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Lo mejor de San Diego es Tijuana

Cruzar la frontera es encontrar un vibrante ambiente, que ayudó a la autora de esta columna a apreciar California de otra manera.
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11 May 2016 – 09:31 AM EDT
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Tijuana callejera. Crédito: Alejandro Cabrera/Flickr

A medida que el debate sobre construir un muro en la frontera entre Estados Unidos y México se ha vuelto más intenso durante el último año gracias a Donald Trump, he estado de acuerdo con muchas de las reacciones típicas en contra del muro: Vilipendiar a los inmigrantes es ignorante y cruel. El deseo de mantener a otros fuera del país es antiestadounidense.

Pero tengo otro pensamiento al respecto que probablemente no se le ocurra a cualquiera que no vive cerca de la frontera: Por favor no me hagan más difícil viajar a México.

Vine a San Diego después de haber vivido durante años en Los Ángeles y Washington DC, dos ciudades dominadas por sus industrias respectivas: el entretenimiento y la política. Eran lugares en que podrías venir cansado de tu trabajo de bajo salario y encontrarte con el rodaje de un video musical o bien escuchar un debate sobre un proyecto de ley. Las ciudades latían con ideas que eventualmente llegarían a los hogares estadounidenses, ya fuera como un programa en Netflix o como una forma de financiar la distribución de anticonceptivos.

San Diego no tiene nada que ver con lo anterior. Hace poco el Wall Street Journal quedó impresionado que la gente está empezando a viajar al centro de San Diego para comer y vivir, algo que es normal en la mayoría de las ciudades grandes. Entre sus nuevos restaurantes elegantes y condominios, por lo general el centro de San Diego aún es una mezcla triste de agencias de fianza y oficinas cuyos trabajadores salen huyendo a las seis de la tarde. Después de mis primeros meses aquí, el ubicuo apodo de San Diego —la “Mejor Ciudad de los Estados Unidos”— empezó a parecerme un chiste involuntario. Es seguro, pero no vibra de emoción. El clima es excelente, pero lo tendrás que disfrutar entre largos viajes en tu auto. Está bien.

En San Diego tenía un maravilloso nuevo trabajo y un nuevo esposo pero me encontré extrañando los sellos distintivos de la vida urbana a los que estaba ya acostumbrada. Extrañaba tener un sistema de transporte público eficiente y un ambiente cultural vibrante. Al final tuve que hacer un viaje de un día para descubrir lo que hace que San Diego sea tan especial: resulta que es México.

Durante aquel primer viaje a Tijuana, nuestro grupo de quince personas nos montamos en un autobús viejo, tomando Cerveza Pacífico. Un antiguo periodista de San Diego nos fue guiando por un puñado de tiendas y puestos alrededor de la ciudad. Tomamos una sopa salada y sabrosa de vasos de poliestireno. En un patio al aire libre, comimos unos tacos hechos con tortillas divinamente blandas que estaban repletas de camarones a la parrilla, combinadas con un rico queso mozzarella derretido. Nos detuvimos para tomar helado en una tienda rebosando con suficientes colores para hacerles competencia a los 60 sabores en el menú, entre ellos nopal e higo con mezcal. Nos maravillamos ante galerías de arte llenando un callejoncito entre Calles Revolución y Constitución.

Me hice adicta a México.


Dentro de poco ya estaba viajando regularmente un poco más adentro del estado de Baja California para llegar al Valle de Guadalupe —famoso por sus viñedos— y luego por la costa hasta llegar a Ensenada.

Irónicamente, mis viajes de turista a México fueron lo que me inspiraron a explorar a mi propia ciudad más allá de los destinos turísticos que la gente relaciona con San Diego: las playas y el Parque Balboa.

El centro de la ciudad realmente no constituye el centro de cultura, compras y actividad del mismo modo que en otras ciudades. Pero pensé que si podía encontrar esos elementos en otro país, debería de poder hallarlos en mi propia ciudad. Y con el tiempo lo logré: descubrí una panadería portuguesa moderna en Ocean Beach, donde sirven la mejor horchata; galerías de arte en Barrio Logan, con obras inspiradas por los autos lowrider; y mercados japoneses con kioscos vendiendo fideos ramen y tonkatsu en un rinconcito del Convoy District. Pero realmente fueron mis exploraciones de Baja California lo que me dieron el norte para salir a buscar los rincones más vibrantes de San Diego.

Por supuesto, entrar y salir de México no es tan fácil como viajar de Vancouver, Washington, a Portland para una tarde de compras libres de impuestos, o montar los trenes BART entre San Francisco y Oakland. Pero tampoco es tan difícil.

Al lo largo del ultimo año se ha vuelto más común la cacofonía sobre el muro en la frontera. Las autoridades de San Diego —muchas de ellas republicanas— siguen facilitando los viajes a México. El sistema de trenes ligeros de la ciudad no te puede a llevar ni a la playa, ni al Zoológico de San Diego ni a prácticamente ninguno de los vecindarios de la ciudad que los planificadores esperan fomentarán el crecimiento futuro, pero sí te puede llevar a la frontera con México.

En una ostentosa rueda de prensa, Kevin Faulconer —alcalde de San Diego— y los ejecutivos de Uber anunciaron que el servicio de transporte ahora cruzará de un país al otro. Nuevas facilidades te permiten estacionar tu auto en Estados Unidos y cruzar un puente que lleva al aeropuerto de Tijuana, de donde puedes tomar vuelos más baratos a otras partes de México. Además, ya se acaba de iniciar una expansión multimillonaria del puerto de entrada San Ysidro, el cual ya es el cruce de frontera de mayor volumen en el Hemisferio Norte.

Un muro en la frontera destruiría el sustento de un sinnúmero de personas, o bien su capacidad de probar opciones académicas en Estados Unidos. No soy una de ellas. Tengo el privilegio increíble de poder pasar entre EEUU y México con facilidad relativa para fines de ocio.

Pero ser capaz de apreciar la región en general me ha hecho enamorarme de vivir aquí con muchísima fuerza en comparación a los tiempos en que me quedaba dentro de los límites de San Diego. Tanto San Diego como Tijuana tienen sus defectos, como toda ciudad. Pero en combinación se enriquecen mutuamente en una manera bastante asombrosa.

Poco después de que me mudé para San Diego, el alcalde recién electo propuso la idea de hacer una solicitud en conjunto con Tijuana para ser las sedes de unas futuras Olimpiadas. La gente se burló de la idea inmediatamente y hasta fue descrito como un fallo instantáneo, particularmente porque iba en contra de las reglas de las Olimpiadas. Sin embargo, menos de dos años después, el Comité Internacional de las Olimpiadas cambió de idea y dijo que después de todo, a lo mejor estaría abierto a solicitudes transfronterizas.

Tal parece que están llegando a la misma conclusión que yo: dos ciudades cercanas no existen aisladamente. Se nutren mutuamente y se complementan, incluso cuando hay una frontera internacional entre ellas.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.

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