Ha comenzado el verano y ha terminado otra temporada de lujo para el New York City Ballet (NYCB) .
Delirio entre clásico y moderno: Así fue la temporada de primavera del New York City Ballet. ¿Qué viene ahora?
La temporada fue, de hecho, un diálogo entre presente y pasado, entre los valores y obras que han conformado la estética de la escuela del NYCB y sus apuestas de renovación, de riesgo y aventura hacia los límites de la danza. Y para eso, los programas de la temporada incluyeron una selección de obras de Balanchine y Robbins, los coreógrafos fundadores y “dioses tutelares” de la compañía, pero también diferentes apuestas por dialogar con otros clásicos más modernos, como Alexei Ratmansky, y otros que comienzan a dejar su huella en la coreografía contemporánea.


Del 18 de abril y hasta finales de mayo, la compañía fundada en 1948 por George Balanchine y Lincoln Kirstein volvió a llenar la sala del David H. Koch Theater en el Lincoln Center, en la ciudad de Nueva York, con una variada programación que incluyó obras modernas y clásicos que han convertido a al NYCB no solo en una de las mejores compañías de ballet de Estados Unidos, sino también en un espacio de experimentación para nuevos coreógrafos y un lugar donde se conjuga lo mejor de la danza clásica y contemporánea.
La temporada fue, de hecho, un diálogo entre presente y pasado, entre los valores y obras que han conformado la estética de la escuela del NYCB y sus apuestas de renovación, de riesgo y aventura hacia los límites de la danza.
Y para eso, los programas de la temporada incluyeron una selección de obras de Balanchine y Robbins, los coreógrafos fundadores y “dioses tutelares” de la compañía, pero también diferentes apuestas por dialogar con otros clásicos más modernos, como Alexei Ratmansky, y otros que comienzan a dejar su huella en la coreografía contemporánea.
Un espacio de renovación en ese sentido fueron sin dudas los programas de Coreógrafos del siglo XXI, que incluyeron estrellas nacientes como Justin Peck, el actual coreógrafo residente del NYCB, hasta Gianna Reisen, Kyle Abraham, Christopher Wheeldon o Alysia Pires. Todos llevaron propuestas renovadoras y alucinantes, que dialogaron con los límites de la danza moderna y, a la vez, recuperan el espíritu esencial del ballet clásico, trasformado en algo más moderno y sui géneri.
Entre los programas más exitosos estuvo sin dudas aquellos dedicados a coreografías de Balanchine y Ratmanski, pero también aquellos que combinaron las obras de Balanchine con Robbins, quien supo traspasar las fronteras del ballet para llevarlo incluso al musical.
Un ejemplo de ella fue una de las últimas presentaciones a finales de mayo, en la que coincidieron Agon, y Fancy Free, una de las obras más conocidas de Robbins (la última llegó incluso a Broadway) junto a la exquisita versión de los conciertos de Bach hecho danza por Balanchine en Branderburg.
La presentación fue una de las muestras del diálogo entre los dos artistas y cómo el NYCB ha sido capaz de mantener vivas obras que no solo lo hicieron una escuela de renombre internacional, sino también un espacio para la renovación de la danza.
El gran suceso de la temporada fue, probablemente, la versión de El Lago de los Cisnes de Balanchine, una obra que, como es sabido, poco le agradaba al maestro ruso y que la hizo casi por compromiso. El resultado, sin embargo, fue deslumbrante y ha seguido encantando al público y provocando oleadas de aplausos desde su estreno.
Todo Balanchine en otoño.
Ahora que la compañía está en receso, ya se comienzan a sentir los aires de lo que vendrá el próximo otoño.
A partir de septiembre y por cuatro semanas, Balanchine será otra vez el protagonista de una temporada que presentará clásicos modernos como la muy movida Stars and Stripes o las delirantes Bourrée Fantasque, Jewls o Serenata.
La gran noche del otoño será, sin dudarlo, la del venidero 11 de octubre, cuando el NYCB celebrará su 75 aniversario con un programa que rememorará la misma cartelera que estrenó en 1948. Otra vez será todo Balanchine.
Su Concerto Barroco, Orpheus y Symphony in C serán un pago a la nostalgia de aquella primera gala, un símbolo de continuidad con la tradición, pero también la señal inequívoca de una compañía con la mirada puesta en el futuro.

