El origen de las especies, del naturalista Charles Darwin es uno de los libros científicos más influyentes del siglo XIX.

Stephen Jay Gould nació en la ciudad de Nueva York en 1941 y falleció con tan solo 60 años. Fue biólogo, geólogo y paleontólogo, pero por sobre todas las cosas fue un gran promotor de la ciencia. Fue un verdadero escritor prolífico, escribió 22 libros y aproximadamente 300 ensayos, aparte de ejercer el labor de revisor de centenas de papers científicos y libros académicos. Investigó incansablemente temas relacionados con la biología evolutiva. En este sentido, postuló la teoría del equilibrio puntuado como mecanismo plausible del cambio evolutivo. A su vez, fue pionero en el campo de la biología evolutiva del desarrollo (evodevo), al ser el autor del libro Ontogenia y Filogenia.

Si le preguntas sobre su mayor deseo a un biólogo interesado en la evolución, casi con seguridad que su respuesta incluya la expresión «máquina del tiempo». La evolución biológica es un proceso lento. Las líneas evolutivas del chimpancé y el humano no se bifurcaron hace unos miles de años, sino hace millones de años atrás. La materia prima que necesita la evolución para actuar es el tiempo... mucho tiempo. No es sencillo tomar dimensión de esas cantidades, al contrario: nos abruma.

¿Estás pensando en un animal grande? ¿Tal vez en las colosales tortugas de las Galápagos que maravillaron a un joven Darwin en su travesía en el Beagle? Estás lejos querido lector. El animal que más fascinaba a Darwin medía apenas unos centímetros y, a decir verdad, es desconocido por la mayoría de nosotros.

A lo largo de la historia, múltiples hipótesis han intentado buscar la respuesta a una de las más grandes interrogantes que ha tenido nuestra especie: ¿cuál es origen del Hombre? Ya sea en relación con origen de nuestros descendientes Homo o bien respecto a nuestra propia especie, Homo Sapiens Sapiens, durante miles de años, con más o con menos herramientas, con poca o mucha creatividad o con mayor o menor eficacia, lo hemos intentado sea como sea.

Durante siglos, al Hombre le ha gustado buscar diferencias entre nosotros y calificar a otros según sus razas: “indios”, “negros”, “amarillos”. Pero realmente, ¿existen las razas humanas? ¿Es correcto hablar de razas desde el punto de vista biológico?