Nebraska es un título inusual en la categoría de Mejor Película de los próximos Oscar. Muy pequeña en presupuesto como en argumento, sin grandes estrellas y rodada en un imperdonable blanco y negro según los criterios mainstream.
[Crítica] Nebraska, de Alexander Payne

Sin embargo, Nebraska obra su magia y logra meterse en el corazón de la industria, luchando contra su apariencia de producción independiente y demostrando que es una relato familiar enorme y emocionante, como aquellos que alguna vez eran éxito de público y que la industria exponía orgullosamente, con ¡Que verde era mi valle! de John Ford a la cabeza.
Woody, el pájaro loco

El rescatado Bruce Dern interpreta de forma magistral a través de la sutileza a Woody Grant, un viejo osco y desalineado que está sufriendo los primeros embates del Alzheimer. Mucho se habla de la nominación del veterano actor al Oscar como Mejor Actor por su papel protagónico. Sin embargo esto es un error, ya que el verdadero protagonista es su hijo David (un sorprendente Will Forte, proveniente de Saturday Night Live).
Porque si bien el motor de la historia es ese viejo de peinado chistoso y su deseo de cobrar un inexistente premio en Nebraska, el relato se va construyendo con los ojos de David, un empleado gris que ni siquiera pudo mantener una relación con una novia obesa y de pocas luces a sus 40 años. Es esta vida en crisis la que fuerza a David a acompañar a su padre es un viaje de descubrimiento, tanto de sí mismo como de Woody, a quien conoce poco y nada.
En el trayecto, David va descubriendo algo más de ese hombre alcohólico distante y algo bruto que lo crió. Por ejemplo, que tiene un sentido del humor muy parecido al suyo (la escena de los dientes postizos lo confirma). O que extraña profundamente poder conducir, o sea, “ser alguien” según las palabras de Woody.

Nebraska toma real relieve cuando los dos personajes llegan a Hawthorne, el pueblo natal de Woody. En esa comunidad de granjeros viejos, sin edificios y con más bares que restaurantes, Woody se transforma de la noche a la mañana en una celebridad entre su también hosca familia y aburridos vecinos. Porque por más de que el premio sea una mentira, tanto Woody como un pueblo entero cuya mayor emoción es cantar en un karaoke están dispuestos a auto-engañarse con tal de sentir el vértigo de la vida correr por sus venas por última vez.
Nada es lo que parece
Pero a medida que la película avanza, varias máscaras van cayendo en esta sociedad pequeña y en apariencia humilde. Un gran acierto del director Alexander Payne es como registra la hipocresía del "pueblo chico, infierno grande", no por medio del melodrama, sino con un humor muy propio e inteligente.
La familia que se mostraba indiferente en un primer momento al regreso de Woody luego de varias décadas, de repente está muy interesada en cobrar algún dinero del premio fantasioso. Y cuando todo parece dirigirse al desastre, aparece la esposa de Woody ( June Squibb, la verdadera revelación del film) a poner orden. Una aparición sorprendente, porque hasta entonces, y salvo por mínimos detalles, la mujer era la madre de pesadilla que todo hijo tiene miedo de que le toque en suerte.
Mientras tanto, la comunidad también quiere alguna "atención" del nuevo rico. Personas mezquinas causantes de la derrota económica de Woody, y que él se haya inclinado por el alcohol tan temprano. Solo un par de personajes, una cariñosa ex novia y un vecino anónimo que saluda al anciano cada vez que se lo cruza, sienten verdadera alegría por que el destino lo haya llevado nuevamente a sus raíces, sin otro interés de por medio.
Por eso Nebraska no es lo que parece. No es un drama. No aburre. El blanco y negro ofrece unas postales rurales bellísimas. Hay una historia fuerte. El tema es universal (la familia, la vejez, la comunicación). Woody busca algo más importante que dinero. David descubre más de lo que creía. Y sobre todo que Nebraska no es solo un lugar de Estados Unidos, sino que es el lugar de donde todos venimos y del que la vida indefectiblemente nos aleja.








