Así fue la carrera presidencial de John Glenn, el 'outsider' que no logró la hazaña de Trump

El astronauta se lanzó a la carrera a la Casa Blanca sin éxito en 1984. Sus errores subrayan los logros del millonario neoyorquino

John Glenn en la convención demócrata de 2004.
John Glenn en la convención demócrata de 2004.
Imagen Reuters

Mucho antes de Donald Trump fue John Glenn quien se lanzó a la carrera presidencial. El atractivo de su historia personal y su reelección como senador de Ohio en 1980 convencieron a algunos demócratas de que el astronauta era el aspirante mejor preparado para reconquistar el Medio Oeste y evitar que Ronald Reagan ganara la reelección.

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A priori Glenn tenía muchos puntos a favor para la carrera de 1984. Era un demócrata centrista y representaba en el Senado a un estado decisivo. No tenía una ideología definida ni conexiones con los sindicatos y su carrera le había llevado primero a ser un héroe de guerra y luego a ser uno de los pioneros de la carrera espacial.

Unos días después de la derrota de Jimmy Carter, algún periódico apuntó que Glenn podría ser un segundo Eisenhower. Es decir, emular al general que había abandonado su pedestal como héroe de guerra para devolver a los republicanos a la Casa Blanca después de dos décadas lejos del poder.

El triunfo de Reagan contra el criterio del establishment republicano había convencido a muchos demócratas de que era necesario buscar un outsider popular y no a los progresistas que sonaban como favoritos: Ted Kennedy y Walter Mondale.

Glenn era perfecto para el papel: se había opuesto a Jimmy Carter, firmaba autógrafos allá donde iba y conocía muy bien los asuntos de defensa y de política exterior. Pero durante meses muchos insiders demócratas miraron su candidatura con incredulidad. Así lo explica este perfil que publicó el New York Times en otoño de 1981, casi dos años antes de que el astronauta se lanzara a la carrera presidencial.

Ya entonces el senador tenía sobre la mesa una carpeta en la que uno de sus asesores había garabateado “1984” y en la que había un memorándum que señalaba los pasos que debía seguir: “Definir una visión, desempañar un papel activo en la formación de una política centrista y extender su experiencia en el Senado”.

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Eran pasos lógicos para un político que seguía siendo un legislador relativamente novato y que había sorprendido al ganar su reelección en Ohio con un 69% de los votos, más que cualquier otro senador de su estado antes que él. La mitad de los ciudadanos que habían votado por Reagan en Ohio votó también por el demócrata Glenn y no por su rival republicano.

Los candidatos durante uno de los debates de las primarias demócratas. A la izquierda, Glenn.
Los candidatos durante uno de los debates de las primarias demócratas. A la izquierda, Glenn.
Imagen Dartmouth College

Una carrera irregular

Hasta entonces la carrera política de John Glenn no había sido lineal. Robert Kennedy fue el primero que le sugirió la posibilidad de presentar su candidatura al Senado en 1964 pero tuvo que esperar seis años por un golpe en la bañera. En 1970 perdió la candidatura demócrata contra el desabrido Howard Metzenbaum pero le batió cuatro años después. En 1976 sonó como posible aspirante a la vicepresidencia pero cualquier posibilidad se disipó después de su flojo discurso ante la convención.

Glenn se ganó el respeto de sus colegas por su seriedad y su voluntad de hierro. Trabajaba duro en las comisiones y volvía a menudo a Ohio los fines de semana con su esposa Annie a los mandos de una avioneta bimotor.

Al contrario que Trump o Clinton, John Glenn era una persona muy popular: mucho más que cualquiera de sus posibles rivales durante las primarias demócratas y que cualquiera de sus colegas en el Capitolio. ¿Pero sería suficiente esa popularidad?

No todos los analistas lo tenían tan claro. Las campañas requieren voluntarios, estrategia y una maquinaria de recaudación. También astucia para adaptar el mensaje a las audiencias y capacidad para mudar de piel si las circunstancias cambian durante la carrera presidencial.

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“Es pura dinamita sobre todo en grupos pequeños”, decía en 1981 su asesor Bill Connell, que apuntaba uno de los detalles que podían jugar a su favor: “Habrá candidatos a derecha e izquierda pero nadie en el centro que sea aceptable para los negros, para los judíos y para los demás grupos que necesitas para ganar”.

Una campaña breve

Glenn lanzó su candidatura en abril de 1983 con un discurso en su pueblo natal. Su estrategia giraba en torno a sus orígenes humildes y a su perfil de héroe americano. Uno de sus anuncios lo definía como “un hombre que comprende la guerra pero ama la paz”.

Descartado Kennedy, Mondale era el candidato favorito de los sindicatos y del establishment demócrata. Nadie tenía tantos medios a su alcance ni tantos voluntarios a su alrededor. Glenn debía consolidarse primero como la alternativa moderada a Mondale y batirle en los estados más conservadores del sur.

Los primeros meses de campaña fueron propicios para el astronauta, que reunió muchedumbres como las de Trump en 2016. Glenn firmaba autógrafos en los billetes de 20 dólares o en los puños de las camisas y logró el respaldo del actor Warren Beatty y de sus colegas Paul Tsongas o Sam Nunn.

Los sondeos lo situaron mano a mano con Mondale en otoño de 1983. Pero sus limitaciones y las decisiones estratégicas de su entorno fueron desinflando su candidatura en el momento decisivo de la carrera presidencial.

Glenn hizo comentarios inapropiados sobre las mujeres o sobre los afroamericanos y terminó quinto en los caucus de Iowa con apenas un 3% de los votos y muy por detrás del ganador. Mejoró un poco en los debates pero nunca fue un buen orador y el entusiasmo que suscitaban sus eventos perdía gas en cuanto empezaba a hablar.

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Su tercer puesto en New Hampshire no ayudó a Glenn, que quedó por detrás de quienes se perfilaban como finalistas: Mondale y el joven senador Gary Hart. Sin apenas posibilidades y con una deuda de tres millones de dólares, el astronauta anunció su retirada el 16 de marzo de 1984. No había ganado un solo estado.

Clinton y Glenn durante la campaña de 2008.
Clinton y Glenn durante la campaña de 2008.
Imagen Reuters

La moraleja de Glenn

La breve carrera presidencial del astronauta recuerda hasta qué punto es difícil lo que ha logrado ahora Trump. Glenn era una persona muy popular pero nunca tuvo el respaldo del partido. Muchos creían que ganaría la candidatura demócrata pero fue laminado por Mondale y su maquinaria sindical.

Entonces como ahora estaba de moda decir que el establishment de los partidos contaba cada vez menos. La prueba era el triunfo de Reagan, que llegó al poder contra el criterio de los republicanos moderados, que intentaron incluso repescar a Gerald Ford para frenar su candidatura presidencial.

Algunos demócratas creyeron que Glenn sería su Reagan pero el astronauta no tenía el encanto personal ni el celo ideológico del presidente republicano. Su campaña no logró capturar la imaginación de los votantes más allá de su imponente historia personal.

El fracaso de Glenn es la prueba de la magnitud del triunfo de Trump. El presidente electo ha ganado contra pronóstico y contra el criterio de los dirigentes de los dos grandes partidos, que han hecho todo lo posible por frenarlo desde los primeros meses de 2016.

El triunfo del candidato republicano no habría sido posible si no hubiera establecido una conexión profunda con millones de votantes. Al igual que Glenn era un outsider compitiendo contra políticos de carrera. Al contrario que Glenn, su historial no era el de un héroe de guerra sino el de un millonario de dudosa reputación.

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Michael Moore sugirió hace unos días que los demócratas debían convencer a personajes conocidos como Oprah Winfrey o Tom Hanks como candidatos a la Casa Blanca. El fracaso de Glenn demuestra que experimentos así no siempre funcionan. Cada campaña es distinta y la campaña de 2020 no será como la que ahora termina. Los demócratas no deberían creer que basta con copiar la receta de Trump.