Si tratamos de encontrar un equivalente a Lord Petyr Baelish —Littlefinger para los amigos— en el mundo moderno, probablemente sería algo así como un entrepeneur, o emprendedor, al que Wikipedia define como «aquella persona que identifica una oportunidad y organiza los recursos necesarios para ponerla en marcha».

Ya no resulta extraño ni sorprendente para nadie que grandes actores conocidos por su trabajo en el cine decidan hacer su paso a la televisión, lo que los obliga a estar atados a un mismo papel por un periodo mucho mayor pero también les brinda la ventaja de crear y desarrollar personajes más duraderos y complejos, o al menos con una cierta evolución en el tiempo.

Como suele suceder en cada temporada de Game of Thrones, a medida que llegamos al tercer o cuarto episodio los hechos más sangrientos y sorpresivos se suceden, para dejar al resto de la temporada lidiar con las consecuencias de éstos, reservándose alguna otra sorpresa.

Dentro de la rama de las docuseries nunca pueden faltar las series que se enfocan en casos reales, no tanto de forma ficcional, sino como recreaciones e investigaciones sobre estos hechos fatídicos, generalmente uniendo los crímenes por un tema particular, o enfocándose en un crimen particular, las posibilidades son infinitas dentro del panorama desafortunadamente amplio que es el tratamiento de una fechoría.

Game of Thrones es la serie que nos enseñó que ningún personaje es lo suficientemente importante como para mantenerlo vivo más de una temporada. La serie que no nos deja de asombrar con su temática sanguinaria a pesar de que ya estamos preparados para que ocurra cualquier cosa. La serie que nadie quiere que le spoileen pero que seguramente aún no ve, y más aún, no entiende la mitad de las conversaciones de su entorno social entre abril y junio.

La temporada 5 de Game of Thrones va cobrando ritmo lentamente, y este tercer episodio comienza a delinear los cruces de algunas historias que hasta el momento se mantenían por carriles separados, sumando un poco de intensidad.