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Actividad de pandillas

13 segundos de abuso sexual o de golpes: la pandilla MS-13 también recluta a mujeres

De jugar un rol pasivo y casi invisible en la Mara Salvatrucha, cada vez más mujeres se involucran en actividades violentas de la banda: asesinatos, tiroteos, secuestros o cobros de extorsiones. Ingresan a esta organización buscando protección, afecto y respeto. Las que pueden, salen por embarazos o por experiencias trágicas.
14 May 2018 – 04:36 PM EDT
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Mujeres presuntamente asociadas a la Mara Salvatrucha son presentadas por las autoridades en la capital de El Salvador en julio de 2016. Crédito: Getty

LOS ÁNGELES, California.– "Ven siéntate conmigo", decía un mensaje privado en Facebook que recibió Christian Alexander Sosa Rivas el 1 de enero de 2017. Se lo enviaba su exnovia, quien en la red social se hacía llamar Kasive Blanco Colon. Lo invitaba a conversar ese día en un parque del estado de Virginia y el joven llegó puntual a la cita. Pero era una trampa.

Cuando hablaba con la mujer lo rodearon cinco pandilleros de la Mara Salvatrucha (MS-13), entre ellos Keyri Sujey Portillo González, alias 'Katty Colon', amiga de la joven que sirvió de señuelo. Según la acusación, Christian fue apuñalado varias veces con machetes y le destrozaron la cabeza con piedras. Al puro estilo de la mafia, su cadáver fue atado a una roca pesada para que terminara en el fondo del río Potomac.

Once días después el cuerpo salió a flote: tenía múltiples heridas en la cabeza, el cuello y la espalda. Los fiscales federales temen que Christian fue "sancionado" de esa manera por líderes de la MS-13, quienes creían que 'Sombra', como apodaban a la víctima, era un espía de la pandilla rival, Barrio 18.

Lograron matarlo siguiendo el macabro plan que elaboró Keyri, quien nació en El Salvador hace 19 años. Fue ella quien le pidió a la exnovia de Christian que lo llevara al parque con engaños. No le dijo que lo querían asesinar, sino que un amigo trataba de hablar con él en persona sobre un asunto.

Aunque Keyri no atacó a Christian, se encargó de limpiar con desinfectante de pisos la sangre que quedó en los machetes con los que cometieron el crimen. A los detectives les dijo que cuando se alejaba vio que golpeaban al muchacho con piedras.

Tras revisar la cuenta de Facebook de la joven, los investigadores encontraron que el 13 de enero de 2017 ella habló en privado con su amiga (quien ya se había vuelto informante de la Policía) sobre el homicidio. "Todavía no han encontrado a la gallina", escribió refiriéndose al cadáver de Christian.

Cinco mareros, incluida Keyri, han sido acusados de secuestro, asesinato y conspiración para cometer el asesinato. Ella enfrenta dos condenas de cadena perpetua y una más de 10 años de prisión. Su sentencia sigue pendiente.

Keyri es solo un ejemplo de la participación casi invisible, pero activa que tienen las mujeres que se han enrolado en la MS-13. Antes solo tenían roles pasivos, como la vigilancia, traslado de droga y armas, depósitos de dinero o facilitando la comunicación con los jefes en las cárceles. Las cosas han cambiado. Ahora les piden que colaboren en 'misiones grandes', como asesinatos, tiroteos, robos, secuestros y ataques.

No se sabe con precisión cuántas han jurado lealtad a esta pandilla que se identifica a sí misma con la seña que se hace formando con las manos los 'cuernos del diablo', pero quienes han investigado este grupo criminal creen que cada vez son más, tanto en Centroamérica como en Estados Unidos. La imagen típica de la banda ha sido la de hombres jóvenes repletos de tatuajes, pero también hay mujeres.

Por protección, afecto e identidad

"Las mujeres han tomado roles más activos en las pandillas, participando en balaceras y actividades violentas", señala Jorja Leap, antropóloga y profesora de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), quien explica que ellas también pasan por duros procesos de iniciación y se enfrentan a situaciones tan peligrosas como los hombres.

La creciente membresía femenina en la MS-13, dice Leap, se debe a que varias pandillas han dejado su vieja regla de solo aceptar a ciertos grupos. "Antes eran muy restrictivas con sus miembros: las bandas mexicanas solo aceptaban a mexicanos y las centroamericanas solo a centroamericanos. Pero ya han borrado sus fronteras para tener más integrantes", indica.

¿Por qué ellas están entrando a una organización tan violenta? El informe Violentas y violentadas. Relaciones de género en las maras Salvatrucha y Barrio 18 en el triángulo norte de Centroamérica que en 2013 publicó la organización Interpeace señala que la desigualdad social, la violencia sexual, el maltrato infantil, la deserción escolar y el fácil acceso a las drogas son algunos factores que influyen en su decisión.

El reporte menciona que en algunos casos las niñas se involucraron en estos grupos tratando de escapar de la violencia y carencias en el hogar. Otras, en cambio, ingresan a través de sus parejas, pero luego se van adaptando a la convivencia, se involucran en crímenes y ya no pueden salir.

"Buscan un grupo que les ofrezca protección, afecto, recursos e identidad", cita el análisis de Interpeace. "Alrededor de las pandillas existe una red social que les ofrece apoyo y protección, que de igual manera es afectada por el estigma y la exclusión social".

"Algunas jóvenes se sienten atraídas por la identidad y la dinámica de las pandillas y desean formar parte del grupo. Sin embargo, las exigencias para aceptar a las mujeres son mayores (...) Para ser 'reconocidas' por el grupo, ellas deben demostrar valor y lealtad, igual que los hombres, pero la sospecha de su posible deslealtad aumenta por el hecho de ser mujeres", menciona el reporte.

Leap, la profesora de UCLA, comenta: "Algunas mujeres que conozco entraron a la banda por la pobreza, algunas son indocumentadas y no encuentran otra manera para obtener dinero, solo con la pandilla".

13 segundos de sexo o de golpes

Para entrar, a las mujeres les dan dos opciones: 13 segundos de abuso sexual o de golpes. Tienen la opción de ser golpeadas por miembros de la pandilla (al igual que la iniciación de los hombres) o sostener relaciones sexuales con varios miembros del grupo durante el mismo periodo de tiempo de la golpiza.

La mayoría eligen la paliza para demostrar su valentía, fuerza y resistencia. "De esta manera el grupo las respeta más debido a que tienen que mostrarse mucho más sanguinarias, más valientes para ser respetadas. Es una manera de demostrar honor, fuerza y valentía, reproduciendo un modelo masculino, que es de suma importancia para el grupo", señala el estudio de Interpeace.

"El beneficio de esto es que en la calle ella golpea a cualquier. Esa mujer tiene voz y voto dentro de la pandilla. En las reuniones ellas tienen la decisión de hablar, de proponer", contó una exmarera de Honduras a esta organización.

"Esa golpiza, que es una demostración de que tenemos la fuerza y la entereza para cuando el enemigo nos quiera atacar, nosotras no esperamos el golpe, para poder doblegarlo a él y que él no nos doblegue a nosotras", dijo otra expandillera de El Salvador.

La profesora Leap dice que un embarazo, la necesidad de cuidar a sus hijos o la muerte de algún ser querido son los principales motivos que las alejan del grupo.

Para otras, acercase a la religión –lo cual surge de una experiencia trágica o dolorosa– es la única vía de escape, ya que "las pandillas respetan la decisión de sus miembros de adscribirse a una iglesia y participar activamente", dice el informe.

Ingrid, la más buscada

En Estados Unidos, las mujeres han sido señaladas paulatinamente en acusaciones judiciales contra la MS-13. A veces solo aparece una entre decenas de hombres arrestados.

Ingrid Estela Hernández es una mujer de la Mara que es buscada por las autoridades en todo el mundo. En noviembre su nombre se agregó a la lista de los pandilleros más buscados de ICE (Servicio de Inmigración y Aduanas) junto a cinco hombres de ese grupo. Esto fue como resultado de la operación 'Raging Bull' (Toro Rabioso), que arrestó a 267 integrantes de esa banda en varios estados de EEUU, así como en El Salvador.

Esta mujer también ha sido fichada por la INTERPOL.

Tiene 31 años y nació en San Miguel, El Salvador. Mide 1.59 metros (5.2 pies), pesa 50 kilos (110 libras) y sus ojos y cabello son de color negro. Su idioma materno es el español. Es todo lo que se sabe de ella. Las autoridades no han revelado de qué se le acusa, ni en qué lugar colaboró con la banda.

"Debido a que es una fugitiva hay muy poco que podamos decir que no esté incluido en su perfil de 'Los más buscados' (…) Ella es un objetivo de la INTERPOL y las autoridades salvadoreñas la buscan por su afiliación con una organización terrorista", dijo a Univision Noticias, Matthew Bourke, vocero de ICE.

Debajo de la foto de Ingrid, en la cual aparece con una expresión dura, las autoridades han colocado esta advertencia: "No intente detenerla".

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'La Gata' y 'Flaca'

Miriam Barilles Escamilla, alias 'La Gata', es un caso especial. Ella alcanzó un aparente rol de liderazgo en una clica en el estado de Virginia. Reportes de la corte muestran que esta joven de 26 años igual atendía a reuniones de la banda en Manassas rodeada de varios hombres, que se involucraba en robos o discutía la venta de droga en esa zona.

Una investigación federal revela que le pidió en 2012 al pandillero Oscar Trejo, alias 'Trigger' y 'Maliente', que "matara a una persona en Virginia". No está claro si la orden se ejecutó.

Nacida en El Salvador, Miriam es la única mujer que ha sido nombrada en una acusación originada en Carolina del Norte, la cual señala a 37 miembros de la MS-13 de múltiples cargos, incluido asesinato, intento de homicidio, asalto, venta de droga, así como delitos relacionados con armas de fuego.

'La Gata', como le pusieron sus cómplices por razones desconocidas, sigue prófuga.

Otra mujer de la banda es Shannon Marie Sánchez, alias 'Flaca' y de 36 años. Su labor se enfocó en ocultar a mareros y limpiar el rastro de sus crímenes. Ella enfrenta una sentenciada de 15 años de prisión por prestar su casa en Leesburg, Virginia, para que estos "se reunieran, planearan y coordinaran sus actividades de la pandilla", señala la Fiscalía federal.

Uno de esos planes giró en torno al asesinato de Carlos Otero-Henriquez, de 18 años, el 21 de mayo de 2016. Varios pandilleros le dijeron al joven que irían a una fiesta, pero lo llevaron a un lugar solitario cerca de Harpers Ferry, donde lo apuñalaron más de 50 veces. Su cadáver fue enterrado ahí.

Los asesinos son parte de la clica Virginia Locos Salvatruchos (VLS), que opera en el norte de ese estado, y creían que la víctima estaba aliada a la Barrio 18.

Después de cometer el asesinato, los acusados fueron a la casa de 'Flaca', quien "les ayudó a quemar su ropa y a destruir pruebas del crimen", afirmó la Fiscalía.

La armenia que vendía droga

La Coronado Street Locos, una célula de la MS-13 que opera en el oeste de Los Ángeles, aceptó en sus filas a una mujer de origen armenio. Se trata de Maggie Sankikian, alias 'Goofy'. Es madre de tres hijos, tiene 37 años y se involucró en la banda debido a su adicción a las drogas que inició a sus 15 años.

Maggie fue la única mujer entre 44 miembros y socios de la Mara en Los Ángeles contra quienes las autoridades federales presentaron cargos de asesinato, extorsión, narcotráfico, entre otros delitos graves.

Desde el 26 de enero de 2017, ella cumple una sentencia de 18 años en prisión por posesión para vender marihuana y metanfetamina. Su proceso se agravó porque la ligaron con la violenta MS-13.

Cuatro meses después de esa condena, la Fiscalía federal le impuso nuevos cargos por narcotráfico que le agregarían un castigo adicional de unos 10 años de cárcel.

Informantes de la Policía le compraron a Maggie varios gramos de metanfetamina entre el 26 de enero y el 5 de marzo de 2015.

Su defensa ha pedido que no le agreguen más años a su condena previa, argumentando que es adicta, sufre depresión, tiene pensamientos suicidas y es madre de tres hijos.

"Sus primeros años de vida estuvieron marcados por dificultades, depresión y el consumo de narcóticos", señala un documento sometido por su abogado en la corte, argumentando que tras la muerte en 2009 de su abuela materna, quien la crió, comenzó a consumir drogas y a herirse.

"La pandilla fue el único lugar en que la señora Sankikian se sintió aceptada y protegida", indica la defensa. "Su propio consumo de drogas, su involucramiento con la pandilla, su depresión y su necesidad de alejarse de las calles la llevó a vender drogas para vivir", agrega.

En una carta enviada al juez que revisa este proceso, su hermano menor Avedis Sankikian, pidió clemencia para ella, contando las dificultades que ha enfrentado ella. "Entiendo los errores de Maggie y su historial, pero estar tras las rejas no va cambiar a alguien, sino que hará que se suicide", advirtió.

Si el magistrado le impone un castigo ejemplar, Maggie saldría de la cárcel cuando tenga 64 años.

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Pandillas en Centroamérica: el origen del odio

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