Sus películas de gran inventiva visual, complejidad narrativa y de temáticas casi siempre serias y pretendidamente profundas, y su versión de Batman en la exitosa trilogía The Dark Knight, convirtieron a Christopher Nolan en uno de los pocos directores hollywoodenses que tiene el privilegio de combinar el prestigio artístico con una enorme popularidad.

Después de haber creado ese éxito imparable que fue Saw, y de haber probado otros caminos con un par de títulos algo fallidos (Dead Silence y Death Sentence), James Wan volvió a emerger como uno de los nombres más importantes del cine de horror en esta década dirigiendo la dupla Insidious y The Conjuring, cuyo éxito fue visto inevitablemente como la oportunidad del nacimiento de nuevas franquicias, potenciales sagas que, de ser posible, siguieran el camino de Saw.

El encomiable subgénero que podríamos llamar «películas de ataques de tiburones», originado en el clásico e influyente blockbuster de Steven Spielberg, ha experimentado toda clase de variaciones, algunas más serias y algunas más ridículas, pero, sobre todo, ha probado ser un terreno ideal para dar rienda suelta a las premisas más insólitas y exageradas que el cine clase B y de bajo presupuesto se ha permitido imaginar.

Su estilo de comedia física y desmesurada no es tal vez para todo el mundo, pero Will Ferrell se ha convertido en uno de los actores/ comediantes más destacados y notorios de Hollywood, con una carrera cinematográfica (post SNL) que en el lapso de una década estuvo plagada de grandes éxitos y papeles memorables.

Robert Downey Jr. tuvo que reconstruir su carrera a comienzos de los 2000, después de un período marcado por sus problemas con las drogas, arrestos, polémicas, rehabilitación y recaída.

Baby Driver llega como un soplo de aire fresco a la cartelera del verano estadounidense; una película que no es una secuela de una saga ya agotada ni incluye superhéroes, no es animada ni parte de ningún universo cinematográfico.