El Paso: primer aniversario del ataque contra el corazón de la comunidad binacional más antigua de México y EEUU

El Paso y Ciudad Juárez conforman la segunda zona metropolitana fronteriza más grande del país: ahí ocurrió la octava peor masacre en la historia de EEUU y la primera dirigida en contra de la comunidad hispana.

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Era sábado por la mañana. Y como suele ocurrir los fines de semana, había familias haciendo la compra en un súpermercado. Era verano: la temperatura rondaba los 38 grados centígrados (unos 75°F). Está en una pequeña loma, en El Paso, Texas. Desde el estacionamiento se alcanzan a ver casas y edificios al otro lado de la avenida. Pero eso ya no es Estados Unidos. Es Ciudad Juárez, Chihuahua.

Estamos en el Cielo Vista Mall, uno de los centros comerciales más cercanos a la larga frontera (más de 3,100 kilómetros) entre México y Estados Unidos. Y ahí hay tiendas departamentales, un par de salones de belleza, un Red Lobster y un Olive Garden. Y también un Walmart, que ese día pasaría a la historia por razones lamentables.

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Patrick Crusius, un supremacista blanco de 22 años, condujo más de mil kilómetros desde un suburbio de Dallas para llegar ahí. Su objetivo: “detener la invasión hispana” y “matar al mayor número de mexicanos posible”, según describió en un manifiesto que publicó horas antes de comenzar su periplo.

Y eligió hacerlo ese 3 de agosto de 2019 en la comunidad binacional más antigua de América del Norte. Una que justo el año pasado cumplió 450 años de fundación. Si Crusius se había propuesto atacar al corazón de la frontera, era difícil que hallase un mejor lugar para hacerlo.

Crusius entró al Walmart con un WASR-10, un rifle rumano similar a una AK-47 capaz de disparar 600 balas en un minuto. Abrió fuego y alcanzó a 46 personas. Consiguió matar a 23. Se entregó sin mayor remordimiento, relató entonces un policía a la CNN. “Tenía una mirada fría. He sido policía durante 31 años y nunca había visto algo así. Y he visto a asesinos, ladrones, pero nada como esto…”

Historia de "La Línea"

Hubo un tiempo en que este sitio era una ciudad y no dos. El Paso del Norte se fundó en 1659, justo donde nace el Río Bravo (o Rio Grande, según el lado de la frontera por el que se mire), que desemboca 3,000 kilómetros al este, en el golfo de México.

El Paso del Norte acabó partido en dos tras la guerra entre México y Estados Unidos en 1848. Aun así, la comunidad mantiene notorios vestigios de su historia binacional. Su zona metropolitana, con más de 2,7 millones de habitantes, es la segunda más poblada de la frontera entre los dos países, solo por detrás de Tijuana y San Diego. Sus seis puentes internacionales registran más de 23 millones de cruces al año.

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El Walmart de Cielovista Mall está a menos de 10 kilómetros de uno de esos puentes: el Córdova-Américas. “El libre”, le llaman en Juárez, porque es uno de los gratuitos. “Es mejor cruzar a pie”, recomiendan los lugareños, para evitar el tráfico. Y sí: basta un recorrido de menos de cinco minutos para pasar sobre el río. En verano, bajo el calor inclemente del desierto, llega a parecer un hilo de agua. En la parte mexicana aún hay una cubierta, en la estadounidense toca enfrentar al sol armado con sombrilla, sombrero o lo que se preste.

Es uno de los lugares más simbólicos de toda la frontera. Un sitio que ha tenido seis banderas (la española, la mexicana, la francesa, la texana, la confederada y la estadounidense), como el resto de Texas, pero con sus propias singularidades.

Una de ellas: el parque El Chamizal, de 177 hectáreas: uno de los poquísimos territorios que Estados Unidos ha regresado tras invadirlo. John F. Kennedy visitó México en 1962 para hacer oficial la devolución.

Hermanas, fronterizas y contradictorias

Juárez y El Paso son ciudades hermanas, repiten muchos lugareños. Hermanas muy distintas: mientras Juárez tiene la triste fama de ser uno de los sitios más peligrosos del mundo, El Paso está entre las ciudades más seguras de Estados Unidos. En Juárez mataron a más de 1,400 personas en 2019. ¿En El Paso? Antes del atentado, en un año, registró cinco asesinatos.

El lado juarense es famoso por su intensa vida nocturna (aun con las alarmantes olas de violencia): fue aquí donde el cantautor mexicano Juan Gabriel compuso El Noa Noa. “Noa noa” debía su nombre a un juego de palabras. “No’a vamos a salir de fiesta”, por ejemplo. En El Paso no se vende alcohol más allá de la medianoche (una de la mañana, los sábados).

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Pero aun así, y por contradictorio que parezca, sí: hay señales que muestran que son ciudades hermanas.

Hace un año, apenas una semana después del ataque, en el puente peatonal más cercano al Walmart de Cielo Vista había familias con carritos de compra, niños con sus padres que visitarían a un amigo que tiene piscina. Y también quedaba el altar improvisado frente al lugar del atentado.

“Juárez también está de luto”

En los altares improvisados frente al sitio donde ocurrió la octava mayor masacre en la historia de EEUU y la primera cuyo objetivo principal fue matar a hispanos todavía había altares y letreros una semana después. Cientos de veladoras de la virgen de Guadalupe y banderas de México, Texas y Estados Unidos. La mayoría de las cámaras se habían ido. Había sollozos y rezos. El luto para los locales.

“United we stand [Estamos unidos]”, decía uno, rodeado de veladoras con la imagen de la virgen de Guadalupe. “Juárez también está de luto”, se leía en otro. “En memoria de nuestra gente, nuestros paisanos, desde algún lugar de México”. “WHY? How this coward coming from East and choosing El Paso to target our people. Why?” (“¿POR QUÉ? ¿Por qué este cobarde viajó desde el este y eligió El Paso para atacar a nuestra gente? ¿Por qué?”).

También había una bandera alemana. En memoria de Alexander Hoffman, un ingeniero que llegó a esta parte del mundo por trabajo y se quedó 40 años más. Se casó con Rosa María Valdez, de Ciudad Juárez, y era padre de tres hijos. Y ese día, como tantos, estaba en El Paso, de compras en un sábado, en ese Walmart. Es el único de los 23 que no era ni mexicano ni estadounidense. “Pero era de aquí”, recuerda su viuda. Crusius le dio un tiro en la cabeza.

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Hace un año, Rosa Maria Valdez recordaba a su esposo y “a las otras personas que murieron sin ninguna razón”, en los días posteriores al atentado, cuenta Mayra González, reportera de El Diario de Juárez.

En mayo, Donald Trump había hecho un mitin en Florida. Mientras hablaba de inmigración, se preguntó: “¿Qué hay que hacer para detener a esta gente?”. Un hombre en la multitud gritó: “¡Dispáreles!”. El presidente, junto con varios asistentes, se rio. y dijo irónicamente: "Solo en el panhandle (de Florida)", celebrando la "ocurrencia" como la simple expresión idiosincrática de esa zona del estado, la más rural, ubicada en el noroeste de la península.

La viuda de Hoffman recordó el incidente, poco antes del funeral de su esposo. “Al señor Trump le pediría que ya no se vuelva a reír cuando alguien diga que nos maten. No somos animales para que nos anden cazando en la calle. Y él se rio”.