«No podía terminar así» dijo Neil Cross, el creador de Luther, refiriéndose al final de la cuarta temporada que se emitió a fines de 2015, y reflejando el sentimiento de todos los fans que pedían el regreso de la serie.

En el 2001 Los Soprano iban camino a su enorme popularidad y sumando elogios de la crítica, mientras HBO, presagiando el camino de liderazgo que seguiría en los años siguientes, redoblaba sus apuestas con Six Feet Under, una serie lo suficientemente ambiciosa como para explorar los entresijos de la muerte y su impacto: la televisión estadounidense estaba cambiando.

La temporada 7 de Game of Thrones llegará con toda la expectativa generada por el hecho de ser la penúltima de la serie y de retomar los significativos desenlaces que observamos en la gran temporada anterior.

Las cadenas tradicionales de la TV estadounidense han tenido que adoptar diversas estrategias para disputarle algo de protagonismo a los canales de cable y los servicios de streaming, que las han dejado relegadas en la producción de series originales.

En esta época dorada de la televisión que atraviesa su pico creativo es una costumbre en desuso, pero hace algunos años la televisión británica era una materia prima que sirvió para muchas adaptaciones estadounidenses, un país que no suele consumir masivamente productos extranjeros de insalvables diferencias culturales como una pronunciación diferente del inglés.

Desde hace un buen tiempo la conversación sobre Game of Thrones ha girado anticipada y casi exclusivamente en torno al final de la serie, sobre todo tras la brutal y reveladora temporada 6, la temida llegada del invierno a Westeros y la confirmación de que no son muchos los episodios que nos quedan por ver.