Todos tenemos un conocido que se fue a estudiar a España (por ejemplo) y regresó de Barcelona o Madrid con un acento muy diferente. Bueno, la ciencia dice que él o ella están fingiendo.

Tomar la decisión de aprender un idioma nuevo no es poca cosa, e implica un gran esfuerzo. Ahora bien, el siguiente paso es elegir ¿qué idioma aprender? Tal vez esa elección no sea tan difícil para algunos ya que es la pasión por determinada cultura lo que los lleva a aprender tal idioma. De todos modos, otros simplemente quieren tener más herramientas para poder defenderse mejor en el mundo y beneficiarse de todos los aspectos positivos que tiene esta actividad.

Los flujos migratorios o los cambios económicos determinan la expansión de un idioma como rasgo más característico de una cultura, de su tradición o su predisposición de apertura al extranjero.

Vivimos en un mundo globalizado y, gracias a internet, todos estamos cada vez más cerca. Hoy podemos trabajar remotamente y estar en comunicación con personas en todas partes del mundo en solo segundos. Estos y otros adelantos nos han traído mayores oportunidades, tanto en el ámbito personal, como en el profesional.

Las nuevas tecnologías y la globalización han permitido que trabajar en el siglo XXI implique también viajar más que nunca. Esta es una oportunidad que hará las delicias de quienes ansían recibir ingresos por volar de Madrid a Cuba, escribir sobre hoteles o cuidar niños en un pueblecito de Reino Unido.

Cuando era niña (digamos que de los 2 años a los 6 años) fui muy cercana a mi abuela materna, quien por cierto vivió y creció en un pueblo de la costa de Guerrero. Fue una mujer a la que admiré mucho a pesar de mi corta edad, no sólo porque me amó con todo su ser sino porque sabía hacer de todo desde vestidos de novia hasta quesos artesanales.