Hace 25 años, el inmigrante guatemalteco Fidel López yacía en una calle de Los Ángeles, en la esquina de Florence y Normandie, mientras individuos lo pateaban. Le robaron 2,000 dólares y lo pintaron de negro. Podría haber muerto si no fuera porque un pastor afroestadounidense se interpuso, biblia en mano. “Si lo matan, me tienen que matar a mi también”, dijo el reverendo Bennie Newton.
El olvidado protagonismo de los latinos en los disturbios de 1992 en Los Ángeles
Aunque la violencia y frustración de los ‘LA riots’ suele ser relacionada con la población afroestadounidense, la mayoría de los arrestados en estos hechos fueron latinos. A su vez, un 40% de los negocios afectados eran de hispanos.
López fue uno de muchos rostros latinos, víctimas y victimarios, en uno de los eventos más oscuros que la ciudad de Los Ángeles ha vivido: los disturbios de 1992. Contrariamente a lo que se piensa, los ‘LA riots’ estuvieron lejos de ser un hecho donde solo participaron afroestadounidenses.
“Estos claramente no fueron disturbios de la gente de raza negra. Estos fueron disturbios de las minorías”, explicó Joan Petersilla, criminólogo de la Corporación RAND que realizó un análisis de lo sucedido en Los Ángeles entre el 29 de abril y el 4 de mayo de 1992, específicamente en la zona Sur-Centro.
Los incidentes comenzaron luego de que un jurado exculpara a los cuatro policías que duramente golpearon al afroestadounidense Rodney King, a pesar de que este hecho fue captado en un video aficionado. En cada una de las áreas del Sur-Centro de Los Ángeles donde comenzaron las protestas que se tornaron en violencia ya existía fuerte presencia hispana en esa época.
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“Los tres puntos focales de la erupción fueron en Hyde Park, donde los latinos constituían un 26% de la población; la intersección de Florence y Normandie, donde los latinos eran un 28%; y la intersección de Martin King Luther Jr. Boulevard y Normandie, donde los latinos eran un 54% de la población”, explica el académico Armando Navarro en un detallado artículo sobre el rol de los hispanos en este incidente.
Durante estos cuatro días, la policía arrestó a más hispanos que afroestadounidenses. De acuerdo al LAPD, un 51% de los arrestados fueron hispanos, así como un 30% de los fallecidos (19 de 58 personas). A su vez, un 40% de los negocios dañados eran de propiedad de latinos. En total, los daños se calculan en 1,000 millones de dólares.
“En esa época, la percepción de los medios y las autoridades era que el Sur-Centro era un 98% afroestadounidense, a pesar de que ya no lo era”, explica David Hayes-Bautista, catedrático distinguido en la Escuela de Medicina David Geffens (UCLA). “Con el motín los latinos sufrieron mucho”.
Pero los latinos no solo fueron víctimas, sino que también participaron en la violencia. En el nuevo documental The Lost Tapes: L.A. Riots que mi colega Brentin Mock reseñó en CityLab, hay imágenes que lo muestran: hispanos enojados en las protestas, gritos en español, un hombre encima de un automóvil con una bandera de México.
Navarro lo explica bajo el concepto de privación relativa, el que se refiere a la brecha existente entre lo que la gente tiene y lo que la gente cree que debe tener. Un evento, como el fallo en el caso de Rodney King, detonó la la agresividad, pero la frustración ya existía tanto entre latinos como en la comunidad negra.

“Muchos latinos de Sur-Centro eran inmigrantes de México, El Salvador, Guatemala, Honduras y otras partes de América Latina. Llegaron a EEUU motivados por las crecientes expectativas de una mejor calidad de vida”, escribe Navarro. “Motivados por su determinación, coraje y esperanza, sobrellevaron mucho sufrimiento en su precario viaje a EEUU, solo para encontrarse impactados por la omnipresencia de un ambiente hostil y empobrecido”.
En Los Ángeles, en esa época las familias latinas bajo la línea de la pobreza triplicaban la cantidad de familias no latinas en dicha situación. Y en Sur-Centro la situación era peor: mientras el ingreso per cápita de los latinos en LA era de 7,111 dólares, en esa zona era de 4,461 dólares (de acuerdo a datos de 1989).
Además, los latinos tampoco se sentían escuchados. Una encuesta realizada en 1993 en Sur-Centro les preguntó a los hispanos cuánto creían que el gobierno local y los políticos se preocupaban por sus problemas. Un 82% de los encuestados respondió “solo un poco” o “nada”.
Hayes-Bautista, por su parte, distingue entre lo que sucedió a partir del tercer día. “Ya para ese momento, no había bomberos ni policía suficiente y empezó a escasear comida”, recuerda el académico. “Ahí empezaron a entrar en las tiendas y hay muchas imágenes que los latinos con cajas de leche, pero muchos eran dueños de casa buscando para dar de comer a su familia”.

De acuerdo a un artículo de NPR, para muchos inmigrantes de América Central todo el caos gatilló recuerdos de las guerras civiles que justamente les habían hecho escapar de sus países. El exconcejal Mike Hernández es citado en esa historia diciendo que vio gente sacando productos básicos, como comida y pañales, pero que la gran mayoría de la población estaba encerrada en sus hogares, asustada.
Como si el horror no fuera suficiente, a la zona llegaron agentes de la Patrulla Fronteriza. De acuerdo al trabajo de Armando Navarro, de los 15,000 arrestados, 1,200 eran indocumentados. Un 86% de ellos fue deportado, de acuerdo a archivos citados por NPR.
Teniendo todo esto en cuenta, se hace difícil entender cómo estos disturbios no son parte reconocida de la historia de los latinos en Estados Unidos. Para los afectados en Sur-Centro, claro, fue una herida que duró mucho en sanar. David Hayes-Bautista fue parte de un trabajo de análisis de parte de líderes hispanos que intentó explicar lo que sucedió y proponer medidas para mejorar la situación (sus propuestas no fueron consideradas por la iniciativa oficial Rebuild LA, la que casi no contó con latinos entre sus miembros).
Pero, más allá de esto, falta entre los hispanos reconocer estos eventos como parte de su identidad, como explicó el investigador Aaron Fountain Jr. a mi colega Natalie Delgadillo en un artículo anterior de CityLab Latino. “Si alguien ve los disturbios urbanos como algo irracional, patológico o ‘comportamiento negro’ típico, entonces quizás no quieran hablar sobre esta historia”, dice el investigador. “Pero si alguien ve disturbios urbanos como rebeliones, revueltas o levantamientos en donde la gente protesta sobre una serie de agravios, entonces pueden ver esta historia desde el lente de resistencia y la pueden usar para crear orgullo”.
Al menos en Los Ángeles, Hayes-Bautista dice que algo positivo sí surgió de estos disturbios. “Hasta ese momento, había poca comunicación entre los chicanos en el este de Los Ángeles, de tercera o cuarta generación, y los inmigrantes más recientes de México y Centroamérica”, dice el académico. Sin embargo, los disturbios y, en 1994, la propuesta 187 que intentó prohibir servicios sociales, médicos y educación pública a los indocumentados, terminarían por unir a estas comunidades hispanas.
“Los motines y la 187 reunieron en la mesa a los dos grupos”, concluye Hayes-Bautista. “Hasta hoy casi no hay división entre los chicanos y los inmigrantes”.
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