Con respecto a la calidad y naturaleza del barrio —un factor clave de la movilidad económica y la longevidad—, las cosas no han cambiado mucho. Los chicos negros siguen siendo relegados a lugares relativamente aislados y desiguales. De hecho, son nueve veces más propensos que sus homólogos blancos a residir en vecindarios marginados y de escasas oportunidades, según un reciente estudio realizado por Sandra J. Newman y Scott Holupka, de la Universidad Johns Hopkins.
El barrio donde vives: la brecha en la vivienda que no se acaba
A pesar de que hoy más personas de minorías tienen acceso a viviendas, los vecindarios malos los siguen marcando, especialmente a los niños y su futuro.


En la investigación, los autores hicieron corresponder cifras del gobierno referidas a familias blancas y negras en distintas condiciones de residencia: viviendas públicas, unidades subsidiadas por el gobierno en edificios privados multifamiliares y unidades a precio de mercado pagadas por los bonos del conocido Plan 8 (utilizaron información procedente de una extensa encuesta sobre los hogares). Las buenas noticias: En la década de 2000, los hogares de blancos y negros fueron igualmente proclives a recibir todo tipo de asistencia en materia de vivienda. Esto cual implica un cambio sin precedentes y algo totalmente diferente de lo que se vio en los setentas y los ochentas, cuando las familias negras tenían casi el doble de probabilidades de residir, deplorablemente mantenidas, en viviendas públicas tipo almacenes. En cambio en los 2000, los estándares físicos y la calidad de gestión de las propiedades financiadas por el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD, por sus siglas en inglés), en ambos casos, fueron también comparables.
“Donde alguna vez se notaron diferencias importantes entre blancos y negros… vemos ahora que estas disparidades han sido despejadas, ya no existen”, sostiene Newman. Esa paridad ha sido alcanzada, en parte al menos, producto de la disminución de la dependencia en la vivienda pública y el mayor énfasis en los bonos de vivienda, acotan los investigadores.
Sin embargo, la calidad del barrio permanece como un problema serio. En los 2000, un notable 34% de las familias negras que pasó a residir en viviendas subvencionadas lo hacía en vecindarios de extrema pobreza, con bajos valores de propiedad y un gran número de habitantes considerados minoría. Por su parte, solo el 4% de las familias blancas vivió en áreas de ese tipo.
La disparidad ha sido difícil de extirpar por una serie de motivos. En primer lugar, los bonos asociados al Plan 8 cubren apartamentos de “ precio moderado” y no son suficientes en la mayor parte del país. Los que existen están a menudo concentrados en áreas que no son seguras y no ofrecen buenos empleos ni escuelas, ni tienen espacios verdes cerca. Al mismo tiempo, las propuestas de construir viviendas más baratas en mejores barrios chocan usualmente con una fuerte oposición, incluso por parte de arrendatarios en ciudades liberales que pueden salir ganando de una mayor oferta.
“El problema guarda relación con cuestiones mucho más generales”, señala Holupka. “¿Cómo funcionan el mercado inmobiliario y las regulaciones de zonificación? ¿Dónde está permitida la construcción de viviendas en alquiler? ¿Dónde está permitida la construcción de viviendas de bajo costo?”
En segundo lugar, una dependencia creciente de los bonos significa que las familias buscando vivienda tienen que interactuar cada vez más con arrendadores del mercado privado, quienes siguen con sus prácticas discriminatorias contra grupos minoritarios. Por último, las familias negras en barrios desfavorecidos del centro suelen aplicar a planes asistenciales de vivienda en las agencias públicas más cercanas, y estas organizaciones, a menudo, las ubican dentro de su área de acción. Eso quiere decir que quienes aplican no terminan residiendo muy lejos de donde residían antes. “Estas jurisdicciones están muy fragmentadas; las autoridades no tienen un incentivo particular para cooperar entre sí”, sentencia Newman. “Y las autoridades suburbanas de la vivienda sienten presión de no entrar en este tipo de acuerdos”.
En los 2000, más de la mitad de los niños en viviendas subvencionadas eran negros, por lo que la conclusión del estudio es particularmente inquietante. Para medir el efecto del vecindario en la conducta de los infantes, los investigadores analizaron sus niveles educaciones, así como sus empleos pocos años después, cuando tenían entre 20 y 26 años de edad.
Entre los niños negros, a los que residían en buenas zonas les fue mejor que a sus contrapartes en los barrios marginales. Y si bien los autores del estudio observaron una diferencia pronunciada cuando compararon los niños blancos con los negros, esta desapareció cuando se tuvo en cuenta el origen familiar, incluyedo niveles de educación, ingresos y estado civil de los padres. “Las características familiares influyen sobremanera en todo lo demás, así que una vez que son incluidas en la ecuación, no se aprecian sustanciales diferencias estadísticas”, dice Holupka.
Pero aunque pueda parecerlo, ese segundo resultado no anula la importancia de residir en un buen barrio. Por el contrario, la avala. La investigación ha confirmado cuán importante es el estatus socioeconómico de los padres en el horizonte académico y propiamente económico de sus hijos. Por tanto, las áreas en que los afroestadounidenses han sido obligados a residir, durante años de imperantes políticas y prácticas discriminatorias, han tenido un papel inmensamente decisivo en la perpetuación intergeneracional de la pobreza dentro de este grupo. “Nuestra lucha por décadas para proveer una mayor igualdad educativa, y más oportunidades de empleo…para eso estamos tratando de hacer más justas las reglas de juego”, indica Newman. “La cuestión de la calidad del vecindario es importante en tanto una palanca potencial para allanar esas diferencias en los antecedentes familiares de blancos y negros”.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.






















