Estas son las razones por las que no llevaré mi arma al salón de clases

No puede haber educación si los educadores están armados. Aquí les explicamos por qué.

Un entrenamiento de manejo de armas en Utah.
Un entrenamiento de manejo de armas en Utah.
Imagen George Frey/Getty Images

Tras el reciente tiroteo masivo en Parkland, Florida, el debate sobre las armas en Estados Unidos se ha reanudado con fuerza y el presidente Donald Trump ha sugerido en repetidas ocasiones una posible solución: alentar a los educadores a portar armas de fuego en las aulas. La lógica (si se le quiere llamar así) es que las escuelas son más seguras si optamos por capacitar a los maestros para que defiendan sus clases con fuerza letal y promuevan el mensaje de que las escuelas no son ‘objetivos fáciles’.

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Pero no todos los maestros, subrayó el presidente: solo "personas con gran talento para las armas de fuego" que "se sienten más cómodas teniendo el arma de cualquier modo". Entre un 10% y un 40% de los educadores del país podrían estar armados, según sugirió en comentarios y tuits posteriores. " Les daríamos una especie de bonificación". Esto, dijo, "resolvería el problema de inmediato".

En teoría, soy exactamente el tipo de educador armado que el presidente parecía describir, del tipo que podría inscribirse para ganarse esa bonificación. Crecí rodeado de armas de fuego, expuesto a prácticas de tiro desde una edad muy temprana y me siento muy cómodo estando cerca, manejando y disparando armas. Tengo muy buena puntería. He disparado más tipos diferentes de armas de fuego de las que puedo recordar, incluyendo bastantes rifles de asalto, y he poseído una gran variedad de armas durante mi vida adulta, incluyendo actualmente. Ya siendo un veinteañero, tenía un permiso de portación de arma oculta que me permitía llevar legalmente una pistola oculta en varios estados, un privilegio que ejercía con más frecuencia de lo que debí. Es exactamente esta experiencia la que me hace tan intensamente escéptico ante la idea de que armar a los maestros pueda ser buena.


Es difícil creer que esto tenga siquiera que mencionarse. Como muchos editoriales y artículos de opinión ya han declarado, los diversos obstáculos prácticos y los enormes peligros involucrados en entrenar y armar a cientos de miles de profesores son inmensos. Esto es en muchos sentidos una distracción poco seria del debate sobre el control de armas que debemos tener.

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Pero también soy profesor universitario e investigador de psicología y, mientras los estadounidenses estén hablando en serio sobre maestros armados con armas de fuego, creo que falta un elemento clave en esta discusión: un reconocimiento de cómo las armas de fuego cambian la forma en que pensamos y cómo vemos a los demás.

Estar armado te pone en un estado mental que no es propicio para la enseñanza. Portar un arma de fuego responsablemente significa que estás operando en un estado de mayor conciencia y precaución. Sabes dónde está tu arma de fuego en todo momento. Estás consciente de tu entorno. Estás consciente de todo lo que te rodea. Y ya sea que quieras admitirlo o no, estás buscando una amenaza: tratando de identificar si necesitas o no usar esa arma de fuego que llevas.

"No me puedo imaginar entrar a mis clases cada día mentalmente preparado para educar a mentes ávidas y tener que ejecutar a otro ser humano".


Semejantes actitudes pueden ser totalmente apropiadas para un agente del orden, un agente de seguridad o un soldado. No son en absoluto apropiadas para educar.

Doy clases en aulas llenas de adultos jóvenes varias veces a la semana. Me tomo en serio mi trabajo y mi papel como educador con la gravedad y la sinceridad que creo que la situación exige. Veo la relación con mis alumnos como algo casi sagrado. Cuando están en mi aula, soy responsable de ayudarlos a formarse y guiarlos hacia el futuro que esperan lograr. Mis alumnos confían en mí y ellos me han sido confiados para educarlos, cuidarlos y ayudarlos a crecer. Cualquier intento de fusionar este deber con la actitud de ser un agente armado en medio de ellos simplemente no es posible. Personalmente, no me puedo imaginar entrar a mis clases día mentalmente preparado para educar a mentes ávidas y tener que ejecutar a otro ser humano si la situación lo exigiera.

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Estas realidades son irreconciliables para mí y creo que lo son para cualquiera que sea honesto consigo mismo. Incluso si se pudieran superar de alguna forma todas las barreras prácticas para armar a los educadores, los aspectos psicológicos de esto deberían descartar esta discusión. Cuando los educadores se convierten en ejecutores de la ley, la educación se detiene.

En mi vida académica, una de mis áreas de especialización es la psicología de la religión y la espiritualidad. Estudio lo que las personas creen, por qué lo creen y cómo esas creencias moldean sus vidas. Cuando se trata de armas en Estados Unidos, gran parte del diálogo público me recuerda temas de fe y religión. En cualquier sistema de creencias, la fe en la verdad superior —Dios, escrituras o alguna otra realidad espiritual— siempre gana; la fe prevalece sobre la razón, sobre la ciencia, sobre los hechos y sobre la civilidad. El debate sobre las armas de fuego ha tomado este rumbo. Hace tiempo que dejó de ser un diálogo sobre lógica, hechos o razones, y se convirtió en un conflicto ideológico entre personas con visiones del mundo fundamentalmente diferentes. Y si las grandes guerras religiosas durante la historia de la humanidad nos han enseñado algo, es probable que este enfrentamiento demore más tiempo en disiparse de lo que nos gustaría admitir.

Aun así, tal vez haya esperanza. Si un muchacho de 21 años a quien le gustaban las armas de fuego puede crecer y convertirse en un profesor universitario que esté dispuesto a tomar una postura en contra de este absurdo, tal vez otros puedan hacerlo también.

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Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.