Si pensaban que los políticos y los presidentes más conocidos del mundo no tenían nada en común con ustedes, permítanme decirles que se equivocaron. Barack Obama, por ejemplo, tiene un gran conocimiento de las series televisivas e incluso tiene unas cuantas que son sus favoritas.

El auge de los antihéroes en la última década televisiva nos ha dado algunos de los mejores personajes ficticios: complejos, contradictorios y repletos de aristas.

Gracias a la adicción en la audiencia generada por series como Breaking Bad, en el idioma inglés se acuñó el término “binge-watching”, que traducido literalmente significa algo así como “atracarse” mirando series, o que en una traducción más precisa, es lo que denominamos “hacer una maratón”.

La dinámica de dos compañeros de tropelías con tensiones ocultas y secretos en el aire se ve manifiesta en muchas series, en las que la dicotómica relación de su dúo de personajes principales establece el motor principal del relato.

Tener un reparto coral y rico en matices permite a los guionistas elaborar tramas de mayor complejidad, pues les da la posibilidad de converger los conflictos entre varios personajes y tener diversas líneas argumentales por explotar.

Son series de TV que se salen de lo habitual, y a los que el público mayoritario se resiste, como si prefiriera la costumbre de lo conocido a indagar en emociones diferentes. Sin embargo, no todo es decisión de los espectadores, pues hay mucho dinero en promoción de series y muchas de las que no tienen la popularidad y el reconocimiento que merecen, pertenecen a cadenas independientes con menos incidencia en el mercado.