“El principito” es un clásico que nunca pasará de moda. Cada palabra nos llena de inspiración y nos hace creer en que un mundo mejor sí es posible.

A medida que vamos creciendo delineamos la manera de ser que nos caracteriza. Empezamos a darnos cuenta de las personas que queremos tener cerca y de cómo queremos vivir nuestra vida. Lo cierto es que el modo en que nos afecta nuestro entorno depende en general de la manera en que nos sentimos con nosotros mismos.

El amor es tan poderoso que trae paz y alegría a nuestras vidas. Pero cuando hablamos de amor, siempre lo atribuimos a otra persona. Hablamos sobre amar y recibir amor de alguien. Nunca hablamos de amarnos a nosotros mismos. El amor propio también es importante, ya que nos ayuda a tener confianza y mejorar nuestra personalidad.

Después de varios años de luchar con lo que soy para conseguir un cuerpo perfecto entendí que la belleza no puede encasillarse. Me di cuenta de que la belleza es interior y (por más que suene a cliché) que los estereotipos no significan nada, en la medida en que nosotras no les demos importancia. Cada cuerpo es perfecto en su justa medida y como decía mi abuela: “siempre hay un roto para un descosido”.

La mayoría de nosotros sueña con envejecer al lado de la persona que ama. Esperamos compromiso, lealtad y confianza, y una sensación de seguridad en esa persona. Sin embargo, nada de esto es posible a menos que te ames a ti mismo.

Muchas mujeres pasan la mayor parte de su vida tratando de conocerse, determinar quiénes son y qué quieren ser. Es importante comprender que la felicidad no se puede buscar en el exterior. La falta de conocimiento propio puede generar depresión y actitudes erráticas.