Como si la democracia estadounidense no sufriera ya suficientes contratiempos, como consecuencia del intento de golpe de Estado en 2021, nuestra clase política se está dedicando a socavarla aún más con el rediseño de distritos electorales. Republicanos y demócratas se han dado a la tarea con tanto ahínco y oportunismo, que han reducido casi a la mitad los distritos donde realmente habría auténtica competencia en las elecciones intermedias en noviembre de 2022. Apuestan a que el tema es tan complicado y esotérico, que la mayoría de los votantes ni siquiera notarán que están jugando con su bienestar y su destino. Pero lo están.
Leña al fuego de la polarización
"No hay remedio blando para el problema de la manipulación de distritos electorales. Desde que giró hacia el conservadurismo, la Corte Suprema ha allanado el camino para que se normalicen estas adulteraciones sectarias. Solo ha dejado en pie la posibilidad de demandar en caso de que el abuso sea patentemente racial".


Los distritos electorales del Congreso nacional y las legislaturas estatales se rediseñan cada 10 años basándose en los resultados del censo. El propósito no pudiera ser más democrático: reflejar los cambios numéricos y geográficos en la población. Pero desde tiempos inmemoriales los dos grandes partidos se las han arreglado para manipular los mapas que crean para favorecerse, perjudicar al bando rival y a menudo repartirse entre ambos el pastel de electores de forma cuestionable, por ejemplo, para atornillar en sus puestos a legisladores titulares.
La manipulación oportunista de los distritos de votación se denomina en Estados Unidos “gerrymandering”. El término se deriva del apellido de Elbridge Gerry, padre fundador y exvicepresidente de la república quien ha pasado a la historia por lo que hizo mal. Como gobernador de Massachusetts, promulgó una ley que creó un distrito electoral totalmente partidista en Boston en 1812 (entonces su partido se llamaba el Partido Democrático Republicano). Desde entonces, republicanos y demócratas han seguido su infortunado ejemplo, aunque no siempre con el fervor con que vuelven a hacerlo ahora.
Si los mapas de elecciones se mantienen como están en estos momentos, solo habrá votación competitiva en 44 distritos en noviembre. Eso es casi 30 menos que hace 10 años. Los demócratas temen que los republicanos amañen distritos en 20 estados este año. Los republicanos, que sus rivales lo hagan en 10. Para esta manipulación antidemocrática los dos partidos se valen del férreo control que ejercen sobre legislaturas estatales.
Los republicanos confían en que recuperarán el dominio de la Cámara de Representantes en noviembre, en gran medida, por el rediseño de distritos electorales que realizan. En Texas podrían ganar el 65 por ciento de los votos este año a pesar de que Donald Trump solo obtuvo allí el 52 por ciento en 2020. La potencialmente abrumadora victoria podría darles 24 de los 38 escaños legislativos del estado y revertiría una tendencia que favorecía a los demócratas. Estos, a la vez, han reconfigurado los distritos en Nueva York de tal manera que ganarían tres escaños y aumentarían su dominio a 22 de los 26 distritos electorales neoyorquinos.
Estos son apenas dos ejemplos de una manipulación extensa y tóxica. Los cambios oportunistas en los mapas electorales alteran injustamente el equilibrio de poder en los estados y en el país. Tanto el proceso como sus resultados alimentan la ya severa polarización política porque hace las elecciones menos competitivas. Son pura leña para el fuego de nuestras divisiones.
En la mayoría de los distritos, se puede predecir el ganador prácticamente sin examinar las contiendas e independientemente de quienes sean los candidatos. Bastaría con observar el mapa electoral, la filiación de los votantes inscritos y los partidos en los que militan los aspirantes.
No hay remedio blando para el problema de la manipulación de distritos electorales. Desde que giró hacia el conservadurismo, la Corte Suprema ha allanado el camino para que se normalicen estas adulteraciones sectarias. Solo ha dejado en pie la posibilidad de demandar en caso de que el abuso sea patentemente racial. Y esa es una ventana de legalidad y justicia que deberían aprovechar los líderes de las minorías étnicas en el país.
La semana pasada, la Corte Suprema de Carolina del Norte anuló por cuatro votos contra tres los mapas electorales que habían trazado los republicanos. Era demasiado flagrante el intento de excluir a las minorías del ejercicio de poder político en ese estado. Los legisladores republicanos deberán presentar nuevos mapas que puedan digerir los demandantes y también los magistrados. Otros procesos judiciales contra republicanos y demócratas siguen pendientes y se decidirán antes de las elecciones.
Para el ciudadano de a pie, lo que queda es la posibilidad de alzar su voz en las reuniones estatales en las que cada 10 años se discute el rediseño de distritos; cerciorarse de que vota por legisladores que no apelen a esta turbia maniobra para mantenerse en el poder; y exigir la formación de paneles independientes de los dos grandes partidos que en el futuro tracen con imparcialidad los distritos de votación.
Como puede apreciarse, no son muchas las opciones que tenemos los ciudadanos corrientes. Tampoco podemos esperar que esas opciones nos den resultados inmediatos. Pero al menos nos garantizan el derecho al pataleo.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







