Cada película de Marvel es una pieza más de ese enorme rompecabezas llamado universo cinematográfico, que estableciendo diversas conexiones entre todas ellas da forma a una imagen global mucho más vasta y completa.

Thor: Ragnarok no se estrena hasta noviembre en los cines de todo el mundo, pero en los últimos días tuvieron lugar en Hollywood los preestrenos habituales, presentaciones anticipadas a la prensa primero y, más tarde, su preestreno oficial, con alfombra roja y toda la gala, para miembros de la industria y allegados a la producción y el estudio.

Antes del MCU, antes de que Disney siquiera considerara comprar Marvel, la productora Fox ya estaba haciendo películas basadas en personajes de cómics. Es más, se la considera una de las principales responsables de la increíblemente fructífera tendencia de llevar a la pantalla personajes de cómics de manera más acorde a los tiempos actuales; sobre todo si consideramos que no había pasado mucho más después del desastroso resultado que fue Batman & Robin (1997) para la Warner.

Cuando The Punisher debutó en las páginas de Marvel Comics a mediados de los 70, creado por el guionista Gerry Conway y establecido inicialmente como un antagonista de Spider-Man, resultó en cierto modo revolucionario.

Nadie se puede sorprender realmente ante la noticia de que una de las características más salientes de Thor: Ragnarok sea el humor.

Este costado oscuro, urbano y callejero del Universo Cinematográfico de Marvel representado en las series de Netflix, contrapuesto al más familiar, exuberante y afable de la gran pantalla, probó ser el terreno ideal para el regreso de The Punisher, el brutal antihéroe de Marvel célebre por su violencia sanguinaria apuntada con furia a criminales comunes o mafiosos.