Muchos factores han contribuido a la desigualdad estadounidense: la esclavitud, la política económica, el cambio tecnológico, el poder de los grupos de presión, la globalización y varios más. ¿Qué es lo que han dejado todos estos fenómenos?
Escapar de la pobreza requiere de casi 20 años en los que casi nada salga mal
El economista del MIT Peter Temin sostiene que hoy existen dos clases en EEUU profundamente desiguales y para surgir económicamente ese debe batallar contra muchos problemas institucionales.


Ésa es la pregunta en el núcleo de un nuevo libro, The Vanishing Middle Class: Prejudice and Power in a Dual Economy, de Peter Temin, economista del Massachussetts Institute of Technology (MIT). Temin sostiene que, tras décadas de creciente desigualdad, ahora a Estados Unidos le queda lo que es más o menos un sistema de dos clases: una pequeña, y predominantemente blanca, clase superior que ostenta una parte desproporcionada del dinero, el poder y la influencia política; y una clase inferior mucho más numerosa, compuesta de muchas minorías (pero todavía predominantemente blanca), que con demasiada frecuencia se ve sujeta a los caprichos del primer grupo.
Temin identifica dos tipos de trabajadores en lo que él llama ' la economía dual'. El primero son los trabajadores y directivos expertos, conocedores de la tecnología y con títulos universitarios y altos salarios que se concentran principalmente en campos como las finanzas, la tecnología y la electrónica. Ellos componen aproximadamente un 20% de las aproximadamente 320 millones de personas que viven en Estados Unidos. El otro tipo es el de los trabajadores poco calificados, que él simplemente llama al " sector de bajos salarios".
Temin luego divide los trabajadores en grupos que pueden trazar su linaje familiar en Estados Unidos hasta antes de 1970 (cuando el crecimiento de la productividad comenzó a superar el crecimiento salarial) y grupos que inmigraron después, y observa que la raza juega un papel bastante importante en cómo les va a ambos grupos en la economía estadounidense.
"En el grupo que ha estado aquí más tiempo, los estadounidenses blancos dominan tanto el sector FTE [finanzas, tecnología y electrónica] como el sector de bajos salarios, mientras que los afroestadounidenses se encuentran casi exclusivamente en el sector de bajos salarios", escribe. "En el grupo de inmigrantes recientes, los asiáticos predominantemente entraron en el sector FTE, mientras que los inmigrantes latinos se unieron a los afroestadounidenses en el sector de bajos salarios".
Después de dividir a los trabajadores de esta forma (quizás en rasgos demasiado amplios), Temin explica por qué existen esas marcadas divisiones entre ellos. Se centra en cómo la construcción de la clase y la raza y los prejuicios raciales han creado un sistema que mantiene a los miembros de las clases bajas precisamente donde están. Escribe que la clase alta de los trabajadores del sector FTE, que constituyen únicamente una quinta parte de la población, ha presionado estratégicamente en favor políticas —como salarios mínimos relativamente bajos y la desregulación favorable a las empresas— para apuntalar el éxito económico de algunos grupos y no otros, principalmente siguiendo las líneas raciales. "Las decisiones tomadas en Estados Unidos incluyen mantener tranquilo el sector de bajos salarios mediante el encarcelamiento en masa, la segregación de la vivienda y la privación de derechos", escribe Temin.
Y ¿cómo se puede avanzar desde el grupo inferior hasta el grupo superior? La educación es clave, escribe Temin, pero señala que esto significa diseñar, comenzando en la niñez temprana, una trayectoria exitosa a la universidad y posterior. Ése es un plan de 16 años (o más) que, como observa convincentemente Temin, puede fácilmente cambiar de forma drástica por distintos imprevistos. Especialmente para las minorías, esto significa lidiar con las tendencias raciales que Temin identifica previamente en su libro, como el encarcelamiento en masa y la desinversión institucional en los estudiantes, por ejemplo. Muchas ciudades, que albergan una parte desproporcionada de la población afroestadounidense y latina, carecen de fondos adecuados para las escuelas. Y la deteriorada infraestructura y el mediocre transporte público pueden hacer que sea difícil para los residentes salir de sus comunidades hacia lugares con mejores oportunidades de trabajo o educación. Temin sostiene que esos impedimentos existen por diseño.
A pesar del sombrío retrato que pinta, no cree que necesariamente Estados Unidos tenga que ser así. Ofrece cinco propuestas que dice que podrían ayudar a que el país vuelva a una mejor situación de igualdad. Algunos son palancas bastante claras de las que muchos antes que él han recomendando tirar: ampliar el acceso y mejorar la calidad de la educación pública (especialmente la educación temprana), reparar la infraestructura, invertir menos en programas como las prisiones que oprimen a las minorías pobres y aumentar la financiación para aquellos que pueden ayudar a desarrollar capital social y aumentar la movilidad económica.
Pero otras sugerencias suyas son más ambiciosas e implican cambiar fundamentalmente las creencias culturales que se han fortalecido a lo largo de generaciones. Temin aboga por acabar con la creencia de que los privados actúan teniendo en cuenta el interés de todos, como las organizaciones públicas deben hacerlo. Su recomendación final es abordar el racismo sistemático reviviendo el espíritu de la Segunda Reconstrucción de los años sesenta y setenta, cuando la legislación sobre derechos civiles ayudó a desagregar las escuelas y darles a los afroestadounidenses más poder político y económico.
Temin observa que no todas estas cosas deben cumplirse a fin de que Estados Unidos revierta las cada vez mayores divisiones en su seno. Pero, de momento, la aplicación de incluso una de estas recomendaciones podría resultar ser mucho pedir.
Este artículo apareció originalmente en inglés en The Atlantic.















