La hispana de Los Ángeles con un pozo de petróleo en su patio trasero
Su forma de cabeza de caballo metálica es una de las siluetas inconfundibles de los campos petrolíferos de EEUU. Se trata de un balancín petrolero o bomba de varilla, el aparato con el que se extrae oro negro del subsuelo de forma tradicional. En inglés se denomina pumpjack, oil horse, donkey pumper, pero los hispanos de Los Ángeles lo llaman caballo, dinosaurio, grillo, godzilla… Para los nietos de Teresa López, que se columpian junto a uno de ellos, es un ‘sube y baja’.
A menos de una hora de la lujosa Beverly Hills, en una calle de Wilmington, Dolores Street, esta inmigrante latina tiene uno de estos godzillas de unos ocho metros de alto prácticamente metido en su patio trasero. Aunque parezca increíble, no resulta tan extraño en áreas de Los Ángeles, donde hay muchas de estas bombas petroleras subiendo y bajando junto a casas, hospitales, colegios, iglesias, campos deportivos… “Lo ponen donde están los más pobres, nosotros no tenemos la posibilidad de irnos a otro lado”, se queja con resignación la mexicana.
Al entrar en el florido jardín de Teresa López, donde crecen limoneros, perales, toronjos, buganvillas, granados, resulta inevitable no pensar en NIMBY, la expresión utilizada en el mundo anglosajón para criticar a aquellas personas que se oponen a cualquier instalación molesta o contaminante cuando es cerca de su casa: significa ‘Not in my back yard’ (no en mi patio trasero). En muchas zonas de EEUU, hoy en día se podría hablar más bien de BIHBY: ‘Better in hispanics back yard’ (mejor en el patio trasero de hispanos). Y en el caso de esta abuela mexicana resulta literal.
Según un informe de 2014 del Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales (NRDC, por sus siglas en inglés), en California cerca de 5.4 millones de personas viven a menos de una milla de perforaciones de gas o petróleo. Y, de todas ellas, dos terceras partes son minorías no blancas: un 45% hispanos, un 13% asiáticos, un 8% afroamericanos y un 3% de otras etnias.
Específicamente en el condado de Los Ángeles, el estudio contabilizada unas 580,000 vecinos que viven a menos de un cuarto de milla (400 metros) de alguno de los más de 5,700 pozos petrolíferos activos. Una distancia todavía grande comparada con la que hay al patio trasero de Teresa.
“Llevamos 23 años acá, mi esposo empezó a buscar casa y no teníamos lo suficiente para pagar otra. Él tenía un terrenito en México, lo vendió para agarrar esto”, cuenta esta mexicana de Aguas Calientes, que tras criar aquí a sus tres hijos ahora se ocupa de sus dos nietos (de 2 y 6 años). Comparado con el lugar dónde vivían al llegar a EEUU, conseguir esta vivienda con patio trasero fue para ella como irse a “un palacio”.
Desde el primer día que entraron en la casa ya estaba allí subiendo y bajando el caballo metálico, aunque al principio tampoco le prestaron atención. “De primeras no lo miramos mucho porque estaba chaparrito, estaba chiquito. Y cuando llegamos todo el patio era un monte, no podíamos casi caminar por dentro”, cuenta la mexicana. “Después que lo limpiamos es cuando nos dimos cuenta que estaba. Yo le pregunté a mi esposo: ‘Oye y ¿qué es eso?’ ‘¿Forma parte de la casa?’".
Entonces la bomba de extracción era más pequeña, pero con el tiempo, ya viviendo ellos allí, fue sustituida por otra el doble de grande. Aunque hay una valla de separación entre el monstruo metálico y el patio, cuando la familia de Teresa López se reúne para hacer una barbacoa o para jugar con los niños en el jardín no pueden dejar de fijarse en el perpetuo movimiento del dinosaurio que se asoma por encima de la empalizada.
Aunque, para ellos, lo más molesto no es ni mucho menos la visión del monstruo. Hay días en los que el vecindario huele como si vivieran en una gasolinera. Y luego está lo de las ‘trocas’, los camiones que van cada día a retirar de los tanques el oro negro sacado del subsuelo del barrio, incluidos los fines de semana. “Ese ruido es muy enfadoso”, se queja la hispana, que reconoce que no sabe tampoco muy bien qué se saca de debajo de su jardín. Aunque lo que más le apena es que eso tuviera que ver con lo que le pasa a su nieto.
“Siempre anda tosiendo y estornudando, le están haciendo análisis, pues el doctor no sabe si es alergia o algo respiratorio”, explica preocupada. “Mi hija ya tuvo asma de pequeña y todos los niños de los vecinos andan siempre con la pompita [el inhalador contra ataques de asma]”.
Un poco de historia
Hubo una época en Los Ángeles, en los primeros años del siglo XX, en la que había pozos de petróleo por todas partes. Existen fotos históricas de entonces sorprendentes. Luego en los años 30-40 fueron reduciéndose y en los 70 desaparecieron la mayor parte. Al menos, a la vista, pues las leyes obligaron a cubrirlos. Hoy todavía quedan hasta en Beverly Hills, pero no es precisamente ahí donde hay más.
¿Cómo han acabado tan juntos las bombas de extracción de petróleo y los vecindarios mayoritariamente hispanos o afroamericanos? La explicación es compleja, pero hay algunos factores determinantes. Uno de ellos son las clausulas raciales (Racial Covenants), que antiguamente impedían que en determinadas zonas de EEUU una persona pudiera vender una casa a alguien no blanco. “Los dueños de las propiedades prometían que no iban a vender o alquilar a personas de color o si no los vecinos podían demandarlos, porque decían que les iba a reducir el valor de las propiedades”, comenta Linda Escalante, del Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales (NRDC). Según asegura, esto explicaría, por ejemplo, que los afroamericanos con más dinero de Los Ángeles se establecieran en Baldwin Hills, justo encima del campo petrolero urbano más grande del país.
En algunas de estas áreas, los pozos ya estaban allí y se construyeron al lado las casas, pero en otras la gente llegó primero y luego se pusieron los pozos. Y para esto segundo existe otro tipo de discriminación que, según la representante del NRDC, sí que sigue dándose hoy en día.
Se trata del proceso a partir del cual se dan nuevos permisos para que las compañías expandan su producción, una cuestión sobre la que hay ahora mismo interpuesta una demanda en la Corte Suprema de Los Ángeles contra la ciudad. Como explica Gladys Limon, abogada de la organización Comunidades por un Mejor Medio Ambiente y encargada de este caso, la denuncia asegura que son menores las exigencias de protección requeridas para los permisos de nuevas explotaciones en los vecindarios de hispanos o afroamericanos que en el de los blancos. En Wilmington y otros sitios del sur de Los Ángeles, los pozos están más cerca de colegios, parques infantiles o parques, y no se exige que estén dentro de cercados como sí ocurre en otros lugares.
¿De qué forma afectan a la salud los godzillas como el que se balancea en el patio de Teresa? Paradójicamente, después de más de 100 años de convivir con ellos, el Consejo de Recursos Atmosféricos ( ARB) de la Agencia de Protección Ambiental de California afirma no tener una respuesta ahora mismo. “La difusión de la exploración petrolera en California ha producido preocupaciones con respecto a la igualdad y a la salud pública. Por eso, el ARB está patrocinando un estudio preliminar para determinar los posibles peligros al vivir cerca de pozos petroleros y si las personas de bajos recursos o minorías son las más afectadas”, afirma por email la organización.
Mucho más contundente se muestra Martha Dina, directora de Médicos por la Responsabilidad Social en Los Ángeles, que considera un peligro que los pozos de petróleo estén tan cerca de viviendas y colegios por los tóxicos asociados a estas explotaciones. “Hay fugas, lo sabemos porque la gente lo huele”. Como incide, está acostumbrada a ver vecinos que sufren de mareos, náuseas, sangrado de nariz… Los mismo síntomas que tenían los residentes de Porter Ranch, la acaudalada área de Los Ángeles desalojada durante la masiva fuga de metano hace unos meses.
“Conozco comunidades cercanas a pozos de petróleo que se quejan de estos síntomas desde hace 3 y 4 años, pero nada, no hay respuesta oficial de las compañías o del Gobierno local o estatal”, incide. “En Porter Ranch les movieron de sus casas, les pagaron para vivir en otra parte, les pagaron para limpiar sus casas... Esto es un ejemplo salvaje de racismo ambiental, de respuesta diferente a una comunidad que tiene recursos y otra que no”.