Lifestyle

Te extraño... y porque te extraño, esta Navidad brindaré por ti, abuelo

Nos conocimos en una sala de hospital, la calidez de tus brazos me dieron seguridad, tus ojos me amaron más que cualquier otros en mi vida. Ahí fue cuando nos presentaron, nieto y abuelo, para siempre.

PUBLICIDAD

No entendía muy bien de qué se trataba esto de los nietos y los abuelos, pero con el tiempo supe que era el lazo familiar más lindo, el más fuerte.

En cada paso que daba estabas ahí, no te perdiste mis fiestas escolares, ni mis fiestas de cumpleaños y mucho menos mi graduación. Siempre sonriente, siempre con la palabra y el consejo justo, dispuesto a dar todo para que sea feliz.

Cuando me hice adulta, comencé a visitarte menos, siempre ocupada, siempre a destiempo, olvidaba pasar a tomar el té contigo. Como no querías perder contacto conmigo,  me llamabas por teléfono y yo me irritaba, porque me contabas las cosas dos veces y no recordabas algunas palabras, así que hacía todo para que nuestra llamada fuera corta.

Imagen shutterstock

Un día, sonó el teléfono, eras tú, pero nuestra llamada no sería como las demás… Me llamaste porque te sentías mal, porque me necesitabas como te necesité yo cuando era pequeña y estaba enferma.

De pronto nos ví, juntos, cuando ambos teníamos la vitalidad para hacer lo que queríamos y recordé todo...

Recordé cada momento que tomaste mi mano para dar un paso importante, cada lágrima de emoción que derramaste al ver mis triunfos, cada broma, cada juego, cada consejo.

Recordé tus caricias y tus besos, recordé cuando me decías que no éramos eternos y por eso debíamos disfrutar la vida. Lo recordé todo, abuelo. Fue entonces cuando me di cuenta de la realidad, no estarías junto a mí para siempre y eso me aterraba. Me enojé con Dios, con la vida, con los doctores y contigo.

PUBLICIDAD

No estaba preparada para despedirme, pero tuve que hacerlo. No sin antes devolverte una pequeña parte de lo que hiciste por mí. Me di el lujo de malcriarte, de hacerte chistes de mal gusto, de cocinarte cosas casi tan deliciosas como las que tú hacías…

Imagen shutterstock

Luchamos juntos por casi un mes y luego decidiste partir, hacia un lugar mejor, donde el dolor no existe y la paz reina.

Yo quería que te quedaras aquí, junto a mí. Me había dado cuenta de todo, nunca más faltaría a nuestros encuentros vespertinos, pero debías irte.

Siempre dije que habías aprendido tanto de la vida que Dios quería tenerte a su lado para que no revelaras todos sus secretos.

Nunca me podré conformar con la idea de no verte más, nunca pude despedirme de ti y nunca lo haré…

Esta es la primera Navidad en la que habrá una silla vacía, es la primera vez en mi vida que no podré ver la ilusión que te hacía tener a toda la familia reunida. Es la primera Navidad de muchas sin ti…

Imagen shutterstock

Necesito que sepas, dónde quiera que estés, que te amo y te recuerdo cada día, a cada paso. Tus consejos fueron útiles, tus enseñanzas valieron la pena, y tus memorias siguen vivas en mí.

No puedo mentirte, muchas cosas cambiaron desde que te fuiste, y sé que seguirán cambiando. Algunas mejorarán, otras se pondrán peor… pero vamos a estar bien porque nos enseñaste a ser fuertes.

Quiero pedirte un último favor, sé que no podrás bajar a darme un último consejo, pero solo te pido que esta Navidad, cuando sean las doce, levantes tu copa y brindemos juntos. Brindaré por ti, por todo el amor que dejaste en este mundo y brindaré para volvernos a encontrar…

PUBLICIDAD

Te extraño, como siempre y para siempre, tu nieta.

>> ¿Por qué los millennials debemos acercarnos más a nuestros abuelos?