Colombia: La manipulación del miedo

“Uribe ganó el plebiscito y ha hecho oposición con la misma estrategia con que gobernó: infundiendo miedo a punta de embustes y de medias verdades, de señalamientos y de campañas de odio. Es un populista de derecha que prefiere dividir en vez de sumar”.

“Mientras la paz tenga que pasar por la aprobación de Uribe, es mejor no hacerse demasiadas ilusiones”.
“Mientras la paz tenga que pasar por la aprobación de Uribe, es mejor no hacerse demasiadas ilusiones”.
Imagen Ilustración de Vladdo

Este dos de octubre, media hora después de cerradas las votaciones del plebiscito por la paz en Colombia, cuando los boletines de la Registraduría mostraban que la tendencia por el ‘No’ empezaba a ganar terreno, me invadió la desazón que me acompañó varias horas en esta fecha dolorosa.

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En las elecciones más tranquilas de la historia Colombia tomó la decisión más dolorosa de nuestra democracia, para sumergirnos en un túnel oscuro del que no sabemos cómo salir. Quedamos en un limbo, luego de ponerle puntos suspensivos en vez de punto final a este capítulo oscuro de la historia que ha dejado tanto dolor y desolación.

Sin duda alguna este país –que ha sorteado profundas dificultades en las últimas décadas– superará esta dura prueba; lo que no sabemos es el costo que tendrá para quienes han padecido la guerra. Lo que sí queda claro, en cambio, es que la colombiana es una sociedad donde la sensatez parece no tener mucho espacio y en la que volvió a ganar el que sembró más miedo.

Ayer quedó en evidencia que, con bases infundadas y conclusiones erróneas, por puro miedo, los colombianos rechazaron la paz acordada entre el gobierno de Juan Manuel Santos y los comandantes de las Farc.

En las últimas cuatro elecciones presidenciales las campañas han gravitado siempre alrededor del miedo a las FARC y de cómo librarnos de ese temor. Ese fue el factor determinante en la elección de Andrés Pastrana, quien se propuso como derrotero devolverle la tranquilidad al país mediante un acuerdo de paz con esa guerrilla. Luego, como reacción al fracaso de Pastrana, el país eligió a Álvaro Uribe, quien durante su campaña prometió combatirlas. Y con esa bandera antisubversiva y un grito permanente de guerra se hizo reelegir, de una manera poco ortodoxa, pero con el miedo como banda sonora y la seguridad como promesa. “La culebra sigue viva”, solía decir.

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Con su política de la seguridad democrática, Uribe se consagró como el mayor manipulador de nuestros miedos y para preservar su legado ungió a Juan Manuel Santos como su heredero. Sin embargo, cuando este le perdió el miedo y optó por hacer la paz con las FARC, Uribe se transformó en su más fiero opositor, en una actitud venenosa para cualquier democracia. Nunca en la historia moderna de Colombia un expresidente había sido tan tóxico para un sucesor como lo ha sido Uribe con Santos; sobre todo en su oposición al proceso de paz.

En su afán de boicotear las negociaciones con las FARC, Uribe no se detuvo ante nada y se valió de todas las herramientas que encontraba a su paso para minar la credibilidad de su antiguo ministro de Defensa y sembrar el pesimismo alrededor de los diálogos, objetivo que coronó con el resultado del plebiscito. De nuevo triunfó el miedo.

Uribe ganó el plebiscito y ha hecho oposición con la misma estrategia con que gobernó: infundiendo miedo a punta de embustes y de medias verdades, de señalamientos y de campañas de odio. Es un populista de derecha que prefiere dividir en vez de sumar, pues sabe que la confrontación le da más réditos que la cooperación. Además piensa que el único que puede salvar al país es un caudillo como él. O quizás como Trump, quien es otro dado a elaborar teorías basadas en verdades a medias o mentiras flagrantes, que sin embargo son muy convincentes para sus miles de simpatizantes incautos.
Empecinado en que las cosas se hagan a su manera, Uribe ha convocado manifestaciones supuestamente para protestar contra la ‘tiranía’ de Santos y como rechazo al mal gobierno, a la corrupción y a la impunidad del proceso de paz.

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En otras circunstancias, estas razones podrían parecer legítimas, pero en el caso de Uribe vs. Santos la cosa es más compleja. Es ridículo decir que en Colombia hay un régimen comparable con una dictadura. No tenemos similitudes con Venezuela ni con Ecuador, países donde los periodistas y los medios están asfixiados por las medidas de sus respectivos sátrapas.

Decir que en Colombia se pretendía instaurar un régimen como el que se impuso en Venezuela es desfigurar la realidad, pero resultó una estrategia muy útil a la hora de sembrar pánico. Por eso fue una de las consignas que más réditos le dio a Uribe en esta campaña. Y no hay nada más traído de los cabellos, pues Santos y Chávez no se parecen en nada: ni en su origen, ni en su formación ni en su estilo de gobernar; pero Uribe los equiparó tantas veces y con tanta consistencia que la gente terminó por creerle.

Uribe también habla insistentemente del temor por la impunidad que conllevaba el proceso de paz de Santos, pero nunca dice ni una sílaba de la negociación que en su mandato llevó a cabo con los grupos paramilitares, estrechamente ligados al negocio de la droga y que cometieron incontables masacres y asesinatos de políticos, periodistas y líderes sindicales, entre otros; crímenes casi todos que siguen sin resolverse.

Al igual que en el referendo británico, el plebiscito colombiano fue una disputa “entre una mentira simple y una verdad compleja”, como lo resumió el columnista Andrew Cooper en el periódico londinense The Guardian, luego de que sus compatriotas se dejaron seducir por la mentira. Y eso que allá la campaña duró más de un año.

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Aquí, con el único fin de meter miedo, los que impulsaban el ‘No’ urdieron toda clase de falacias, empezando por el cuento del castrochavismo. A esta se sumaron otras mentiras aberrantes como decirles a personas humildes de la tercera edad que si ganaba el Sí les iban a quitar sus pensiones para subsidiar a los desmovilizados de las Farc. También hablaron de expropiaciones masivas y de cancelación de subsidios que nunca estuvieron contemplados en los acuerdos, pero que Uribe y sus seguidores pregonaron como verídicos a los cuatro vientos.

Hasta el día mismo de la votación, los partidarios del ‘No’ –encabezados por el Centro Democrático, el partido de Uribe–, suponiendo que iban a perder, trataron de deslegitimar el plebiscito y de poner en entredicho el papel de la Registraduría Nacional del Estado Civil. Y aunque los hechos demostraron una vez más que sus acusaciones carecían de sustento, ninguno de ellos ha tenido la gallardía de retractarse de sus señalamientos ni mucho menos de ofrecer disculpas.

Sin embargo, aunque el papel de Uribe y la capitalización que hizo del miedo a caer en manos de los terroristas fue determinante en la derrota del Sí, hubo otros factores que contribuyeron para que se diera este vergonzoso resultado.

Para empezar, los errores de comunicación fueron notorios, pues en medio de ese torbellino de desinformación, el gobierno terminó apabullado y en vez de una campaña proactiva montó una campaña reactiva para minimizar el impacto de las teorías conspirativas de los defensores del No, que tal y como se vio fueron muy efectivas.

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Por otra parte, mientras la campaña del No tuvo prácticamente como único vocero a Uribe –quien, dicho sea de paso, es un monstruo a la hora de sintonizarse con la gente–, la del Sí se dispersó y cada partido de la plataforma que defendía el proceso con las Farc armó toldo aparte y los mensajes nunca fueron consistentes.

Adicionalmente, el vicepresidente Germán Vargas Lleras –una de las principales figuras de la Unidad Nacional, la coalición que en teoría apoya al gobierno– nunca mostró un particular entusiasmo por la campaña del ‘Sí’. De hecho, en varias zonas del país que eran feudos políticos de Vargas Lleras, se impuso el ‘No’. Y algo similar ocurrió con otras regiones donde la influencia de los funcionarios y alfiles de Santos no se sintió.

Pese a las declaraciones del Papa Francisco, quien hasta último momento instó a los colombianos a “blindar los acuerdos en el plebiscito”, la Iglesia Católica tampoco ayudó, pues, con pocas excepciones, los más altos jerarcas optaron por declararse neutrales. En este punto cabe destacar el papel del jesuita Francisco de Roux, sacerdote que ha sido un incansable apóstol de la paz y quien ha sido testigo de primera mano de los horrores cometidos por guerrilleros y paramilitares en los campos colombianos.

Es muy temprano para saber cómo se van a renegociar los acuerdos con las FARC, si es que dicha posibilidad existe. No obstante, mientras la paz tenga que pasar por la aprobación de Uribe, es mejor no hacerse demasiadas ilusiones. Al fin y al cabo, las crisis y los sobresaltos son el oxígeno que él necesita para mantener vigencia.

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Para vergüenza ante el mundo, quienes determinaron el resultado del plebiscito fueron los que ven la guerra por televisión, los habitantes de los mayores centros urbanos –excepto Bogotá–, mientras aquellos que han sufrido en carne propia los horrores de este medio siglo de violencia nos dieron un ejemplo de perdón y de reconciliación al votar abrumadoramente por el ‘Sí’.

Esos que no votaron basados en el miedo inventado por Uribe, sino que han sobrevivido al pánico real del conflicto fueron los mayores derrotados este día triste y lamentable.

Con ellos quedamos en deuda.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.