Decía Borges que un clásico era aquella obra “que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo ha decidido leer como si en sus páginas todo esto fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término". Y decía más, era aquella obra que no solo hablaba a su tiempo, sino también a los nuestros, y a nuestra vida.
Un Macbeth moderno, poderoso y deslumbrante toma el verano del Teatro alla Scala de Milán
Al final de la primavera, el pasado 17 de junio, la institución más glamourosa y exquisita de las artes de Italia presentó una nueva versión de Macbeth, la clásica tragedia de William Shakespeare llevada a la ópera por Giuseppe Verde, un relato excelso en música que se adentra en lo más oscuro del alma humana.


Si Borges estaba en lo cierto, el más reciente estreno del Teatro alla Scala de Milán es tal vez una constatación.
Durante este verano, desde el pasado 17 de junio y esta este 8 de julio, la institución más glamourosa y exquisita de las artes de Italia presentó una nueva versión de Macbeth, la clásica tragedia de William Shakespeare llevada a la ópera por Giuseppe Verde, un relato excelso en música que se adentra en lo más oscuro del alma humana.
Con un libreto de Franceso Maria Piave y Andrea Maffei la ópera, que fuera la décima de Verdi y también la primera de las obras de Shakespeare que adaptó el compositor italiano, se adentra durante sus casi tres horas en el conocido mundo de celos, traiciones, profecías y sangre, pero traído a los conflictos, los temas y los sujetos de nuestra modernidad y conectar incluso con formas nuevas de espectáculo, como el musical.
Los personajes de Macbeth y Lady Macbeth que presentan en La Scala ( Luca Salsi y Ekaterina Semenshuk) pueden ser los antihéroes modernos de cualquiera de nuestras sociedades, las almas que se oscurecen, enviciadas por el poder, la envidia y la voluntad de llegar a donde sea por cualquier medio.
La orquesta de La Scala, dirigida por Giampaolo Bisanti, se suma al desafío de traer una partitura de más de un siglo a una narración contemporánea y lo hace con brillo, soltura y una gracia propia de las grandes sinfónicas.
Sin embargo, es bueno advertir que, para los acostumbrados a representaciones clásicas, esta obra es un golpe en la mejilla: con la escenografía de Gio Forma y la puesta de Davide Livermore poco es posible imaginar el ambiente medieval propio de su tiempo que recreó Shakespeare. Hay aquí ascensores, vestuarios modernos, persecuciones policíacas, apartamentos de lujo… incluso algunos personajes se transforman con los ritmos de la obra: las tres brujas, por ejemplo, son aquí una especie de coro múltiple de malos y buenos augurios.
La ópera comienza con un Macbeth conduciendo un coche junto a Banco ( Jongmin Park) y nos traslada al espacio de cualquier ciudad moderna en una representación cinematográfica, auxiliada de pantallas y una puesta en escena que busca sumergir al espectador dentro del escenario.
Las pantallas y los videos que en ella se muestran de D-Wok sirven no solo para contextualizar la historia, sino también para traer símbolos y efectos, aunque su uso parece por momentos desbordados y efectivos, como en la destrucción de la ciudad o los baños de sangre de la guerra, y en otros menos efectivos o con simbolismos demasiado evidentes. Son tantos los movimientos, la vitalidad, las sucesiones que, para los que vean ópera por primera vez, el espectáculo puede ser difícil de entender en su totalidad.

También en un llamado a la modernidad y la continuidad son los vestuarios de Gianluca Falaschi, que se adaptan a la renovación de la puesta, pero a la vez, continúan un simbolismo estremecedor con representaciones anteriores. Tal vez Lady Macbeth, sea, como es habitual, el mejor ejemplo: ella siempre de rojo, primero con un modelo que recuerda a una militar de un poderoso ejército y luego con las galas de reina moderna para el banquete y un exuberante atuendo para su último cambio de ropa.
Uno de los momentos más logrado de la puesta, más allá de las siempre precisas, emotivas y fuertes interpretaciones de Salsi, Semenshuk y un brillante Park, es la inclusión de danzas modernas que parecen venir a confirmar una vez más la posibilidad de la ópera como la reina de las artes.
La coreografía de Daniel Ezralow es un espejo de la mente de cada personaje y a la vez, una demostración de la expresión física, libertad de espíritu y vocabulario atlético articulado que el ballet puede también traer a la ópera.
Es en todo esto donde la puesta de Livermore brilla en su conjunto al establecer un diálogo continuo con la modernidad: hace del teatro de Shakespeare y la música de Verdi un testamento también de nuestro tiempo y de sus conflictos, sin perder el poder, la intensidad y la tensión que ha caracterizado su puesta en escena desde que Macbeth se estrenara en el Teatro della Pergola de Florencia en 1847.
Ahora, en 2023, la presentación del Teatro alla Scala confirma como una de las puestas que seguirán perfilándose en el futuro y encantando a las audiencias en los tiempos por venir.



