Peter Jackson es uno de los directores que todos admiramos, más que nada porque fue el responsable por la trilogía de El Señor de los Anillos. Para aquellos que solemos quejarnos de las malas películas basadas en libros, este es un muy buen ejemplo de lo que se debe hacer. Sin embargo, no sucedió lo mismo con la tan esperada trilogía de El Hobbit, que nos dejó una sensación de no estar viendo lo que esperábamos.

Los fantasmas son las entidades paranormales más comunes en prácticamente toda cultura, creencia o superstición de cualquier parte del mundo. En la mayoría de los casos son descriptos como las almas desencarnadas de los difuntos que no pueden o se niegan a seguir el curso natural que deben seguir los espíritus y se convierten en almas en pena que pasan su no-existencia atados a los lugares que frecuentaban en vida o a las personas a las cuales eran cercanas.

Ahora que The Hobbit llegó a su fin, los fanáticos nos estamos preguntando si volveremos a ver alguna película ambientada en la Tierra Media. No sería extraño, dado que otras famosas películas, como la saga de Harry Potter, también están buscando nuevos horizontes para no perder el éxito generado. El problema, como muchas veces sucede, está en los derechos de los libros.

Si hay algo que todo buen cinéfilo posiblemente detesta es la idea de un remake, un film que obviamente toma demasiado de otro anterior, ya sea por nombre, guión y demás, con resultados no muy buenos artísticamente.

El apego que los grandes estudios hollywoodenses les tienen a las propiedades que alguna vez fueron exitosas se demuestra en las innumerables remakes, reboots y secuelas que vemos en la actualidad y que funcionan, generalmente, como una apuesta segura en lo que a la taquilla respecta (las películas más taquilleras de este año son Jurassic World y Furious 7, cuarta y séptima entregas de sus respectivas sagas, seguidas por Avengers: Age of Ultron, que es parte del gran engranaje del Universo cinematográfico de Marvel).

Christopher Lee fue un hombre de gran cultura, que nació en Londres y a quien su madre divorciada llevó a estudiar a Suiza. Al regresar, se sorprendió a sí mismo: “De pronto me di cuenta que con mi altura de 1,96 y mi voz bien modulada podía intimidar a la gente”.