El pasado fin de semana, el gobernador Ron DeSantis impuso finalmente una orden parcial de permanecer en sus casas a los residentes de la Florida para tratar de revertir el aumento de casos de coronavirus. Durante meses, expertos médicos del estado, editorialistas y miembros de la oposición demócrata se lo venían exigiendo en vano al tiempo que aumentaba el contagio en la Florida.
Dos errores en la lucha contra el coronavirus
"Trump, desde luego, es el principal responsable del peligroso titubeo de gobernadores y legisladores republicanos porque se niega a exigirles a los estados que adopten la medida de permanecer en casa. Su renuencia es parte de su estrategia de tratar la emergencia nacional de salud como un asunto económico y político en el que se juega la posibilidad de salir reelecto en noviembre".


Lo verdaderamente extraordinario fue la explicación que dio DeSantis para su tardío cambio de parecer: “Es una situación muy seria”, dijo el jueves pasado. “Cuando ahí vemos al Presidente y su comportamiento en los últimos días, él no es necesariamente así”.
DeSantis se refería a que, por primera vez en más de tres meses de pandemia, Trump había dado indicios en la tele de que nos esperan semanas terribles con el coronavirus. De esta forma candorosa, el gobernador floridano se confesaba tácitamente como un seguidor fervoroso y alucinado del culto a la personalidad de Trump, incluso sobre asuntos de vida y muerte para sus gobernados, como la peste medieval que nos azota. Hasta que su Dear Leader no sugirió que el problema es peliagudo, DeSantis no emitió la orden más importante que debía haber emitido desde muy temprano para prevenir contagio y salvar vidas, probablemente la más importante que emitirá durante todo su mandato.
Otros gobernadores republicanos se inspiraron también en el “comportamiento del presidente los últimos días” para expedir órdenes similares, elevando a 41 los estados que ya han dado este paso elemental. Sin embargo, en el momento en que escribo esta columna, otros nueve de sus colegas partidistas todavía no lo han hecho, impidiendo una respuesta uniforme y contundente a la pandemia. Son los gobernadores de Arkansas, Carolina del Sur, Dakota del Norte, Dakota del Sur, Iowa, Nebraska, Oklahoma, Utah y Wyoming.
Como la mayoría de los políticos republicanos que nos gastamos hoy, ellos creen más en Trump, su Gran Timonel, que en la ciencia y los médicos, incluyendo los funcionarios de salud pública de sus propios estados y del gobierno federal que desde hace tiempo reclaman una orden nacional de permanecer en casa, a veces a riesgo de que los destituyan.
Trump, desde luego, es el principal responsable del peligroso titubeo de gobernadores y legisladores republicanos porque se niega a exigirles a los estados que adopten la medida. Su renuencia es parte de su estrategia de tratar la emergencia nacional de salud como un asunto económico y político en el que se juega la posibilidad de salir reelecto en noviembre.
Por el mismo motivo promueve remedios no verificados medicamente para el coronavirus y rehúsa exigir el empleo general de mascarillas e incluir a los inmigrantes indocumentados – a los que visceralmente odian él y su “base” – en los planes de asistencia económica. No les importa si sobreviven o no porque, en su fuero interno y ni si siquiera tan adentro, no los consideran seres humanos con derechos iguales o similares a los que ellos tienen.
Trump y sus principales asesores están liderando desde atrás, “ leading from behind”, como se dice en inglés, en la lucha contra un mal que requiere exactamente lo contrario, es decir, un liderazgo audaz y visionario que se base en las posibilidades de victoria que tracen los expertos, que en este caso son los científicos médicos. Su decisión de permitir que cada estado determine por separado la estrategia a seguir contra la pandemia es un error que propicia el aumento exponencial de los contagios y cuesta vidas que acaso podrían salvarse.
Esta estrategia permisiva genera confusión, lo que en parte explica por qué algunos ciudadanos adoptan precauciones sensatas y oportunas mientras que otros deambulan desprotegidos por lugares públicos, como supermercados, farmacias y estaciones de gasolina, convirtiéndose en una amenaza para sí mismos y para los demás.
Como ha documentado el Washington Post, Trump y sus asesores supieron de la epidemia en China el tres de enero. Días después, la inteligencia de Estados Unidos les advirtió que llegaría a este país y se convertiría en una seria amenaza. Pero el Presidente y sus asesores le restaron importancia, la calificaron de “farsa” y no empezaron a reconocerla hasta 70 días después, cuando de repente Trump se declaró “ wartime president” o presidente en tiempo de guerra.
Fue el primer error estratégico grave en la lucha contra la pandemia. El segundo lo están cometiendo al negarse a desarrollar una clara, inequívoca y firme estrategia nacional para combatir la propagación del mal.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.









