SAN JUAN, Puerto Rico.- El sol nada sabe del invierno en este lado del Caribe. Pareciera que en el trópico uno suda y luego existe. Todo se derrite y El Viejo San Juan, ciudad amurallada de la capital, contiene desde este pasado miércoles -hasta hoy domingo- a miles de personas. Sólo parece haber un motivo. “Chico, yo vengo a vacilar”, dirá más tarde Juan, que mira embelesado un par de artesanías, cerveza en mano.
“Se sufre, pero se goza”: así olvidan las penas en Puerto Rico tras el paso del huracán María
Este domingo acaban las tradicionales Fiestas de la Calle San Sebastián del Viejo San Juan y dedicadas este año al artista de origen puertorriqueño Lin-Manuel Miranda. Las celebraciones han llegado cuando aún la isla sigue recuperándose de los estragos de los ciclones, por lo que algunos han salido a las calles para festejar "que estamos vivos y de pie".

Al filo del mediodía de este pasado sábado, quienes llenan la isleta puertorriqueña lo hacen cargando consigo los sinsabores que dejó en el país el paso del huracán María en el mes de septiembre. A ello se suma una economía moribunda, un saldo de 51 asesinatos en lo que va de año y poco menos de la mitad de la isla sin servicio de electricidad.
¿Qué cosas celebra un país en una de las peores crisis de su historia? ¿Cómo?
En esta edición de las Fiestas de las Calle San Sebastián algo quedará claro. En Puerto Rico a la tristeza se la amansa bailando. Estas fiestas son parte de una tradición que viene de mediados del pasado siglo. En su momento, un puñado de residentes de El Viejo San Juan tocaban música, exponían su arte y rendían tributo al santo que en el siglo III fue asesinado por negarse a abandonar su fe cristiana.
Hoy su evolución conglomera a músicos, bailarines, teatreros, artistas, familias, artesanos, vendedores ambulantes, billeteros de lotería, amantes de la jarana, las frituras, jóvenes, en fin, dispuestos a catar toda la cerveza del mundo y un largo etcétera. Si las calles adoquinadas y las paredes roídas de la ciudad antigua hablaran, habría que hacerse el de la vista larga.
Para llegar, lo conveniente es tomar un bus y compartir con desconocidos un merengue a viva voz que suena en los parlantes como anticipo de lo que vendrá.
SAN JUAN/PUERTO RICO-Nos queda hoy. Sigamos demostrando que podemos. pic.twitter.com/v2gORoIJ1O
— Carmen Yulín Cruz (@CarmenYulinCruz) January 21, 2018
Este año la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz, redujo a la mitad el presupuesto de las llamadas “Sanse" respecto al año pasado. En esta ocasión fueron dedicadas a Lin Manuel Miranda, quien no pudo asistir al jolgorio. De otro lado, la emblemática comparsa de cabezudos (especie de máscaras gigantes caricatrurescas) que organiza y confecciona el grupo teatral Agua, Sol y Sereno resaltó la labor de Tinti Deyá y Alexis Massol, fundadores del proyecto de autogestión comunitaria Casa Pueblo, así como a las comunidades dispersas por toda la isla que, a la hora de recomponer el país tras el paso del huracán María, fungieron como primera línea de defensa.
“La parte de afirmación, siempre y cuando sea para darnos fortaleza, yo creo que es necesaria”, dice firme el biólogo Arturo Massol, quien hoy día es el director asociado de Casa Pueblo.
"Estamos de pie"
A la pregunta de qué se celebra en un contexto tan convulso, Rigoberto Díaz, timbalero de la orquesta Luis González y el Tsunami de la salsa contesta: “Que estamos vivos y de pie, mi hermano”.
Puerto Rico, arrasado por la violencia, la corrupción y la desigualdad, parece encontrar en el carnaval su tan anhelado consuelo. Al fondo de una botella, en la mano que azota un tambor, en el roce sudoroso de la carne cuando se sabe muchedumbre.
Presentación en las Fiestas de la Calle San Sebastián.✨🏳️ pic.twitter.com/3oEOSP7jY5
— AbanderadasUPRH (@uprhabanderadas) January 21, 2018
Llega la noche y en La Perla, barrio emblemático de San Juan, se presenta el grupo de rumba Yuba Iré. En la tarima una pareja se contorsiona al ritmo de la música. Atrás quedan los motivos históricos y religiosos de la fiesta, atrás parece quedar la debacle económica, las noches de lluvia sin techo que le sobrevivirán a este minuto, si al frente una mulata en pantalones ajustados menea sus caderas como una revolución.
Arturo Massol más temprano lo aclaró. “No tiene por qué haber incompatibilidad en ser feliz, en querer ser feliz, y pelear por un mejor país”. Y es que, más allá de los lugares comunes, detrás de cada tragedia puertorriqueña hay un carnaval. “Se sufre, pero se goza”, dirá enseguida alguien de entre la rumba. Hoy -al menos hoy- no hay mayor verdad.













