Pasa la Salsa: Una historia de amor y seducción sobre la pista de baile

Las paredes negras servían de trasfondo para destacar aún más las caras retratadas en homenaje póstumo a las grandes estrellas de la salsa mundial. Entre otros, había retratos de Hector Lavoe, el gran cantante puertorriqueño, y Celia Cruz, más grande que la vida misma, con joyas desproporcionadas y pelo multicolor que en cualquier otra persona hubiera sido causa para la burla pero en su caso no hacía más que resaltar su carisma.

PUBLICIDAD

Poco a poco, el espacio se empezó a llenar. Parejas jóvenes, mujeres en jeans y botas y camisetas puperas. Hombres con camisetas abiertas para demostrar los pectorales cuidadosamente trabajados en el gimnasio y crucifijos de oro o plata, para que no puedan existir dudas sobre su fe, aún cuando hubieran dejado a sus esposas fieles en casa. Maridos y mujeres, novios y novias, solteros y solteras: todos allí para mostrar sus habilidades en la pista de baile o para seducirse y volver a prender la llama de la pasión. Algunos grupos de amigas, y entre ellas yo, bailando libremente al ritmo del son, del cha cha cha, de la salsa. Un espacio para gozaaaaaar.

Siempre quise aprender a bailar salsa. Dirán que es un baile machista. Y eso es lo más seguro. El hombre lidera. La mujer sigue. Pero también es de lo más seductor. Cuerpos que gimen juntos, pegados. Brazos que se extienden y se retraen, pasando caricias por cabeza y cuello. Pies que muestran su agilidad; caderas su flexibilidad. No puedes conocer la cultura latina hasta que no la bailas.

Bailábamos entre las tres amigas. Seguramente llamábamos la atención. Dos mujeres bien altas: una rubia y otra morenita. La tercera, de estatura normal y con pinta local, se lograba camuflar mejor, pero todas las tres con ritmo innato y libertad de expresión de cantantes que somos. Nos habíamos unido a un grupo de amigos que tenían una mesa y estábamos dichosas, desfogando energía pura con cada movimiento de nuestros cuerpos.

Cuando, de pronto, veo a una de mis amigas desaparecer en un giro inesperado. Un hombre le tomó de la mano y le empezó a dar vueltas y vueltas, para luego pegarla a su cuerpo y –haciendo gala de sus habilidades como líder– bajarla sobre su rodilla casi al piso. Yo me quedé asombrada. Qué sana envidia de mi amiga que sabía bailar salsa. No como yo, que había decidido hace más de veinte años que mi mejor estrategia ante la falta de conocimiento de los pasos era menear bastante la cadera y sonreír: al fin y al cabo, me parecía que eso era el 80% del baile. Pero en el fondo, esto enmascaraba una gran frustración de querer bailar como los dioses.

PUBLICIDAD

Terminó el baile de mi amiga con el apuesto pretendiente y ella volvió a nuestra rueda, sudada y sonreída. Y dos minutos después, sorpresivamente, me tocó el turno a mí. El mismo hombre me agarró la mano, luego la cintura… “Tómalo suave conmigo”, le dije, “porque yo no sé bailar salsa. Mi amiga, sí.” Me pegó aún más fuertemente a su cuerpo y me empezó a dirigir, meneando su cadera con la mía, sin dejar una posibilidad de duda de la dirección en la que me tenía que mover. “Así que esto es bailar con alguien que sabe”, me dije a mi misma.

“Si así bailas salsa cuando no sabes bailarla, mujer, ¿cómo será cuando hayas aprendido?” El piropo le nacía con la misma fluidez con la que movía sus caderas. Colombiano tenía que ser, por ambos lados. Parecíamos chicle, pegados uno a otro, en un constante movimiento elástico de cintura para abajo. Me miró a los ojos. Sus labios rozaron mi hombro desnudo. Y de pronto, me di cuenta que yo estaba desdoblada para atrás, mi pelo suelto a punto de topar el piso. Era un movimiento que se podría haber catalogado de indecente si no fuese por su elegancia.

Me puse tensa, asustada de que me suelte o de que me caiga. Nunca en mi vida nadie me había movido así. No es que no me gustó pero me dio miedo y claro, él, atado a mi cuerpo, pudo sentir el temor. “¿Por qué no confías?” me preguntó. Y como para probar su punto, insistió en mantenerme en la posición, hasta que no me quedó más remedio que aceptar su control.

Terminó la canción, me agradeció y se fue, quién sabe a cuál rincón de la discoteca. Su camiseta verde le hacía fundirse con las paredes. Pero yo le seguía sintiendo: el calor de su cuerpo calentaba el mío aún en su ausencia. Seguí bailando con mis amigas y los otros de nuestro grupo. Me tomé un sorbo de mi trago. Me entró la duda. ¿Me pediría que baile otra vez? Porque no me lo quise admitir, pero a pesar de mis temores, había sido una de las experiencias que más he gozado en mi vida: El sentirme fuera de control en los brazos fuertes de un hombre obviamente experto en lo que hacía. Quería que se volviera a repetir. Pero tampoco no le iba a buscar. Allí se dañaría el juego.

PUBLICIDAD

No tuve que esperar mucho. A lo largo de la noche, este hombre apuesto cuyo nombre ni sabía, se me acercó varias veces para bailar. En una de ellas, se rompió mi collar. El se lo guardó en el bolsillo para poder seguir bailando. Buena excusa –por más accidente que haya sido– para que yo tenga que buscarlo a él para recuperar la joya. Y esto fue un motivo conveniente para que me lleve a un espacio aparte, bailemos pegaditos y me robe un rápido beso. “¿Y eso?” le dije, fingiendo molestia. “Parte del baile”, me respondió coquetamente.

Me llevé mi collar y volví a mi mesa, donde empecé a despedirme de mis compañeros de grupo, quienes jocosamente se burlaban de mi supuesto linaje latino demostrado en el baile. Era hora de irnos a casa. Pero claro, faltaba la última oportunidad. Se me acercó, me agarró de la mano y me giró tantas veces seguidas que ya casi no pude ni pararme. “Tú que eres experto”, le dije, “¿qué se hace para no marearse?” La respuesta fue inmediata y esclarecedora: “¡Gozar, mujer, gozar!” Y así mismo hice.

Imagen Thinkstock

Nuestro regalo: El amor en los tiempos de violencia

Durante un año, el Proyecto No Más en Ecuador ha aprovechado este espacio que nos brinda iMujer para explorar con ustedes las situaciones de violencia que lamentablemente muchas de nosotras vivimos en el día a día y apoyarnos para que podamos cambiar estas situaciones. Es nuestro sueño crear un mundo mejor. Este año 2016 seguiremos en nuestra misión de reducir la violencia doméstica y el abuso sexual y de incrementar el respeto y el diálogo para todos.

PUBLICIDAD

Pero en esta época de fiestas, hemos querido regalar a nuestras lectoras un mensaje esperanzador para que todas recordemos que muy a pesar de cualquier situación difícil que hayamos vivido, podemos volver a amar y a ser amadas. Cuando aprendemos a amarnos a nosotras mismas lograremos la más profunda felicidad. Y si en ese momento nos llega la persona que nos puede acompañar, con cariño, en nuestros caminos por la vida, ¡cuánto mejor! Al final del día, nadie nos puede quitar lo bailado.

VER TAMBIÉN: 8 preguntas y respuestas sobre el maltrato a la MUJER para que digas ¡NO MÁS!

Relacionados: