Ya no solo lo decimos los aguafiestas. Ahora la advertencia ha salido de la boca del caballo, como dicen los ingleses. Donald Trump amenazó con “demorar” las elecciones presidenciales del tres de noviembre y muchos se mandaron a correr. Excepto aquellos que ya corríamos desde hace tiempo.
Trump asoma el zarpazo autoritario
"Trump teme ir a parar a la cárcel y perder su pequeño imperio empresarial si renuncia a la impunidad presidencial que le han obsequiado los republicanos, temor que históricamente ha sido una de las causas principales del surgimiento de dictaduras".


Advertíamos desde entonces lo que advertiré de nuevo ahora: que un Trump acorralado por su impopularidad, incapacidad y malevolencia hará todo lo posible para impedir elecciones libres, democráticas y transparentes en noviembre. Y que para ello contará con la complicidad de sus asesores en la campaña, el gobierno y el Congreso, para no hablar de su famosa “base”, esa a la que se le atribuyen todos los defectos y maldades que en realidad son de Trump y de quienes le rodean: la prepotencia, el racismo, la xenofobia, la ignorancia y la corrupción moral.
“Con el Voto Universal por Correo (no el Voto de Ausente, que es bueno), la del 2020 será la elección más IMPRECESIA y FRAUDULENTA (sic) en la historia”, trinó el presidente descarriado. “Será un gran bochorno para EEUU. ¿Demoremos la elección hasta que la gente pueda votar adecuada y seguramente?”.
Esta exhortación, jamás hecha por ningún otro presidente en la historia del país, ni siquiera durante las guerras civil y mundiales o pandemias anteriores, provocó airadas protestas de opositores demócratas, condenas de intelectuales, perplejas aclaraciones de periodistas. Algunos cómplices republicanos del mandatario – los senadores Mitch McConnell, Ted Cruz y Lindsey Graham, entre otros - se rasgaron las vestiduras. Opinaron sin demasiado entusiasmo que sí habrá elecciones. Y la Casa Blanca, como de costumbre, fingió que Trump no había dicho lo que dijo.
Pero lo dijo. Y es que tiene motivación desde la cuna: un narcisismo galopante que lo obliga a sentirse el centro del universo y odiar a muerte a quien no se lo cree; una personalidad atrabiliaria que convierte en enemigo a todo el que no lo adula o trata con abyección. Y tiene la motivación reciente de encubrir, mediante la permanencia en el poder, sus turbios negocios y chanchullos con dictadores y otros rufianes.
Trump teme ir a parar a la cárcel y perder su pequeño imperio empresarial si renuncia a la impunidad presidencial que le han obsequiado los republicanos, temor que históricamente ha sido una de las causas principales del surgimiento de dictaduras. Y teme, además, que a chirona lo acompañen familiares y otros allegados.
Por eso, con la ayuda diligente de su campaña y asesores de la Casa Blanca, siembra de manera sistemática la desconfianza en las elecciones. Propaga el infundio de que la votación por correo conduce al fraude masivo. Y falazmente la diferencia de la votación en ausencia, aunque en realidad son la misma cosa.
Cinco estados votan de ese modo desde hace años. Seis dicen estar listos para hacerlo en noviembre. El propio Trump, sus familiares y asesores han votado así un sinfín de veces. Pero ahora, el presidente y sus aliados en el Congreso se niegan a aportar los fondos que necesitan más de 40 estados para ampliar la votación en ausencia y garantizar la sanidad en los centros de votación. También se afanan en suprimir votantes, fomentando medidas antidemocráticas como la de obstruir la participación electoral de millones de exconvictos que ya expiaron sus condenas.
Pero sin duda el indicio más alarmante de que Trump boicotea las elecciones y sopesa los méritos y posibilidades de un autogolpe es el uso de militares y agentes federales para sofocar protestas civiles. Se trata de un clásico balón de ensayo, usado por todos los dictadores que le han precedido, para medir hasta donde están dispuestas a llegar las “fuerzas de la ley y el orden” en la represión de la disidencia y hasta donde están dispuestos a tolerarlo los civiles estadounidenses.
En esta materia, la historia deja poco margen para las dudas: militares y policías, por regla general, obedecen órdenes. Ciegamente si es necesario. Y nunca faltan civiles que apoyan a los tiranos, esos hombres fuertes providenciales que meten en cintura, apalean, encarcelan y destierran a otros civiles que no son o no piensan como ellos.
Gobernar democráticamente exige unos conocimientos, experiencia y temperamento de los que carece Trump. Continuar el proyecto inacabado de crear en Estados Unidos la primera democracia multiétnica exitosa en el mundo es todavía más exigente. El narcicismo malévolo de Trump lo inclina hacia autócratas cuyo poder envidia y emula, como el ruso Putin, el turco Erdogan, el filipino Duterte y el chino Jinping, de quien se ha distanciado porque se negó a ayudarle a hacer trampa en las elecciones de noviembre, como se desprende de las memorias de John Bolton, “The Room Where It Happened”.
El mandatario ha entrado en una espiral antidemocrática difícil de frenar. La subestiman aquellos que, como el senador demócrata Chuck Schumer, piensan que se trata de una mera “distracción” de los problemas sanitarios y económicos que su gobierno no sabe resolver. Es más bien una estrategia deliberada cuyo éxito o fracaso dependerá de cómo reaccionemos a ella los estadounidenses.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.








