Los estadounidenses prefieren morir en sus casas y no en hospitales, según revelan las encuestas, y por primera vez en medio siglo, los que logran esta “buena muerte” son mayoría.
Por primera vez en medio siglo, más estadounidenses enfermos mueren en sus casas que en hospitales
Dejar este mundo en el hogar junto a los seres queridos es lo que la mayoría quiere y un estudio demuestra que muchos están cumpliendo ese último deseo que, con frecuencia, impone una alta carga a los familiares: no siempre cuentan con los recursos y el apoyo para brindar cuidados paliativos.


Así lo demuestra un nuevo reporte publicado en el New England Journal of Medicine que analizó la data de fallecimientos por causas naturales y encontró que en 2017, 30.7% de las muertes ocurrieron en hogares frente a un 29.8% en hospitales.
La diferencia es minúscula numéricamente, pero representa un hito importante y un cambio de tendencia que, según los autores, será cada vez más pronunciado.
“Es algo bueno. La muerte se ha hecho extremadamente medicalizada durante el último siglo”, dijo a Associated Press, Haider Warraich, autor del estudio, quien trabaja en la Oficina de Veteranos del sistema de salud de ese estado. Por ejemplo, dos tercios de los habitantes de Boston morían en sus hogares en 1912, lo que se redujo a la mitad para 1950 y a un tercio en los años setenta.
Al comparar las estadísticas entre 2003 y 2017, Warraich y su equipo encontraron que las muertes en hospitales disminuyeron de 40% a 30% en ese lapso, y que también hubo un descenso en las que ocurrieron en hospicios: de 24% a 21%.
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Los hombres mayores blancos son más propensos a fallecer en casa que las personas más jóvenes, las mujeres y quienes pertenecen a minorías raciales.
También hubo variaciones según la enfermedad: los pacientes con cáncer mueren más en sus casas, aquellos con demencia en asilos ( nursing homes), y las personas con problemas pulmonares en los hospitales.
Para los familiares, ayudar a que la persona cumpla su deseo de fallecer en casa impone retos. “ Tuvimos que reconstruir nuestras vidas. Yo estaba decidida a no dejarla morir en una institución. Desearía haber tenido más apoyo”, cuenta a Associated Press Allison Beach cuya madre vivió con ella durante tres años antes de morir. Había perdido la vista, sufrido una caída y finalmente falleció un paro cardiaco a los 91 años.
Esa experiencia la motivó a ofrecer cuidados de hospicio en hogares, un servicio cuya demanda ha ido aumentando con los años. En 2017, 1.49 millones de beneficiarios de Medicare recibieron ese tipo de cuidado, un 4% más que en 2016, según la Organización Nacional de Hospicio y Atención Paliativa.
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“ Estamos quizá, apropiadamente, cambiando el lugar de cuidado a donde los pacientes y familias dicen que quieren estar, pero hemos puesto una inmensa carga en las familias por el tipo de cuidado que deben dar y por el que tienen que pagar”, dice a The New York Times, Sean Morrison, jefe de Medicina Geriátrica y Paliativa del Mount Sinai Hospital, en Nueva York.
Una visión idealizada
La idea de dejar este mundo en una fría habitación de hospital, conectado a ventiladores o dispositivos que sólo postergan lo inevitable, dista de lo que la mayoría de los estadounidenses desea. 45% de las personas mayores que llenan una directiva médica, especifican que los médicos no deben tomar medidas extremas para prolongar su vida, advierte el New York Times.
“ No creo que las familias o cuidadores entiendan lo que es realmente morir en casa. Deberán entender cómo manejar síntomas como dolor de pecho o dificultad respiratoria o confusión. Estarán en guardia 24/7 y alerta a los cambios todo el tiempo”, declara a ese medio Diane Meier, profesora de medicina paliativa de Mount Sinai.
Explica que a veces los hospitales también tienen un incentivo para mandar a esos pacientes terminales a sus hogares: Medicare les paga por diagnóstico por paciente y no por la cantidad de días que éste permanezca en el hospital. “Enviamos pacientes muy enfermos y con muchas complicaciones a sus casas bajo cuidado de familiares que no son profesionales entrenados”.
Betty McNair, quien cuidó de su padre de 83 años hasta que falleció de cáncer de pulmón en su casa, coincide en que atender a un pariente muy enfermo en el hogar no siempre es posible.
No lo pudo hacer con su hermano, quien falleció de la enfermedad de Lou Gehring a sus 50, ni con su madre que falleció a los 92 en un asilo luego de un prolongado decaimiento en su salud. “Fueron experiencias completamente diferentes”, relata a AP.























