Todo drama debe tener una tragedia central que sirva de motor argumental para las acciones de los personajes y los entresijos de la trama; un infortunio principal que se ve acentuado con el paso de los capítulos, influyendo en la caracterización del personaje y marcando su desdichado devenir.

Durante los últimos años, la ausencia de censura parece más apreciable en la televisión que en el cine, obsequiándonos cono escenas de sexo y violencia que, años atrás, no veíamos de forma tan continua en la pequeña pantalla.

El auge de los antihéroes en la última década televisiva nos ha dado algunos de los mejores personajes ficticios: complejos, contradictorios y repletos de aristas.

Gracias a la adicción en la audiencia generada por series como Breaking Bad, en el idioma inglés se acuñó el término “binge-watching”, que traducido literalmente significa algo así como “atracarse” mirando series, o que en una traducción más precisa, es lo que denominamos “hacer una maratón”.

La temporada de 24: Live another Day llegó a su final a a mediados de 2014, rodeada de grandes críticas y con una sensación general de que la serie volvió (y se fue) con energía y frescura. Pese a tratarse de su novena temporada, la serie ha lucido sus grandes virtudes y ha conseguido enterrar todos los aspectos por los que fueron criticados en temporadas previas.

La dinámica de dos compañeros de tropelías con tensiones ocultas y secretos en el aire se ve manifiesta en muchas series, en las que la dicotómica relación de su dúo de personajes principales establece el motor principal del relato.