Niños y adolescentes en pandemia: el posible regreso a la normalidad es un nuevo desafío

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Más de un año viviendo con restricciones para cuidar la salud y evitar contagios significó un cambio radical en las rutinas de niños y adolescentes. Llevar el rostro cubierto con una mascarilla en espacios públicos, mantener distancia de sus pares, el exceso de cercanía con sus padres y la incertidumbre hacia el futuro, entre otros factores, les ha afectado emocionalmente, en menor o mayor grado.
Si bien en algunos condados se reanudaron las clases presenciales hace algunos meses, en otros la modalidad de educación en línea se mantiene hasta hoy. Pero incluso para aquellos que han podido asistir de nuevo a sus escuelas, la vida no es la misma, pues deben llevar el rostro cubierto en todo momento y seguir las normas establecidas para preservar la salud.
“Lo que más ha afectado tanto a niños como a adolescentes es el cambio de rutina, de hábitos y eso es algo bastante delicado en su desarrollo”, explica a Univision el psicólogo infantil Rubén La Rosa, quien atiende de forma remota a niños y adolescentes hispanos en Estados Unidos.
“Uno de los rangos que tiene mayor riesgo de afectación es el de los niños menores de 7 años. La limitación social, sensorial y educativa ha hecho que se rezaguen en ciertos hitos del desarrollo y estén más tiempo encerrados en aislamiento o expuestos a pantallas, en lugar de juegos y aprendizaje lúdico fuera de casa. Hay una afectación porque en sus rutinas ya no tienen estructuras predecibles y, al no tenerlas, la angustia o la ansiedad se hacen presentes”.
En su consulta, además de un incremento de ansiedad y depresión por la falta de estimulación social, sensorial, académica y física, La Rosa ha encontrado conductas disruptivas difíciles de manejar en casa, como negatividad, hiperactividad e impulsividad en contra de sus padres. Con los adolescentes la situación es similar: “Hemos visto un aumento en trastornos de ansiedad y, sobre todo, de depresión; también hay muchos casos de autolesión porque no se sienten comprendidos ni motivados, no se concentran, tienen dificultades para mantener sus promedios”.
Explica el psicólogo que los adolescentes están en una etapa de crisis de identidad en la que necesitan diferenciarse de sus padres y afianzar la relación con sus pares, no están conformes con quiénes son y necesitan más privacidad. El encierro “no contribuye con el bienestar de ese hijo adolescente que necesita su espacio, estar con amigos, despegarse de papá y mamá”.
Stress in America 202, una encuesta llevada a cabo por la Asociación Americana de Psicología, da más detalles sobre la situación: 43% de los adolescentes consultados informaron un aumento del estrés durante el año pasado. Específicamente aquellos con edades entre 13 y 17 años manifestaron estar luchando con la incertidumbre de su propio futuro porque la pandemia ha perturbado gravemente sus planes (50%) y hace que planificar su futuro parezca imposible (51%).
La misma encuesta reveló que la mayoría de los adolescentes (81%) se han visto afectados negativamente debido al cierre de escuelas como resultado de la pandemia; tienen menos motivación para hacer el trabajo escolar (52%); menos participación en deportes u otras actividades extracurriculares (49%); sienten que no aprendieron tanto como en años anteriores (47%); o tienen dificultades para concentrarse en el trabajo escolar (45%).
“No es posible predecir en un 100% las secuelas negativas de la pandemia en la salud mental de nuestros niños y adolescentes. Sin embargo, basándonos en estudios ya realizados acerca de las consecuencias psicológicas en personas afectadas por desastres naturales o los provocados por el hombre, hemos aprendido que la gran mayoría de los afectados logra recuperarse con el tiempo, cuando cuentan con factores protectores como lo son la resiliencia y el apoyo familiar y comunitario”, dice a Univision la psicóloga escolar Rachell Santos-Payne, quien ejerce en el estado de Florida y se especializa en prestar apoyo a la comunidad latina.
La psicóloga indica que los niños y los adolescentes son más vulnerables a padecer de reacciones de estrés, depresión, ansiedad, y trastornos del sueño cuando han sido expuestos a situaciones traumáticas. Debido a esto, muchos distritos escolares en el país están incorporando programas enfocados en desarrollar competencias sociales y emocionales que ayuden a disminuir el impacto de las secuelas negativas de la pandemia en la salud mental de los estudiantes afectados.
Nuevo reto: vuelta a la normalidad
El 10 de mayo, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) autorizó el uso de la vacuna contra el covid-19 fabricada por Pfizer-BioNTech en adolescentes de 12 a 15 años —originalmente solo se podía aplicar a mayores de 16—. Tres días después, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) anunciaron que quienes estén totalmente vacunados pueden reanudar las actividades que hacían antes de la pandemia; esto implica salir sin mascarilla y sin mantener el distanciamiento físico, salvo que lo requieran leyes, normas o regulaciones específicas.
Estos hechos recientes, sumados al plan de vacunación nacional, hacen que se perfile un posible regreso a la normalidad pero, para Santos-Payne, niños y jóvenes necesitarán tiempo y apoyo de la familia y de la comunidad educativa para hacer esta transición.
“La posibilidad de llevar el rostro al descubierto y de volver a las clases presenciales podría generar miedos y sentimientos de ansiedad en muchos niños y adolescentes. Es de suma importancia que los padres mantengan una comunicación abierta y, a la vez, reconozcan y validen los sentimientos de miedo y preocupación de sus hijos. Conversar acerca de cómo les hace sentir el retorno a la nueva normalidad y validar estos sentimientos ayudará a que logren expresar y regular sus emociones sanamente”, explica.
Otra recomendación de la especialista para manejar los miedos y preocupaciones de los chicos ante una posible vuelta a la normalidad es ayudarlos a identificar estrategias y actividades que los ayuden a calmarse al momento de sentir emociones abrumadoras, por ejemplo, escuchar música, leer, dibujar y jugar. Además, es imprescindible mantener una comunicación abierta al retornar a las clases: “Al contactar a su maestro, puede pedir información acerca de la nueva rutina escolar, y también puede compartir detalles acerca de las necesidades académicas y emocionales de su hijo”.
Señales de alarma: cuándo buscar ayuda
Aún no se sabe con exactitud cuándo será el posible retorno a la normalidad ni en qué condiciones. Mientras continúa la pandemia y se mantienen limitaciones, padres y tutores no solo deben seguir atentos a la salud mental de los niños y adolescentes a su cargo, sino a su propia salud mental: muchos tuvieron que llevarse la oficina a casa o perdieron sus empleos, pueden haber experimentado la enfermedad o pérdida de seres queridos, además de compartir tal vez demasiado tiempo con sus hijos.
“Los papás también tienen que hacer conciencia de su estado emocional y buscar ayuda si se sienten abrumados, ansiosos o deprimidos por la situación, porque el estado emocional de los padres en muchas ocasiones se ve reflejado en el de sus hijos. Identificar cómo me siento y qué estoy necesitando puede ser un buen inicio para encontrar el bienestar familiar”, asegura el psicólogo Rubén La Rosa.
También recomienda a los padres tratar de mantener rutinas en casa que se asemejen a las actividades pre pandemia, buscar que sus hijos compartan con vecinos, amigos o personas cercanas, que tengan horarios y espacios fijos para estudiar y que puedan hacer actividades físicas o deportivas (fuera de casa y de las pantallas), dentro de las limitaciones: “La idea es que un niño pueda ser niño, pueda jugar, pueda divertirse”.
Aunque los padres hagan todo lo posible por hacer más llevadero el día a día, puede pasar que los hijos necesiten apoyo adicional. La Academia Americana de Pediatría recomienda buscar ayuda si hay cambios frecuentes de humor, como irritabilidad, sobresaltos y llantos difíciles de consolar, más reflujo, estreñimiento o heces blandas, ansiedad por separación, frustraciones y agresividad, en el caso de los bebés y niños pequeños. En niños grandes y adolescentes los indicadores pueden ser cambios en el estado de ánimo o de conducta, pérdida de interés en tareas escolares y en actividades que disfrutaba antes, problema de memoria o concentración, falta de higiene básica y pensamientos sobre la muerte o el suicidio son algunos indicadores.
Para la psicóloga Rachell Santos-Payne hay una serie de señales de alerta que indican que es el momento de acudir a un especialista:
- Cambios drásticos en hábitos de sueño o alimentación.
- Aparición de conductas destructivas como la autolesión.
- Uso de alcohol u otras sustancias ilícitas.
- Largos periodos de tristeza e irritabilidad.
- Preocupaciones excesivas acerca del futuro.
- Aparición de conductas regresivas (por ejemplo, mojar la cama).
- Aislamiento social.
Si los padres notan que la conducta de los niños está siendo afectada en diferentes áreas a la vez —como las relaciones familiares, el desempeño escolar, las actividades lúdicas o de recreación y las relaciones interpersonales—, deben buscar apoyo, sea de un psicólogo, un pediatra, un psiquiatra o un trabajador social. Agrega la especialista que “es de suma importancia llevarnos de nuestros instintos y buscar ayuda cuando sintamos que algo no anda bien. Es mejor lograr prevenir grandes secuelas psicológicas al ser precavidos y buscar ayuda inmediata, que posponer el buscar ayuda y luego enfrentar consecuencias mayores”.