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“Mamá: ¿Santa existe?”

¿Existo o no?
¿Existo o no?

Es ley: las mentiras tienen patas cortas y tarde o temprano todos los niños a quienes se les haya convencido sobre la existencia de Santa Claus sabrán la verdad. A veces es algún amiguito o primo quien les instala la duda y otras veces son ellos mismos quienes comienzan a sospechar.“Mamá, ¿Santa existe?” te preguntarán y tú, ¿qué les vas a responder?

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La historia de un viejito gordo y barbudo que vive en el Polo Norte y que cada Navidad reparte juguetes entre todos los niños buenos del mundo es una historia que muchos padres les hacemos creer a nuestros hijos.  Disfrutamos de su inocencia, de su ansiedad, de sus ilusiones… Nos gusta ver como brillan sus ojitos cada vez que nombran a Papá Noel, a Santa o al Viejito Pascuero al tiempo que lo imaginan dejando bajo el árbol el regalo que tanto desean. Es una historia muy linda y creer en ella es una  bellísima característica de la infancia pero más o menos a los 7 años de edad, cuando los chicos distinguen mejor a la realidad de la fantasía y comienzan a desarrollar un pensamiento más abstracto, pueden surgirle dudas. Confesarles la verdad es admitir que se les ha mentido y puede enojar a tu niño, negarles todo cuando ya están grandes tampoco tiene sentido. Procura adecuar tu respuesta a la edad y madurez de tu hijo y sigue estos consejos para salir airosa de la situación:

  • Averigua qué despertó su curiosidad.  Si llegó a la verdad por deducción propia, por incoherencias en la historia, felicítalo por su pensamiento crítico y explícale que tú no podías decirle la verdad, que mantener la historia es una suerte de pacto entre todos los grandes y que ahora que él también sabe todo, debe ayudar a mantener el secreto entre los más chicos.
  • Pregúntale qué cree él.  Con la contra pregunta, será el mismo niño quien encontrará una respuesta que le sea lógica y si le das la razón, se quedará conforme. Si vez que aún cree, no es momento para confesar nada; trabaja más bien las partes de la historia que le generan dudas agregándole algo más de información y continúa con la fantasía.
  • Si le dices la verdad (porque en cierto punto él ya lo sabía y solo esperaba que tú se lo confirmes), descríbele cómo tu también creíste en Santa cuando eras niña y cuánto esperabas su llegada cada Navidad.  Explícale que el espíritu de Santa es real, que todos somos un poco Santa cuando damos por amor sin esperar nada a cambio y pídele que no le cuente nada a los niños más pequeños.
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En mi experiencia personal, no recuerdo que enterarme sobre la verdad de la existencia de Santa le haya quitado la magia a la Navidad.  En mi caso fue una verdad que fui asimilando poco a poco, confirmando con cosas que escuchaba,  cosas que me decían y otras tantas que veía (Papa Noel tenía los mismos zapatos que mi papá, por ejemplo). Saber la verdad -y convertirme en cómplice de la misma- me hacía sentir “grande”.  La magia de la navidad sigue viva incluso de adulta: la vivo en el amor y el espíritu de las fiestas, en los buenos deseos, en las ilusiones por cumplir sueños y en reunir y disfrutar a la familia.  Por eso, si tu hijo te pregunta si Santa existe y piensas que ya es hora de que sepa la verdad, no temas en decírselo.  Lo asimilará de manera natural y no es que por saber la Navidad deje de serle significativa.
¿Recuerdas cómo te enteraste tú?  ¿Cuál es el caso de tus hijos?