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Narco submarinos

Guardia Costera: punta de lanza contra el tráfico de drogas

La lucha de la Guardia Costera contra el tráfico de cocaína hacia Estados Unidos, en narcosubmarinos y otras embarcaciones ilegales, es una labor ardua y costosa. Univision estuvo durante 12 días a bordo de una de sus más grandes fragatas.
24 Nov 2019 – 02:21 PM EST
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El buque Bertholf, de la Guardia Costera, opera en aguas internacionales para detectar narco sumergibles que transportan droga. Crédito: Juan Carlos Aguiar / Univision

La mañana del lunes 28 de octubre de 2019 en Golfito, una población de la costa sur del Pacífico en Costa Rica, pocos habitantes creían el rumor.

"Llegaron 19 camiones cargados con combustible, de los más grandes", nos contó José Sánchez, propietario de un pequeño negocio de hamburguesas.

Era una cantidad nunca vista en esta población de 12,000 habitantes, ubicada a menos de 40 millas de Panamá. Los camiones se estacionaron uno detrás de otro, frente al puerto, para abastecer de diésel al Bertholf, un gigantesco barco de la Guardia Costera de Estados Unidos que atracó esa madrugada.

Calcular el costo de lo que vale llenar sus tanques no es difícil. En Costa Rica, el litro cuesta 95 centavos de dólar y cada camión cisterna lleva 30,000 litros. Recargar el depósito tendría un costo superior a los 500,000 dólares.


Aunque es una suma irrisoria –comparada con el valor de los cargamentos de drogas que una embarcación como estas captura en su recorrido, de unas 12,000 millas náuticas– la cifra ofrece una idea del altísimo costo de la guerra contra el narcotráfico. Una guerra cuyo valor anual se calcula en 50,000 millones de dólares.


Golfito es uno de los tantos puertos en América Latina, pequeños y grandes, usados por la Guardia Costera estadounidense en su lucha contra el narcotráfico. Aquí es inevitable darse cuenta de la llegada de los 'gringos', como los llaman los pobladores.

El capitán Brian Anderson, al mando del Bertholf, autorizó que desembarcaran los tripulantes que no estaban de guardia. Hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, llegaron con pocos dólares a disfrutar de la piscina y del restaurante del hotel Casa Roland, el más grande de la población y que vive de estas esporádicas visitas y del ecoturismo. Fueron tres días con sus noches: lunes, martes y miércoles, pues el jueves, antes del mediodía, partieron tan rápido como llegaron.

Para una embarcación de ese tamaño, 420 pies de largo, es imposible pasar desapercibida cuando arriba a las poblaciones del Pacífico y el Atlántico en Latinoamérica. La mayoría, como Golfito, son pequeñas y humildes. Pocas veces, por seguridad, duermen fuera del barco y cuando lo hacen tienen estrictas normas.

El jueves 31 de octubre un mensaje de texto, que llega simultáneo a los celulares de toda la tripulación, les hizo saber que era tiempo de partir. En una hora soltaron amarras, pusieron a punto los dos motores y la turbina y, así como llegaron, se perdieron en el horizonte, bajo la incisiva mirada del operador del alidada o telescopio marino, usado para marcar puntos de referencia en la navegación.


Continúa la ruta

En el puente de mando el capitán Anderson, al frente del Bertholf desde el pasado julio, imparte instrucciones y supervisa cada detalle. Llevan 26 días en esta misión que esperan terminar pronto, para que todos pasen Navidad con sus familias. Zarparon el 3 de octubre desde el mismo puerto con la misión de capturar embarcaciones de narcotraficantes, especialmente los llamados narcosubmarinos o semisumergibles, y apoyar en alta mar a otros barcos guardacostas de menor tamaño.

La ruta del Pacífico es muy apetecida por los carteles para el envío de cocaína hacia el mercado ilegal en Estados Unidos. La mayoría de los cargamentos sale desde remotos poblados colombianos cuyos nombres son tristemente célebres por los niveles de violencia en la guerra entre narcotraficantes, que buscan el dominio de ese millonario mercado ilegal. Tumaco y Buenaventura han saltado a los titulares de los periódicos, noticieros de radio y televisión por protagonizar episodios sangrientos y ser epicentros del tráfico de droga.

"Todo el mundo sabe que la cocaína sale de aquí (Colombia) y se transporta a México con destino a Estados Unidos", le dijo hace unas semanas María Chapa López, fiscal del Distrito Central de la Florida, a Yezid Baquero, corresponsal de Univision en Colombia.

Estas zonas de sur del Pacífico colombiano, cerca de Ecuador, es donde los criminales esconden sus astilleros ilegales para fabricar, muchas veces, o acondicionar, otras, los botes y semisumergibles que recorren velozmente aguas internacionales en busca de las playas de Norteamérica, no sin antes hacer escalas clandestinas en países centroamericanos para cargar gasolina, al igual que tuvo que hacerlo el Bertholf en Golfito.

Atacar el tráfico en las aguas del Pacífico y del Atlántico es la principal misión de la Guardia Costera estadounidense, unidad militar fundada en 1790.

En la actualidad tiene 243 barcos, "con tripulación asignada de forma permanente", como confirmó John Masson, relacionista público de esta fuerza en el Pacífico. Van desde los 65 hasta los 420 pies, y se usan también para el rescate de náufragos y la lucha contra el tráfico de personas, más conocido como la esclavitud del Siglo XXI.


Más de 87,000 hombres y mujeres conforman esta fuerza marítima, con importantes bases en ciudades como Miami, Norfolk y Boston, en la costa este de Estados Unidos; o San Diego, San Francisco y Seattle, en la costa oeste.

Para garantizar el desarrollo de sus operaciones a lo largo y ancho del continente, la Guardia Costera mantiene constante relación con los ejércitos de las naciones sudamericanas, excepto con Venezuela, por las diferencias diplomáticas entre los dos países.

La mañana del jueves 31 de octubre, cuando el Bertholf zarpó de Golfito, su tripulación ya había detenido en ese viaje por altamar un narcosubmarino de más de 22 pies de largo que llevaba 2,295 kilogramos de cocaína de alta pureza en su interior.

Esta droga incautada puede costar en las calles de Estados Unidos casi 69 millones de dólares, una cantidad con la que se podría llenar de combustible al Bertholf al menos 125 veces.

Transbordo de droga

Al día siguiente, el 1 de noviembre, una llamada del Northland –otro barco guardacostas, de 270 pies, que estaba en el área- hizo que el Bertholf se desviara de su ruta trazada, para iniciar una segunda etapa en esa operación.

Una hora más tarde, las dos embarcaciones se acercaron a una milla de distancia mientras disminuían sus velocidades a cero. A las cinco de la tarde comenzaron a transferir un cargamento de cocaína que el Northland incautó días atrás. Bruno Marín-Santos, oficial de Abordaje de la fragata, explicó a Univision que es un procedimiento rutinario en mar abierto.


"Una transferencia para poder nosotros ayudar a los otros barcos. Somos un barco mayor y tenemos más espacio. Para que ellos hicieran otros casos", afirmó cuando caía la noche. Se hicieron en total cuatro viajes de ida y vuelta en una de las lanchas que lleva el Bertholf, hasta completar 1,500 kilos de droga.

Entre esta carga y lo decomisado en el primer narcosubmarino, el Bertholf ya llevaba más de tres toneladas y media de droga.

La fragata seguía adelante recorriendo aguas profundas. Gracias a su reciente escala en Golfito, tenían combustible para navegar 20 días más.

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