Desde hace décadas sabemos que la actividad e intervención humana fue la encargada de producir consecuencias irreversibles en nuestro planeta, tales como el aumento de fenómenos extremos, extinción de especies, incremento del nivel del mar o descenso del hielo en el Ártico, entre otras.

Que alrededor del mundo hay muchas especies en peligro de extinción no es ninguna novedad. El cambio climático, la contaminación y el simple paso del tiempo afectan a numerosas criaturas que, ante la falta de compañeros para su reproducción, dejan de existir.

Los animales exóticos son hermosos y, a la vez, son los que más peligro corren. Y ni que hablar cuando se trata de aves: son las más amenazadas, tanto por el ser humano que intenta atraparlas, como por causas medioambientales.

Correr por tu vida cuando se escapa un velociraptor no es tarea fácil, pero no todo tiene por qué ser como en la ficción. Quizás Jurassic Park no es el lugar ideal, pero otros países piensan que pueden lograr la experimentación de especies extintas sin todo el problema de los dinosaurios corriendo por un parque. Por eso mismo Rusia abrirá un nuevo laboratorio en Siberia donde intentarán conocer más sobre animales que ya hace miles de años no existen sobre la Tierra.

En los últimos días, la administración del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció una propuesta para recortar las disposiciones de la Ley de Especies en Peligro (ESA). Durante 45 años, esta normativa ha protegido a plantas y animales que se encuentran en peligro de extinción.

«¿Qué clase de pregunta es esa?» dirían los dinosaurios si estuvieran vivos, indignados por el enfoque sobre una cuestión si se quiere trivial, en comparación al hecho de su (casi) completa extinción.