Cada día, estudiantes que residen en Ciudad Juárez cruzan la frontera para asistir a la escuela en El Paso. De la misma manera, viajeros que vuelan al aeropuerto de Tijuana pueden caminar hasta San Diego por encima de un puente para peatones. Y hay muchas personas que, viviendo en México, trabajan cada día en el lado estadounidense de la frontera para poder ganar en dólares. De hecho, cerca de 350 millones de estas personas cruzan la frontera cada año, muchas a través de puntos de entrada concebidos más bien para dar la bienvenida, y no para repeler. Entre otras razones, es así porque dicha frontera viene siendo un límite formal que separa a ciudades hermanas, las cuales son, pese a su diversidad, una misma unidad urbana y económica.
Cómo las ciudades de la frontera entre México y EEUU han crecido y se han desarrollado juntas
Las áreas urbanas en el límite entre los dos países se han beneficiado mucho entre sí, pero la forma de su crecimiento es radicalmente distinta.


Pero si bien estas áreas metropolitanas han crecido juntas en décadas recientes, ese desarrollo ha sido disparejo debido a un cúmulo de razones culturales y económicas. La diferencia en cuanto a sus densidades es evidente en un nuevo mapa, creado por el entusiasta de la cartografía Sasha Trubetskoy.
Mediante datos relativos a la utilización del terreno, Trubetskoy, quien estudia Estadísticas en la Universidad de Chicago, se ha concentrado en 14 ciudades fronterizas (cada par con al menos 15,000 residentes) una al lado de la otra:
Mapa de ciudades en la frontera de México con Estados Unidos (de Oeste a Este)
Lo que salta inmediatamente a la vista es que, en líneas generales, las ciudades mexicanas parecen más densamente urbanizadas. A su vez, Trubetskoy indica que estas ciudades son generalmente más pobladas y llama a este apiñamiento de personas en el denso lado mexicano de la frontera “el efecto de aglomeración urbana”. De la parte estadounidense, las ciudades tienden a expandirse.
Entre las 14 ciudades que mapea, San Diego (3.1 millones de habitantes) constituye toda una excepción, en el sentido de que tiene más residentes que su contraparte mexicana (1.9 millones). Dicho esto, acotemos que sus habitantes ocupan un área mayor:
Los otros dos pares de ciudades fronterizas en la región California/Baja California abarcan un mayor territorio del lado mexicano:
A continuación, se detallan ciudades en Arizona, donde la diferencia de densidad es particularmente marcada:
Y estas son las diferencias entre las ciudades en Texas.
A inicios del siglo XX, la mayor parte de estas ciudades mexicanas eran pequeños pueblos fronterizos, escribe Jesús Ángel Enríquez Acosta, sociólogo de la Universidad de Sonora. Pero tras la Segunda Guerra Mundial, eso empezó a cambiar. Mientras crecían las ciudades del Suroeste estadounidense, sus homólogas mexicanas no se quedaron atrás, a menudo como consecuencia de demandas económicas provenientes del otro lado de la frontera.
En Tijuana, bares de poca monta, tabernas y restaurantes afloraron para servir a los clientes norteños. Nogales se convirtió en un pueblo transfronterizo y Ciudad Juárez, en un centro neurálgico para el narcotráfico (aunque eso está cambiando ahora). Catalizadas por cambios migratorios y de política comercial, las maquiladoras –plantas manufactureras usualmente en poder de compañías estadounidenses– se esparcieron con rapidez a lo largo de la frontera en las últimas décadas del siglo XX.
Dentro de México, estas ciudades fronterizas devinieron modelos de oportunidad, de empleos y rutas potenciales –legales e ilegales– hacia Estados Unidos. Al tiempo que migrantes de otras zonas del país seguían llegando, estas ciudades se densificaban, con edificios de usos múltiples enclavados en plazas y parques.
Pero no todo el crecimiento fue positivo, como sostuvo Acosta en 2009 en el Journal of the Southwest : “el crecimiento de las plantas maquiladoras alteró drásticamente la fisonomía y las dinámicas sociales de las ciudades fronterizas. La industria produjo un impacto considerable en la economía regional (y nacional), detonando un auge enorme en los negocios derivados que sirven a las maquiladoras. El crecimiento rápido y sostenido de la población trajo consigo importantes desafíos en materia de planificación urbana. La presión sobre los gobiernos de las ciudades para mantener (ni hablar de expandir) los servicios básicos, la infraestructura y el equipamiento aumentó exponencialmente, si bien su capacidad permaneció más o menos estancada. La inseguridad y la violencia llegaron a caracterizar a varias áreas de estas ciudades, al tiempo que los denominados asentamientos irregulares se incrementaron, aparentemente, de la noche a la mañana. Asimismo, la competencia por los terrenos aumentó ferozmente, mientras el mercado inmobiliario alimentaba el auge de la ‘ciudad’”.
Del lado estadounidense de la frontera, el efecto del Tratado de Libre Comercio de Norte América (NAFTA) ha sido diverso entre sus pueblos y ciudades. Aun así, algunos están prosperando, en buena medida por sus pares mexicanos. San Diego y Tijuana juntos han construido una economía con valor de 230,000 millones de dólares –y no solo basada en manufacturación–, reporta Bloomberg. Y El Paso ha experimentado un desarrollo en años recientes, a partir de que Ciudad Juárez, su contraparte, también ha mejorado.
“A veces me pregunto de qué vive El Paso”, dijo Tony Payan, profesor de Ciencias Políticas en UTEP (Universidad de Texas en El Paso), en un artículo de 2011 en The New York Times Magazine. En gran medida, continuó diciendo la pieza, “la respuesta es que subsiste de Ciudad Juárez”. No existe agricultura por el clima y buena parte del alguna vez desarrollado sector industrial de la ciudad ha sido clausurado o se ha ido.
Está claro que estas ciudades estadounidenses fronterizas pueden tener un desarrollo más compacto. Pero, como se verifica justamente en El Paso, cambiar la cultura de la expansión no será una tarea fácil.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.
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