Lilian Pérez

Después del sismo de 7.1 grados que atacó a la Ciudad de México, no es extraño que los empleados y trabajadores en general teman regresar a su espacio laboral. Ya sea por miedo a que las instalaciones hayan sufrido algún percance significativo o porque su integridad física corra peligro en el trayecto a su trabajo: ambas posturas son válidas.

Cuando un edificio colapsa, en cuestión de segundos todos los recuerdos de una vida quedan atrapados debajo de kilos de concreto. Aunque es una visión trágica que nadie merece presenciar, a veces las tragedias suceden y no queda más remedio que sacudirnos y seguir adelante.

Después del sismo de 7.1 grados que atacó a los estados de Morelos, Puebla y a la Ciudad de México, la comunidad internacional no dudó ni por un instante en ayudar a sus vecinos. Incluso aunque seamos vecinos muy lejanos, como sucede con Japón, un país que a pesar de estar en otro continente y cruzando el océano, decidió mandar un equipo de rescate a México.

Después del sismo de 7.1 de este 19 de septiembre en la Ciudad de México, las muestras de solidaridad no han dejado de hacerse notar entre los ciudadanos. Entre donaciones de víveres, herramientas y voluntarios, otros tipos de ayuda también surgen para tratar de recuperar la normalidad en la vida de los afectados.

Septiembre ha sido un mes devastador en la historia de México. No sólo el 19 de septiembre recordamos a las víctimas de un sismo que sacudió al país en 1985. Ahora, en la misma fecha, pero de 2017, otro terremoto se presentó en territorio mexicano.

Un sismo tan devastador como el ocurrido este 19 de septiembre de 2017 no sólo deja tras de sí grietas y derrumbes en las construcciones y edificios, también deja secuelas en la mente de las personas. Es común que después de vivir una experiencia como ésta, sobre todo si te encontrabas cerca de una zona de riesgo, se presente una crisis nerviosa.