Tras el asesinato de Charlie Kirk, EEUU parece estar irremediablemente dividido. ¿Hay alguna salida?

Mucha gente piensa que el país está en un punto de inflexión.

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Lee Bebout * (The Conversation)
Video Spencer Cox, el gobernador republicano de Utah que habla de unidad tras el asesinato de Charlie Kirk

Poco después del ataque mortal contra el activista conservador Charlie Kirk, muchos políticos y analistas destacaron la importancia del discurso civil. El gobernador de Utah, Spencer Cox, pidió una “salida” a las hostilidades políticas, mientras que su par de California, Gavin Newsom, emitió un comunicado condenando la violencia política.

Elogió el “compromiso con el debate” de Kirk y añadió: “La mejor manera de honrar la memoria de Charlie es continuar su trabajo: relacionarnos entre nosotros, cruzando ideologías, mediante un discurso animado”. El comentarista político Ezra Klein escribió: “Puedes no estar de acuerdo con muchas de las creencias de Kirk, pero esta afirmación sigue siendo cierta: Kirk practicaba la política de la manera correcta”.

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Con tantos estadounidenses consumiendo contenido político en foros aislados unos de otros en las redes sociales y rodeados de algoritmos que fomentan la indignación, estos ideales pueden parecer anticuados, si no imposibles. Claramente, el asesinato es algo inaceptable. Pero, ¿qué significa practicar la política “de la manera correcta”? ¿Cómo pueden las personas interactuar “cruzando ideologías” con buenas intenciones?

Bueno, una forma errónea de practicar la política es limitar que el otro lado tenga una voz autorizada. Desde 2016, la organización que Kirk cofundó, Turning Point USA, ha mantenido una base de datos llamada Professor Watchlist. Esta base de datos en línea generó campañas de acoso contra profesores, con llamados a despidos, correos de odio y amenazas de muerte. Claro está, la izquierda tampoco ha estado exenta de excesos de acoso en años recientes.

Kirk también era conocido por ir a campus universitarios y hablar con estudiantes: entrando en la boca del lobo y desafiando amablemente a las audiencias a que lograran “cambiar mi opinión”.

Para mí, el impulso de silenciar al otro lado, combinado con el enfoque “cambia mi opinión” en el debate, solo ha exacerbatado la polarización y el arraigo político. En cambio, propongo algunas formas diferentes de pensar las conversaciones con personas cuyas opiniones difieran de las propias.

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La fantasía de cambiar rápidamente de opinión

En mi próximo libro, Reglas para reaccionarios: Cómo mantener la desigualdad y detener la justicia social, exploro las estrategias lingüísticas usadas para promover la supremacía blanca y el antifeminismo en la política y cultura de Estados Unidos.

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La democracia deliberativa es la idea de que la toma de decisiones y gobernanza se logra mediante un diálogo reflexivo, razonado y respetuoso. Esto puede tomar la forma de debates en el Congreso o interrogatorios en asambleas ciudadanas. Pero también moldea la manera en que los vecinos o ciudadanos se tratan entre sí, ya sea en la calle o en la mesa familiar.

Sostengo que uno de los grandes obstáculos para que Estados Unidos aborde sus mayores problemas es cómo los estadounidenses conceptualizan la democracia deliberativa: existe la fantasía de que las mentes pueden cambiarse fácilmente, si solo se les da cierta información o se escuchan ciertos argumentos.

En los 90, esto fue ejemplificado con un programa enfocado en el asnto racial del expresidente Bill Clinton que se planteó como vehículo para la transformación social y política. Clinton creía que una junta asesora de expertos podría fomentar un diálogo nacional significativo y producir la sanación necesaria.

Como respuesta, figuras políticas conservadoras objetaron tanto la necesidad del diálogo como la composición del comité que lo lideraba.

Cuando terminó el segundo mandato de Clinton, la iniciativa desapareció silenciosamente, mencionada solo de manera breve en sus memorias. Sin embargo, con cada nuevo punto crítico racial, desde el arresto de Henry Louis Gates en 2009 hasta el asesinato de George Floyd, resurgían los llamados a la conversación nacional. Pero la raza sigue siendo un asunto políticamente y culturalmente sensible.

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Del mismo modo, muchos estadounidenses ven a amigos, familiares y colegas como blancos para convertir. Debido a mi investigación, a menudo recibo esta pregunta de mis estudiantes: “¿Cómo cambias la opinión de alguien que dice ser socialista?” O la plantean así: “Se acerca el Día de Acción de Gracias con mi familia, y mi tío Johnny es tan transfóbico. ¿Cómo lo convenzo para que apoye los derechos trans?”.

La teórica cultural Lauren Berlant describiría estos encuentros como momentos de “optimismo cruel.” Existe la creencia de que lo que vas a hacer es algo bueno y valioso. Pero vez tras vez, te topas con sentimientos de frustración.

Al debatir política, muchas personas desean la oportunidad de dialogar con quienes no están de acuerdo. Esperan cambiar corazones y mentes. Pero pocas mentes, si es que alguna, cambian tan rápido, y considerar estas conversaciones como pequeñas oportunidades resulta ser su punto débil.

Abrir mentes en lugar de cambiarlas

Existen enfoques más fructíferos para la conversación que intentar ganar un argumento con frases hechas o momentos “te atrapé”.

En lugar de tratar de cambiar inmediatamente la opinión de alguien, ¿qué pasaría si la meta fuera simplemente plantar semillas? Este enfoque transforma el diálogo de un intento de conversión en una conversación legítima, donde solo ofreces a la otra persona algo para considerar después.

Otra estrategia es recordar que las conversaciones suelen tener múltiples audiencias.

Pensemos en la cena de Acción de Gracias con el tío Johnny. ¿Qué tal si, en lugar de concentrarse en convertirlo, quien habla reconoce que hay otros oyentes en la mesa? Quizá podrían replantear el encuentro no como convertir a un adversario, sino como modelar a los familiares cómo dialogar sobre valores con un ser querido con quien se discrepa vehementemente. O tal vez quien habla reconozca que algún primo en la mesa está en el armario y haga el esfuerzo de mostrar cómo enfrentar la transfobia.

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En ambos casos, la conversión del tío Johnny deja de ser el objetivo. El diálogo cívico y la persuasión siguen presentes.

El cambio es lento pero nunca inútil

Si Estados Unidos va a sanar su vida cívica mediante el diálogo, creo que hará falta que los estadounidenses no solo hablen con quienes piensan diferente, sino que también los escuchen.

Krista Ratcliffe, académica de retórica en la Universidad Estatal de Arizona, ha escrito sobre su concepto de “escucha retórica”. Los oyentes, argumenta, no deben estar atentos solo a las palabras, sino también a las experiencias de vida e ideologías que las moldean.

La escucha retórica significa evitar el afán de superar al oponente o convertir a las masas ignorantes. En cambio, se dialoga desde una posición de curiosidad, con disposición a aprender y crecer.

Muchos piensan que Estados Unidos está en un punto de inflexión. ¿Seguirán las familias y amistades destrozándose? ¿La mayor polarización política conducirá a más violencia? A menudo todo parece desesperanzador.

Como Sísifo, muchos probablemente sienten que continúan empujando una piedra cuesta arriba solo para verla rodar hacia abajo al otro lado. El error es sorprenderse cuando la piedra vuelve a caer, asombrarse de que no hubo progreso y que se debe comenzar otra vez.

Aunque la tarea sisífica de la democracia deliberativa exige que los ciudadanos empujen la piedra día tras día, también deberían reconocer que, al hacerlo, el peso de la piedra empujada colectivamente irá alterando lentamente e imperceptiblemente el terreno.

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Además, como escribió el filósofo francés Albert Camus, es importante “imaginar a Sísifo feliz” —para continuar aprovechando la alegría que se pueda obtener a medida que este duro trabajo avanza.

*Lee Bebout es profesor de inglés en la Universidad Estatal de Arizona.

Este artículo fue publicado inicialmente en The Conversation. Puedes leer en inglés el original.

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