Era policía pero trabajó para Caro Quintero, pagó condena, está arrepentido y ahora pinta cuadros

Univision Noticias entrevistó a Francisco Tejeda, un agente federal que se volvió guardaespaldas de quien era el jefe del Cartel de Guadalajara en la década de 1980. Ambos terminaron en la misma cárcel, pero Tejeda le dio un giro a su vida retomando su amor por la pintura.

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Francisco Tejeda cuenta su vida para que otros no sigan sus pasos. Hace poco más de cuatro años salió libre de una cárcel mexicana en la que pasó tres décadas por el asesinato del agente de la DEA, Enrique ‘Kiki’ Camarena. Este expolicía afirma que no participó en ese crimen y que su único delito fue proteger a Rafael Caro Quintero, el narcotraficante más buscado por el gobierno de Estados Unidos.

Tejeda reconoce que sí estuvo en la mansión de Jalisco, México, donde tenían secuestrado a Camarena en 1985. Pero asegura que otros miembros del extinto Cartel de Guadalajara fueron responsables de la tortura y muerte del oficial antinarcóticos. La DEA advierte que jamás olvidará este caso.

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“Camarena estaba bien, lo acababan de secuestrar. Estaba hablando con ellos. Había una persona arriba de él. Le daba cachetadas y le preguntaba: ¿en qué concepto tienes a Caro Quintero? Él contestó: es un narcotraficante”, recuerda así el momento en que vio al agente estadounidense en la residencia ubicada en Lope de Vega 881, en Guadalajara, una de las propiedades del llamado ‘Narco de Narcos’.

Unos días después encontraron el cadáver de Camarena en un paraje solitario de Jalisco. Lo golpearon hasta quitarle la vida en venganza por haber colaborado en la investigación que condujo al decomiso de un enorme sembradío de marihuana en el rancho ‘El Búfalo’ de Chihuahua. El FBI indica que eso significó pérdidas por “cientos de millones de dólares” para la organización criminal.

Tejeda culpa de este asesinato a los sicarios de Ernesto Fonseca, alias ‘Don Neto’, quien era uno de los jefes del Cartel de Guadalajara. Por su edad avanzada y enfermedades, Fonseca purga en su casa una larga condena por este crimen.

Sin embargo, la DEA asegura que el autor intelectual es Caro Quintero, quien está prófugo desde 2013. Por información que lleve a su recaptura ofrecen 20 millones de dólares, la mayor recompensa jamás establecida por el Departamento de Justicia.


“En mi expediente pusieron que yo me fui con los asesinos de Camarena, que lo llevamos a un bosque y que ahí lo matamos. Eso no es cierto”, insiste Tejeda, quien nació en Colima hace 68 años. “Sí fui testigo de que lo tenían ahí, pero nunca vi que lo mataran. Siempre dije que no le toqué un pelo”.

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Este hombre ya había estado en las filas de la Policía de Tijuana y de la Policía Judicial de Baja California, cuando conoció a Caro Quintero a principios de la década de 1980. Los presentó su hermano José Luis Tejeda, quien era un agente de la desintegrada Dirección Federal de Seguridad (DFS), una dependencia policial que se dedicaba a perseguir guerrilleros y opositores del gobierno mexicano.

En aquella época Tejeda y Caro Quintero eran jóvenes treintañeros, pero el segundo ya era un capo de renombre. “Lo saludé y le pregunté: ¿dónde está Caro Quintero? Me dice: soy yo. Yo esperaba ver a un viejo. Me ofreció una onza de cocaína y un puño de billetes. Así te deslumbran”, relata.

“Noches enteras contamos dinero”

Portar una credencial de la DFS lo llevó directamente al cartel, afirma Tejeda. Viajaba en la misma camioneta con Caro Quintero para burlar los retenes y dormía en sus lujosas mansiones. “Era su guardaespaldas, era su charola (placa oficial)”, relata quien también se encargaba de entregar sobornos a funcionarios corruptos.

“Yo les subía las maletas llenas de dinero (…) Noches enteras contamos dinero”, afirma.

Acompañaba al traficante a supervisar los cultivos de marihuana, pero que nunca vio otro tan grande como el que creció en el rancho ‘El Búfalo’, el cual terminó destruido. “Me paraba arriba de la camioneta y no se veía hasta dónde terminaba el sembradío. Iban a ganar millones y millones (de dólares). Al final sacamos seis o siete camiones llenos de ‘mota’. Fue una cosa impresionante”, detalla.

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El exagente de la DFS describe a Caro Quintero como un hombre amable y carismático al que le gustaba pasearse en camionetas con gatilleros, aunque tenía reacciones violentas por el consumo de drogas. “Un día le vació un ‘cuerno de chivo’ (un rifle automático AK-47) a la camioneta de su esposa en una colonia de Guadalajara, porque se enojó con ella”, cuenta.

Una pistola con incrustaciones de diamante de Rafael Caro Quintero.
Una pistola con incrustaciones de diamante de Rafael Caro Quintero.
Imagen DEA


En esos años también conoció a Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, Ismael ‘El Mayo’ Zambada y Ramón Arellano Félix, quienes en ese entonces eran aprendices del crimen organizado.

La desaparición de Camarena significó el comienzo del derrumbe de este cartel. ‘El Narco de Narcos’ era uno de los principales sospechosos y por eso huyó con sus pistoleros hacia Sonora. Antes de abordar uno de sus jets privados en el aeropuerto de Guadalajara, varios policías federales y de la DEA trataron de capturarlo.

“Nos estuvimos apuntando con los rifles más de media hora”, recuerda Tejeda, quien dice al final los dejaron irse porque un comandante “le agarró dinero a Rafael”.

Esas semanas durmieron en humildes casas de agricultores de marihuana. Los noticieros mostraban todos los días la foto del mafioso. “No hallábamos dónde meternos”.

Uno de los episodios más conocidos del narcotráfico de México es el secuestro de Sara Cosío, quien era hija de un político y tenía un amorío con el capo sinaloense. Tejeda señala que Caro Quintero lo hizo para evitar que lo mataran en un operativo policial.

El rapto se planeó en una juerga y lo realizó un policía. “Llega con Sara Cosío toda raspada, con la ropa rota; la golpearon. Rafael la recibe, la toma del brazo y la mete a la casa. Vació joyas en una cama y le dijo: agarra lo que quieras. Y Sara empezó a agarrar brillantes, diamantes”, describe.

Nueve años en una jaula de oro

Sara y su novio narco se fugaron a Costa Rica en una avioneta. Tejeda regresó a Tijuana, donde se casó. Allá supo que su exjefe había sido arrestado. Dos meses después agentes federales derribaron la puerta de su casa para detenerlo. “Tú mataste a ‘Kiki’”, le dijeron cuando lo sacaban a empujones.

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Le dieron descargas eléctricas en los genitales y lo ahogaban dentro de las instalaciones de la entonces Procuraduría General de la República (PGR) para que firmara su declaración de culpable, según él.

Un juez lo sentenció a 40 años de prisión. Los primeros nueve los pasó junto a Caro Quintero, ‘Don Neto’ y otros miembros del cartel. Pagando sobornos les dejaron acondicionar a su gusto la estancia 10 del Reclusorio Norte de la Ciudad de México. Instalaron cocina, comedor, sala, oficina, televisores, equipo de sonido, teléfonos y hasta tenían armas de fuego, según denunció en 1989 un funcionario mexicano.

El director del penal, de acuerdo con el testimonio de Tejeda, les decía: “hagan lo que quieran”. Nunca les hacían pase de lista, una de las estrictas reglas de los penales, “y al guardia lo mandaban a comprar licor y cerveza”, aseveró.

Las juergas al ritmo de la música de banda eran tan comunes que los músicos dejaron los instrumentos en la cárcel y les compraron un camión para que no fallaran. “Era fiesta y fiesta en los dormitorios”, recuerda el expolicía.

Ebrios y drogados, Caro Quintero y ‘Don Neto’ pedían la misma canción hasta el cansancio: Te perdoné una vez/ y lo volviste a hacer/ y te burlaste siempre de mi corazón…

Los reclusos de la estancia 10 tenían otro privilegio: vivían allí con sus esposas y sus hijos. En esas celdas pasaron los primeros años de su vida los hijos menores de Tejeda.

Todo cambió cuando un funcionario le exigió un soborno que Caro Quintero no quiso entregar: su rancho más grande, ‘La Herradura’. Como castigo los cambiaron al Reclusorio Sur, donde estaba preso Miguel Ángel Félix Gallardo, otro jefe del cartel.

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Seis meses después los devolvieron al Reclusorio Norte, donde planearon una fuga que jamás se logró. Contrataron a un ingeniero para que construyera un túnel, pero el gobierno descubrió el plan. “Rafael dijo: no nos fugamos. Ya estaba la (policía) federal esperándonos”, dice Tejeda.

No siempre se hizo la ley del ‘Narco de Narcos’ en prisión. Tejeda cuenta que una vez golpeó con el palo de una escoba a inspectores que entraron a su dormitorio y por la noche irrumpieron varios guardias para destruir todo. “Le pusieron una golpiza a Rafael, le quebraron una costilla”.

Hubo un proyecto que jamás concretaron en prisión: escribir un libro sobre la vida del traficante más famoso de La Noria. “Una vez le pregunté: ¿Por qué te metiste de narco? Me dice: porque veía que llegaban con los mejores caballos, las botas con las que siempre había soñado y se llevaban a las mujeres más bonitas. Y nosotros estábamos jodidos (pobres), con guaraches”.

“La cárcel me salvó la vida”

La última vez que Tejeda y Caro Quintero se vieron fue alrededor de 2010, por un careo en la prisión del Altiplano, donde ya estaba recluido el exjefe del Cartel de Guadalajara. Ambos volvieron a negar las acusaciones. El capo le advirtió en un momento de la audiencia: “Paco, esta sí es cárcel”.

Para 2013, por una falla en el proceso penal, Caro Quintero salió libre, aunque más tarde le volvieron a presentar cargos. La DEA asegura que retomó su carrera criminal y que ahora es el jefe del Cartel de Caborca, una facción del Cartel de Sinaloa que opera en el estado fronterizo de Sonora.

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Tejeda logró que le redujeran nueve años de su sentencia y fue puesto en libertad en el otoño de 2016, cuando ya sumaba 31 años preso.

Francisco Tejeda con una de sus obras.
Francisco Tejeda con una de sus obras.
Imagen Cortesía Francisco Tejeda


Mucho tiempo atrás, incluso cuando compartía dormitorio con Caro Quintero, él retomó su amor por la pintura. Eso le dio un giro a su vida: creó dos talleres en el reclusorio donde les enseñó a decenas de presos y ganó varios premios por sus obras. Tras las rejas hizo entre 200 y 250 cuadros al año. Con las ganancias mantuvo a su familia y pagó los estudios universitarios de sus hijos.

“La pintura es un capítulo aparte de mi vida”, dice este hombre que desde hace tres años vive en Tijuana. En su casa montó un taller y una biblioteca comunitaria, pero lamenta que a sus vecinos no les interesa lo que hace. Ahora pinta menos, unas 20 o 30 obras cada año, que vende por entre 20,000 y 50,000 pesos (unos 1,000 y 2,500 dólares). Sus clientes son coleccionistas y amigos.

Tiene muchos planes en mente: quiere reescribir su libro sobre técnicas de materiales artísticos y viajar en moto para conocer más lugares de México. Comparte que cada vez llora menos sin poder contenerlo, como las veces que se sueña encerrado en una celda. “A mí la cárcel me salvó la vida”, insiste.

Supo que todos sus compañeros de generación en la Academia de Policía de Tijuana están muertos. Si pudiera cambiar una decisión de su vida, subraya, sin duda sería ingresar a esa institución. “Todos teníamos muchos sueños, pero nos traicionaron… Te conviertes en un ladrón de la noche a la mañana”.

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Según este hombre, el Cartel de Guadalajara lo tenía “secuestrado” de alguna manera. “Te quedas por miedo, porque si te vas te matan porque ya viste dónde viven, lo que hicieron y creen que los vas a delatar”.

En una extensa entrevista con este medio, este hombre habla con preocupación sobre la situación de México, la corrupción en las cárceles, la pobreza, los políticos que roban, las desigualdades sociales, la pandemia… “Tenemos que hacer algo por el país”, implora.