LOS ÁNGELES, California.- Días antes de entrar al quirófano para que le extirparan uno de los dos tumores alojados en su cerebro, el colombiano John Carlos Ordóñez, veterano de la Marina, planeó “una cita” con sus tres hijas mayores (de 2, 4 y 6 años) en un restaurante californiano. Los médicos ya le habían advertido que existía el riesgo de que terminara en coma o incluso perdiera la vida.
"Estoy decepcionado de no recibir ayuda del gobierno": un exmarine enfermo lucha por sostener a su familia
John Carlos Ordóñez, veterano de origen colombiano, sufre de tumores cerebrales. Sobrevivió a una delicada cirugía que le realizaron hace una semana y su salud aún es frágil. Otra de sus preocupaciones es mantener a su familia durante su recuperación, en la que se ha quedado sin ingresos.


Él cuenta que aquella comida era de cierta forma una posible despedida . Ahora tiene una cuarta hija, de apenas un mes de edad. “Aunque ellas no entendían lo que hubiera pasado, hice la cita para que ellas recordaran algo, para que la pasáramos bien juntos, solo ellas tres y yo”, relata Ordóñez en una entrevista con Univision Noticias.
Para ese entonces, el exmarine de 30 años ya había escrito su testamento y había firmado un poder notarial para que su esposa tomara cualquier decisión conveniente en caso de que él falleciera en el hospital.
El pasado 25 de noviembre, el inmigrante colombiano ingresó finalmente a la sala de operaciones. Todo salió bien: los doctores lograron retirarle un tumor que estaba alojado en el lazo izquierdo de su cerebro. Ahora está en recuperación, la cual podría requerirle al menos tres meses de reposo.
Pero esa lucha aún no la ha ganado. Los especialistas le encontraron otro tumor en un lugar delicado del cerebro y por el momento le advierten que es casi imposible extirparlo.

Tiene otra batalla: siendo el único proveedor de su familia se ha quedado sin ingresos. El seguro por discapacidad laboral establece que solo pueden ayudarle cuando la convalecencia dura al menos un año. Se encuentra bajo permiso laboral sin paga (ya usó todos los días de vacaciones disponibles y permisos para cumplir con varias citas médicas), por eso tampoco puede recibir un cheque por desempleo.
Ordoñez dice que se siente “abandonado” por el gobierno estadounidense, después de servir en la Infantería de Marina entre 2009 y 2013, y de trabajar durante cuatro años como policía federal contratado por el Departamento de la Defensa para proteger una base militar en Barstow, California.
“No me gustó eso. Me siento decepcionado que no puedo recibir ayuda (del gobierno)”, reclama.
A este exmilitar no le ha quedado más que apelar a la caridad de la comunidad y abrió una cuenta en GoFundMe, que al momento apenas ha colectado algo más de 2,200 dólares.
Dice que le duele imaginar que podría pasar Nochebuena sin darles obsequios a sus hijas. “He pensado mucho en eso: que no puedo darles a las niñas un regalito de Navidad. Como tenemos un recién nacido, también se me hace difícil porque necesita pañales”, menciona.
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El refugiado que se volvió militar
Ordóñez tenía 11 años cuando su familia dejó su natal Colombia para pedir asilo en EEUU. Estudiaba en la universidad cuando decidió enlistarse en la Marina . Entonces tenía 20 años. “Para agradecerle a Estados Unidos por lo que hizo conmigo y con mi familia, me metí al Ejército”, relata este joven que en 2010, durante su servicio militar, se naturalizó estadounidense.
Fue marine durante cuatro años, siete meses y once días. En 2013, durante un tenso período por las acciones y la retórica del dictador norcoreano Kim Joung-un, él estuvo en una base militar en Corea del Sur, entrenando en caso de que ocurriera un conflicto bélico en esa región. También lo enviaron a la base de los Marines en San Diego, California, y a Quantico, en Virginia.
Ya fuera de las Fuerzas Armadas, en 2014, ingresó a las filas de la policía federal que vigila una base de los marines en Barstow. Su labor era proteger a los habitantes de esa instalación militar, incluyendo investigar amenazas terroristas contra el sitio. Era el trabajo de sus sueños.

Su vida, sin embargo, dio un giro porque su salud se fue minando inexplicablemente. Los especialistas notaron que tenía un sangrado en el cerebro y descubrieron allí los tumores. “Me sentía muy mal”, recuerda.
Aceptó que paulatinamente estaba perdiendo la capacidad para desempeñar su trabajo como policía federal y renunció. “No quería ponerme en riesgo a mí, a mis compañeros, ni a las personas que teníamos que proteger en la base militar, porque en ciertos casos respondíamos a situaciones con terroristas”, contó.
Su siguiente y actual empleo es atender las admisiones en la sala de emergencias en un hospital de la base militar Forth Irwin, California. Es un empleo poco estresante, dice él, que le ayudó a sobrellevar sus padecimientos durante los últimos meses.
Creía que eso y un tratamiento sustentado en medicamentos le permitirían sanar poco a poco. No fue así. El 10 de agosto de 2018, cuando se dirigía del trabajo a su casa, Ordóñez perdió el conocimiento y su coche fue a parar en los vados de tierra a un costado de una carretera.
“Parece que me dio una convulsión cuando iba manejando a 75 millas (120 kilómetros) por hora (…) Gracias a Dios no tuve heridas graves y no choqué con otro carro. Fui muy afortunado”, celebra.
Debido a ese percance él agilizó los trámites para su cirugía cerebral. Lleva una semana en recuperación y ha sido muy difícil. Ahora no puede dormir por el dolor constante, pero dice que le preocupa más no tener dinero para proveer a los suyos.
Su mayor anhelo es recuperarse para ver crecer a sus cuatro hijas y volver a estar en una agencia del orden. “Quiero mejorar completamente; también me gustaría volver a ser policía para proteger a la comunidad”, dice.





















