En la mayoría de las series –sin importar de qué género– la trama suele enfocarse en los personajes principales, los que «introducen» al espectador a la trama que se desarrollará en los subsecuentes episodios.

Arrested Development, con su humor a veces sutil e incluso rebuscado, y sus constantes autorreferencias y chistes internos que la hacen una serie difícil de seguir para un espectador casual, nunca fue realmente un fenómeno de masas, y es justamente esto lo que le valió su cancelación en Fox en 2006.

Arrested Development, la comedia de culto un poco adelantada a su tiempo que Fox emitió por tres temporadas y luego canceló por bajos números de audiencia, se dio el gusto de regresar de la mano de Netflix, el servicio de streaming que descubrió que había un buen negocio en resucitar series aclamadas por la crítica y no tan masivas pero con una dedicada y entusiasta base de seguidores.

El camino que ha seguido Arrested Development ha sido bastante irregular y plagado de sobresaltos.

En las sitcoms existen uno o muchos personajes arquetípicos o estereotipados; no es algo demasiado original, pero cumple con la función de crear vínculos instantáneos con el espectador. En toda sitcom que se respete siempre existirá uno o más personajes inherentemente patéticos (los perdedores), los graciosos y ocurrentes (los comic-relief), los menos inteligentes y, como no puede ser de otra manera, los insufribles e irritantes.

Es imposible que una serie no incluya en algún momento un episodio que se lleve a cabo en alguna fecha festiva, y las sitcoms aprovechan esto para crear situaciones únicas en donde los personajes posiblemente arruinen la festividad correspondiente para luego solucionar (o no) sus problemas, todo en media hora o un poco más, así como pasa en estos episodios festivos clásicos de las sitcoms.