Una nueva perspectiva sobre viajar: libertad, fe y riesgo

"Optar por un viaje aventurero —como no reservar una habitación— forma parte de ser privilegiado. Al contrario, ser aventureros no es lo que prevén los inmigrantes, sino que se ven obligados a ello".

"Es posible que muchos vuelvan contando historias de aventura, como la nuestra en Puerto Vallarta".
"Es posible que muchos vuelvan contando historias de aventura, como la nuestra en Puerto Vallarta".
Imagen AFP Contributor/AFP via Getty Images

“Para realmente dominar un idioma, métanse en uno que otro lío, pero que este no sea tan grave como para que los encarcelen”. Cuando mi mamá estudiaba español en Marquette University, su profesor siempre alentaba a sus alumnos con este dicho. Muchos años después, como profesora de idiomas, mamá nos alentaba a mí y a mis hermanos a que nos esforzáramos por mejorar el español de la misma manera.

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Es un consejo excelente para alumnos de clase media o clase alta. Pero a los inmigrantes mexicanos y centroamericanos les parecería un disparate, especialmente a los que esperan el asilo en la frontera del sur. Lo último que necesitan es meterse en algún tipo de embrollo.

Cuando mi hermano y yo éramos jóvenes, recién graduados de la universidad, nos tomamos a pecho este consejo. En enero de 1995 reunimos suficiente dinero para hacer nuestro primer viaje por cuenta propia y nos dirigimos a Puerto Vallarta, México escapando del bache invernal.

Nunca habíamos estado en Puerto Vallarta antes. Teníamos la vaga noción de que era un destino turístico un tanto popular, pero aparte de esto, carecíamos de toda orientación. Cuando compramos nuestros boletos de avión en el otoño, ingenuamente nos dijimos: “Hablamos español. Podremos encontrar un hotel cuando lleguemos ahí”. Mi hermano se había graduado con una licenciatura en español, así que lo hablaba con soltura. ¿Yo? Más o menos.

Mi vuelo aterrizó primero. Al cabo de un rato aterrizó un enorme avión de Lufthansa. Oleada tras oleada de turistas recogían su equipaje, y luego tomaban autobuses de enlace y taxis a hoteles cercanos. Me preguntaba: “¿Dónde SE HOSPEDARÁN todos estos alemanes? ¿Podremos encontrar una habitación en un hotel?”

Después de una hora, llegó mi hermano, sonriente y relajado. Le expliqué que había llamado a todos los hoteles que podría llamar, y que no había encontrado habitación.

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“No te preocupes”, dijo mi hermano. “Hablamos español”.

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Nos subimos a un taxi y le pedimos al conductor que nos llevara a un hotel con habitaciones disponibles, cerca de la playa si fuera posible. “Muy bien, un amigo mío es dueño de un hotel”, nos dijo en español.

Nos condujo por la panorámica autopista costera que daba al océano Pacífico. Nuestro taxista se metió por una calle lateral. Pasamos unos cuantos locales comerciales y de pronto, elevándose justo frente a nosotros, vimos un enorme centro turístico totalmente nuevo. Dimos la vuelta alrededor de su camino de entrada, pasamos frente a su reluciente sala de recepción al aire libre y por último nos detuvimos frente a un polvoriento edificio inmediatamente contiguo. Estaba ubicado a la sombra del imperante centro turístico, prácticamente como si a alguien se le hubiera olvidado demolerlo antes de construir el más nuevo.

Nuestro taxista nos encaminó al vestíbulo y nos presentó al dueño. Resultó que una habitación para dos personas costaba alrededor de 20 USD la noche, con desayuno incluido. Le pagamos a nuestro taxista y nos registramos para tomar la habitación.

Nos pusimos nuestros trajes de baño, camisetas y chanclas, ansiosos de sumergir los pies en el océano Pacífico. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que la única forma fácil de llegar a la playa era atravesando el enorme y moderno centro turístico, ruta que posteriormente caminamos todos los días.

Si bien habíamos improvisado, no tuvimos que pasar la noche en la playa y tampoco nos metieron en la cárcel. Hasta llegamos a usar las toallas y los servicios del exclusivo centro turístico mientras pagábamos una tarifa de estudiante en nuestro hotel de al lado. Nadie nos preguntó si pertenecíamos a este entorno de lujo. Llegábamos y el personal suponía que éramos huéspedes.

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Todos los años, millones de estadounidenses pasan las vacaciones en México. Es posible que muchos vuelvan contando historias de aventura, como la nuestra en Puerto Vallarta. En cambio, miles de mexicanos y centroamericanos viajan hacia el norte para escapar de la violencia y la pobreza de sus países. Llegan con poco más que la ropa que acarrean sobre la espalda y posiblemente guardando espantosas historias de supervivencia que atravesaron a lo largo del camino. A muchos los encarcelan en la frontera en su intento de empezar una vida nueva y aprender inglés.

Tras mucha reflexión, llego a la conclusión de que improvisar en realidad significa tener la libertad y el lujo de correr riesgos. Optar por un viaje aventurero —como no reservar una habitación— forma parte de ser privilegiado. Al contrario, ser aventureros no es lo que prevén los inmigrantes, sino que se ven obligados a ello. Emprenden su camino en busca del sueño americano porque a menudo no les queda otra opción. Con asombrosa fe, esperan subsistir contra todo pronóstico.

Nosotros americanos vamos a Latinoamérica a relajarnos. Ellos llegan a este país para “subsistir”, con la esperanza de encontrar “el sueño americano”. El contraste no podría ser más dispar: la diversión frente al miedo, lo fácil frente a lo difícil, el ocio frente al apremio.

Cuando nos asomamos al extranjero y notamos el nivel de pobreza a nivel mundial, nos damos cuenta de todas las ventajas a nuestro favor. Estados Unidos es la tierra de la fertilidad y la abundancia. Sin embargo, dentro de nuestras fronteras, las personas privilegiadas no podrían existir sin los trabajadores de bajos ingresos, entre los cuales muchos son inmigrantes, que se encargan de satisfacer nuestras necesidades fisiológicas cosechando nuestras frutas y verduras, procesando y envasando nuestra carne, limpiando nuestras casas o cuidando nuestros jardines. Su trabajo sustenta los cimientos de la economía estadounidense. Incluso se podría afirmar que los inmigrantes hacen posible nuestro privilegio. Esto jamás ha sido tan crudamente palpable como durante la pandemia del coronavirus. De pronto muchos inmigrantes se han convertido en trabajadores esenciales que arriesgan su vida para cosechar o preparar los alimentos que nos permiten permanecer a salvo en casa.

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Viajar y aprender un nuevo idioma es un gran privilegio, pero solo a traves de una lente de gratitud lo podemos ver. Ahora mas que nunca agradezco y aprecio a todos los trabajadores esenciales inmigrantes que forman parte de nuestra sociedad.

Puedes saber más sobre mí en Joe Kutchera y ver lo que hacemos en Latino Link Advisors.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.