Colombia: ¿acuerdo de paz o pacto político entre dos partes?

“Las FARC no constituyen ni definen la paz para Colombia. En consecuencia se falta a la verdad al afirmar que un arreglo con una de las partes resolvería el conflicto global”.

Humberto de la Calle, líder del equipo negociador del gobierno en los Diálogos de Paz de Colombia en La Habana, el 24 de agosto de 2016
Humberto de la Calle, líder del equipo negociador del gobierno en los Diálogos de Paz de Colombia en La Habana, el 24 de agosto de 2016
Imagen Yamil Lage/AFP/Getty Images

En Colombia una vez más aparece con justificadas expectativas un nuevo hito dentro de una historia de frustrados acercamientos y negociaciones en procura de poner fin a una muy larga, sangrienta e inútil guerra interna.

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Pero ahora se ha llegado más lejos en las formas y al parecer en el fondo pues el gobierno colombiano ha declarado tras largas y tortuosas conversaciones en Cuba que " Hemos alcanzado un acuerdo final, completo, definitivo, para poner fin al conflicto armado con las FARC".

Humberto de la Calle, jefe de la delegación oficial en La Habana, en su discurso del 24 de agosto del 2016, al dar cuenta del pacto, expresó con emoción y dramatismo: "la guerra ha terminado". Seguramente no pocos recordaron el parte final que Franco rubricó en Burgos el 1 de abril de 1939, que concluía con idéntica frase para dar por terminada la guerra civil española.

Por su parte, el Presidente Santos señaló con solemnidad: "por fin puede decirse que todo está acordado con las FARC y que ahora se cerraron las negociaciones (...) tenemos un acuerdo definitivo" agregando en tono de ucase que este será "inmodificable".

En horas posteriores iría al Senado llevando consigo el ahora y por fin conocido famoso texto. Una vez más muchos harían memoria de lo leído y estudiado sobre el regreso triunfal a Londres de Neville Chamberlain mostrando jubiloso el documento firmado en Munich con Hitler en septiembre de 1938. Las palabras del Primer Ministro ante la multitud que lo aclamaba se refirieron al logro de la paz con honor y una paz "para nuestro tiempo".

77 años después y dentro de un período de 24 horas se expresaron dos citas –y se hizo un gesto– parecidos en contenidos, motivaciones y hechos; claro, no en personajes. Caprichos de la historia. Pero pudieran existir dudas razonables –se vale el optimismo– para que aquellos y estos difieran en sus consecuencias.

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Lo de Colombia es un conflicto terriblemente complejo que solo su permanencia, que rebasa los 50 años, ya es muestra de ello. Ya los especialistas, incluyendo a "violentólogos", han escrito en abundancia.

No obstante hay un punto donde aún se debe decir más y reivindicar con mayor intensidad. Se trata de cómo la democracia colombiana ha plantado cara a esta situación con resolución, valentía y heroica defensa. Ejercicio democrático de larga data en comparación con el resto de América Latina. Con sus oscuras sombras, por sus errores, pero que en todo caso son inferiores a sus muchos éxitos, logros y avances.

Durante las últimas cinco décadas el Estado democrático y la sociedad fortalecieron su legitimidad, promovieron los derechos y garantías políticas y se registraron avances sociales significativos.

Además, se enfrentó militarmente pero siempre bajo el mando de un presidente civil, a diversas bandas y pandillas armadas muy violentas, y poderosos carteles de narcotraficantes que, con distintos y perversos motivos y justificaciones, buscaron, y aún lo hacen, imponer "su ley y su sistema" y finalmente quebrar todo el sistema constitucional.

Para la democracia en Colombia no han sido años de "tranquila firmeza" como pedía Gaitán pero sí de lo que él denominó "grandes batallas cívicas"

Uno de estos grupos es las FARC, sin duda la más antigua y poderosa guerrilla del mundo. Bien armada, rica en recursos económicos y con una organizada, entrenada y numerosa tropa, con su Estado Mayor y comandos distribuidas en anillos, frentes, bloques y regiones a lo largo del territorio nacional.

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Las FARC se visibilizaron internacionalmente a través de una eficiente maquinaria de propaganda apoyada en ‘entidades fachada’ distribuidas en Europa y América Latina.

A esto cabe agregar sus arreglos de "defensa mutua" particularmente con Cuba y, desde 1999, con el régimen militar de Venezuela instaurado por Hugo Chávez y presidido en los últimos tres años por Nicolás Maduro.

Esta última "alianza estratégica" fue crucial para que las FARC hayan podido amortiguar y aliviar las derrotas militares que le fueron infligidas por el ejército colombiano –notablemente durante la presidencia de Alvaro Uribe–, reposar sus efectivos, guardar sus secuestrados, mantener reuniones sobre estrategias y negociaciones entre socios, y abastecerse de pertrechos de toda clase; pero, en lo fundamental, usar a Venezuela como salida libre y segura de su principal producto de exportación: la cocaína.

Se suma a este expediente una inmensa y trágica cuenta nacional de secuestros de personas, reclutamiento de niños, feroces y despiadados actos terroristas, asaltos a entidades bancarias y dependencias gubernamentales, asesinatos de parlamentarios y dirigentes sociales.

En medio de esta historia entra en el escenario, investido como presidente de la República en 2010, Juan Manuel Santos. Tenaz y certero perseguidor de varios frentes de las FARC y sus líderes guerrilleros como ministro de defensa de Uribe, de cuya política de Seguridad Democrática fue ejecutor implacable con no pocas acciones de gran impacto mediático, diplomático y militar.

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Durante su primer mandato Santos inicia contactos secretos con las FARC, con maniobras tan "insólitas" como enviar de emisario a su propio hermano pero contradictorias ya que en paralelo ordenaba operaciones como las que le costaron la vida a (a) ‘Mono Jojoy’ y (a) ‘Alfonso Cano’.

Este aparente mimetismo ideológico de Santos registra un capítulo que sorprendió a propios y a extraños al declarar que Hugo Chávez se había convertido en su "nuevo mejor amigo". Pistoletazo de partida retórico, gestual y simbólico hacia un "acuerdo en serio" pues incorporaba a su "sociedad pacificadora" a uno de sus más enconados enemigos pero, como fue señalado, firme aliado de la FARC. De paso, a Uribe su toñeco (niño mimado) pretendió enviarlo al desván.

Así, con la complicidad de los gobiernos de Cuba y Venezuela, las maniobras de Santos culminan con la instalación de una mesa de negociaciones nada menos que en La Habana; con el aval de Naciones Unidas, Europa, Latinoamérica y hasta un observador de los Estados Unidos.

Al cumplirse esta fase, Santos hace dos anuncios claves. Por una parte, el principio político rector y metodológico que regirá las conversaciones: " Nada está acordado hasta que todo esté acordado”. Inteligente y hábil punto de partida para evitar turbulencias declarativas, malos entendidos, distorsiones de preacuerdos y manipulaciones informativas tan propias de estas lides. Les "marcó la cancha" a los jugadores de ambos equipos, pero también a los que ocupaban las tribunas.

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Y por la otra parte, el ambicioso y seductor objetivo de "terminar el conflicto y la construcción de una paz estable y duradera". Leitmotiv que dominará en todas las declaraciones formales de cada punto acordado en Cuba y que quedaría plasmado en los textos finales. Propósito cuyo segundo adjetivo muestra un cierto pesimismo o mejor, conciencia de finitud de las actos humanos " porque nada es para siempre", como canta José José.

Ahora bien, el documento global con sus seis puntos, resultante de las transacciones de La Habana, puede ser discutible y material para el debate y la controversia por diversas razones en modo alguno negativas o condenables per se, pero sí lo es por el hecho de que sus autores pretenden con su manejo y presentación ante la sociedad colombiana unos hechos que no fueron ni son tales. Veamos tres de ellos:

Primero, el gobierno y las FARC pusieron gran empeño durante los pasados cuatro años en influir tanto en la opinión pública nacional como en la internacional para convencerlas de que una paz nacional, total e integral sería alcanzada.

Pero las FARC no constituyen ni definen la paz para Colombia. En consecuencia se falta a la verdad al afirmar que un arreglo con una de las partes resolvería el conflicto global.

En realidad la arquitectura de las conversaciones en La Habana, contrario a lo que se quiere dejar ver, con un discurso en ocasiones esquivo y ambivalente, no fueron para pactar condiciones y decisiones que condujeran a Colombia hacia una paz nacional con todos y para todos. Integral, incluyente, transparente, justa, que reivindicara el derecho de las víctimas. "Que se sepa la verdad y se haga justicia", reclamaba en su momento el Director General de la UNESCO, Federico Mayor Zaragoza, apóstol indoblegable de la Cultura de Paz.

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No, en Cuba se planificó desde el inicio un entramado, no por ello ilícito pero discutible éticamente, destinado a asegurar un convenio político para marcar el final de las hostilidades entre el Estado colombiano y un grupo armado que delinquió contra la Constitución y leyes de una República democrática y soberana.

En términos estrictamente bélicos sería más adecuado sostener que fue la firma de una “rendición condicionada” e incluso con algunas ventajas para quienes depusieron las armas.

Segundo, la democracia colombiana no comienza el 24 de agosto del 2016, fecha "cuando todo estuvo acordado". Por tanto se es desleal con Colombia y se falta a la verdad cuando se deja ver en algunos apartes del convenio que la implementación del Acuerdo Final contribuirá a "...transitar a un escenario en el que impere la democracia, con garantías plenas para quienes participen en política (...) para enriquecer el debate y la deliberación alrededor de los grandes problemas nacionales y, de esa manera, fortalecer el pluralismo y por tanto la representación de las diferentes visiones e intereses de la sociedad, con las debidas garantías para la participación y la inclusión política".

Tercero, la pregunta que Santos les hace a los ciudadanos colombianos para que éstos respondan Sí o No en el plebiscito del próximo 2 de octubre, resume esta distorsión y manipulación. El texto esconde el carácter parcial y el propósito político de lo consensuado en La Habana.

En efecto la interrogante ¿apoya usted el acuerdo para terminar el conflicto y construir una paz estable y duradera? omite deliberadamente que el acuerdo es con las FARC, con toda la carga emotiva que su historia tiene en la memoria colectiva.

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Por otra parte, el haber fijado el 26 de septiembre como la fecha para las firmas de esa paz, introduce a pocos días del plebiscito un elemento altamente ventajista en favor del proponente.

Así las cosas, el proceso que culmina con el convenio Santos/Timochenko puede ser leído usando la muy conocida afirmación de Clausewitz, pero en sentido contrario; es decir, la política es la continuación de la guerra pero por otros medios. Y dicen los demoniólogos que Satán habla en reversa.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.