Las Ciudades Unidas de América: las razones porque se debería descentralizar el poder en EEUU

Por mucho tiempo, la derecha estadounidense han abogado por la 'descentralización' del poder del gobierno federal a los estados. Con el presidente Trump, los estadounidenses de izquierda deberían considerar la posibilidad de ampliar esa idea: la transferencia de poder a las ciudades.

Más allá de las amenazas de Trump, las ciudades tienen muchas razones para abogar por su independencia del poder federal.
Más allá de las amenazas de Trump, las ciudades tienen muchas razones para abogar por su independencia del poder federal.
Imagen Drew Angerer/Getty Images

"Saturday Night Live" lo capturó de forma excelente en su sátira, " La Burbuja". La satírica ciudad-estado planeada les promete a los progresistas estadounidenses un lugar (ajeno a Canadá) para alejarse de la impensable elección de Trump. Anunciada como una "comunidad de ideas afines para librepensadores... y nadie más", el sketch espeta la idea del espacio urbano como una cámara de eco llena de acaudalados jóvenes creativos.

A pesar de lo mordaz que puede ser esta representación en su crítica de la ingenuidad del capullo posterior a la elección de Trump, para muchos urbanistas, las ciudades realmente son la burbuja: el último refugio para la oposición y resistencia al Trumpismo. Es cierto, las ciudades pueden ser la mejor salvaguardia contra Trump y el Trumpismo, pero hay más y mejores razones para presionar en pos de la descentralización del poder del estado-nación y el traspaso de una mayor autoridad a las ciudades, áreas metropolitanas, y otras formas de control local.

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La innvocación pasa por el nivel local

Durante mucho tiempo, los urbanistas han argumentado que el nivel local es más innovador. Hace años, cuando muchos analistas estadounidenses estaban ensalzando las virtudes de las políticas económicas e industriales de Japón y Corea del Sur, uno de mis estudiantes de Corea del Sur comentó: "Ese tipo de política industrial funciona bien cuando se toma la decisión correcta, pero cuando no, fracasa. En Estados Unidos, existe la posibilidad de tener cientos, si no miles, de políticas económicas locales". Nuestros estados y ciudades han sido durante mucho tiempo los denominados laboratorios de la democracia, donde se prueban y perfeccionan las nuevas iniciativas y enfoques.

El nivel local no sólo es más innovador, sino que es una forma más eficaz de gobernanza. La economista Alice Rivlin hace mucho tiempo dijo que una política económica encaminada a la innovación y la productividad funciona mejor a nivel local y debe ser descentralizada hacia los líderes y las organizaciones locales que pueden manejar mejor sus economías. Las empresas se dieron cuenta hace mucho tiempo que la descentralización de la toma de decisiones hacia los grupos de trabajo en las plantas de producción puede traerles enormes ganancias de productividad. Una enorme cantidad de investigaciones de la OCDE muestran que un gobierno local descentralizado es más eficaz y eficiente que el control centralizado.

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La gobernanza local es también más democrática y les da a los ciudadanos más posibilidades de elección. Hace décadas, el economista Charles Tiebout argumentó que votamos con nuestros pies, seleccionando básicamente la comunidad que mejor atiende nuestros deseos y necesidades. Las personas solteras pueden preferir menores impuestos. Las familias quieren mejores escuelas. Pero la diversidad a nivel local reconoce nuestras diferencias y nos permite elegir el tipo de comunidad que mejor se adapta a nosotros.

El estado-nación ha dejado de funcionar

Una de las razones por las que le tememos tanto a Trump es que ha tomado el control del cargo más poderoso del planeta. E l temor que infunde es producto de la enorme concentración de poder en el estado-nación y la presidencia imperial. Ya es hora de que tomemos las medidas necesarias para limitar y contrarrestar ese poder desplazando más de él hacia los estados y las localidades. En Canadá, por ejemplo, el gobierno federal tiene mucho menos poder y las provincias tienen mucho más.

No sólo la presidencia y el estado-nación estadounidenses tienen demasiado poder, esto es cada vez más un anacronismo económico, desincronizado con una economía alimentada por ciudades y áreas metropolitanas. El súperpoderoso estado-nación puede haber tenido sentido en la era del capitalismo industrial concentrado económicamente, pero está muy mal adaptado a las exigencias del capitalismo geográficamente concentrado, agrupado y desigual del conocimiento.

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Nuestra economía está en medio de dos potentes transformaciones arraigadas. La primera es el cambio de los recursos naturales y del trabajo/poder físico al conocimiento, donde la mente se ha convertido en el medio de producción. El segundo cambio es hacia agrupaciones como la fuente de innovación y ventaja económica, concentrando masivamente el talento y los activos económicos en un puñado de ciudades extremadamente importantes y polos tecnológicos.

El Trumpismo representa una reacción no sólo contra las mujeres, los inmigrantes y las minorías, sino contra esta básica, fundamental y revolucionaria fuerza económica. A medida que el mundo se vuelve más y más desigual —entre naciones, entre regiones y dentro de las ciudades— la agrupación del talento y los activos económicos hace de las ciudades y las áreas metropolitanas la nueva unidad de organización económica y social.

Convivencia mutua en una nación dividida

Justo después de las elecciones, un astuto reportero me hizo una buena pregunta : ¿Qué podemos hacer para superar la marcada división entre liberales y conservadores en Estados Unidos? Sin siquiera pensar, le respondí inmediatamente: no es posible.

Nuestras divisiones son no sólo sobre política y diferencias políticas; reflejan una fisura geográfica y económica fundamental que se cuece en las estructuras profundas de la economía del conocimiento. El mayor desafío que enfrenta Estados Unidos ahora no es Trump: son las divisiones subyacentes que hicieron posible su victoria. Es hora de reconocer que esas divisiones son insalvables, que somos, en efecto, una nación dividida.

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Y vamos a tener que aprender a vivir con nuestras diferencias. Necesitamos una estrategia de coexistencia mutua que reconozca la diferencia entre nuestras dos naciones distintas y separadas. Como mi colega de NYU y MPI Jonathan Haidt le dijo a Vox: "Tenemos que reconocer que estamos en una situación de crisis y que la división entre derecha e izquierda es probablemente insalvable. Y, si es así, tendremos que renunciar a hacer grandes cosas en Washington y hacer tan poco como sea posible a nivel nacional. Vamos a tener que descentralizar tanto como podamos a estados y localidades, y esperar que broten soluciones innovadoras de la tecnología o de la industria privada".

Tiene toda la razón. Las divisiones geográficas que separan ciudades, suburbios y lugares rurales bien pueden ser demasiado profundas como para que logremos llegar a un consenso nacional en torno a los problemas urbanos. Ninguna estrategia verticalista única puede responder a las muy diversas necesidades y deseos de quienes viven en los densos y caras ciudades-estados y zonas urbanas demócratas y los que viven en los suburbios y áreas más alejadas más extensos y orientados al uso del coche. Cada lugar tiene su propio conjunto de necesidades únicas, y éstos son lugares muy diferentes. Las regiones densas necesitan transporte, las regiones rurales necesitan mejores caminos y puentes. De la misma forma que el salario mínimo debería indexarse geográficamente a los gastos y las condiciones locales, las políticas urbanas están mejor adaptadas a las condiciones y las necesidades locales. Empoderar ciudades, suburbios, y las comunidades muestra respeto tanto hacia nuestras diferencias en valores como hacia nuestras necesidades muy diferentes.

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El localismo: una gran carpa

Hace unos años, la descentralización y la autonomía local podrían haber parecido una utopía, pero varias fuerzas (de las cuales, Trump no es la menos importante) han conspirado para reunir una amplia gama de extraños aliados de la izquierda y la derecha en torno a esta cuestión. El localismo es una gran carpa, una que realmente parece políticamente viable.

Por parte de la izquierda, está siendo impulsado y apoyado por Bruce Katz de Brookings y Benjamin Barber, autor de If Mayors Ruled the World (Si los alcaldes gobernaran el mundo). " El camino a la prosperidad, no menos que el camino a la democracia global, no pasa por los estados, sino por las ciudades", escribió Barber. "Las ciudades son ahora los guardianes del futuro, los bastiones de la diversidad". En una entrevista con New York Magazine, Barber propuso que los impuestos generados en las ciudades deberían servir al municipio en lugar de ser enviados a Washington, dado que las ciudades generan un 80% del PIB estadounidense y los ingresos fiscales. Este artículo describe sucintamente la opinión de Barber: las ciudades son mano de obra, el gobierno es capital [ Nota del Editor: mientras preparábamos este artículo, CityLab supo que Benjamin Barber había fallecido el lunes tras una larga enfermedad].

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Eso suena similar a lo que Yuval Levin de National Review ha estado argumentado. En su libro, The Fractured Republic (La República Fracturada), Levin subraya la necesidad de "subsidiariedad" o la descentralización del poder a su nivel más bajo (algo por lo que Jane Jacobs también abogó). Él considera que la autonomía local permite una síntesis entre dos elementos aparentemente opuestos, pero que en realidad se refuerzan mutuamente, de la vida política y económica estadounidense.

El país se beneficiaría de la estabilidad familiar, social, cultural, y económica, hecha posible por la unidad y el orden, mientras que también se beneficiaría del dinamismo hecho posible por el mayor individualismo, más diversidad y competencia. Sería una mezcla inestable, pero le permitiría a la nación, por un tiempo, disfrutar de lo mejor de ambos mundos.

La descentralización y la autonomía local es la cuestión que también nos reunió a Joel Kotkin y a mí. Kotkin considera el localismo una manera de ponerle fin al " nuevo feudalismo" estadounidense, donde el gobierno federal ha perdido la confianza de la gente. Sin embargo, la mayoría de los estadounidenses todavía confía en su gobierno local. Como mi colega, James Fallows, ha señalado, las ciudades funcionan incluso cuando Washington no funciona.

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Los alcaldes deben tomar la iniciativa

El partido Republicano ha abogado durante mucho tiempo por reducir el tamaño del gobierno, por reducir el control federal y por traspasar el poder a los estados y gobiernos locales. Es hora de obligarlo a mantener su palabra. La descentralización no sólo responde al temor a Trump por parte de la izquierda, sino que responde a la voluntad declarada del partido Republicano de reducir el gobierno nacional.

Ésta es un área donde los alcaldes y funcionarios locales pueden ser los guías. Un amplio movimiento bipartidista de alcaldes que exija la descentralización y el traspaso de poder hacia un mayor control local bien podría encontrar muchos aliados en Washington, a ambos lados del espectro político. Estados Unidos tiene una enorme ventaja institucional en su históricamente flexible sistema de federalismo, lo que permite equilibrar y reequilibrar el poder entre el gobierno federal, los estados y las ciudades. Durante el 'New Deal', Franklin D. Roosevelt creó un nuevo tipo de alianza entre el gobierno federal y las ciudades. Es hora de volver a hacerlo, esta vez poniendo más recursos, poder y control en manos del gobierno local.

En lugar de utilizar las arbitrarias fronteras políticas, la naturaleza del federalismo tiene que cambiar a un federalismo más dinámico, como Jenna Bednar lo describió, donde el poder político refleje el poder económico que las ciudades ofrecen.

El momento actual brinda una verdadera oportunidad para redefinir la gobernanza urbana en una manera que alinee la naturaleza subyacente de la actividad económica y los retos que trae consigo con el nivel de autoridad del gobierno. Las inversiones en transporte público y transporte, por ejemplo, podrían ser supervisadas por las redes de ciudades y suburbios que conforman las áreas metropolitanas, o incluso los grupos de áreas metropolitanas que conforman las megaregiones.

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Si los alcaldes y las autoridades locales toman la iniciativa y presionan en pos de una mayor autonomía, estarán en una posición aún más fuerte cuando el péndulo vaya en la otra dirección y nuestra nación esté dispuesta nuevamente a volver a invertir para reconstruir nuestras ciudades y suburbios. Quizás una estrategia económica del siglo XXI no pueda ser central o nacional, pero sí puede ser local.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.