verdadera felicidad no existe, pero según un neurocientífico norteamericano, sí es posible alcanzarla. Y para ello no se requiere magia ni modificar tu vida por completo, solo adoptar pequeños cambios que hacen la diferencia.