Cómo los estados están boicoteando las ciudades

En lugares como Texas, el gobierno estatal le está dando a los republicanos una plataforma para actuar como un partido de oposición contra las ‘ciudades liberales’.

Capitolio de Austin
Capitolio de Austin
Imagen iStock

La semana antepasada, el gobernador de Texas tomó una medida que puede tener importantes efectos en temas como las ciudades santuario. Greg Abbott dio su apoyo a la prelación: el concepto legal de que la autoridad estatal está por sobre la autoridad local en casi todos los asuntos.

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"En lugar de que el estado tenga que adoptar enfoques específicos en cuanto a la anulación de las regulaciones locales, creo que una ley de amplio marco por parte del estado de Texas, que diga de manera global que el estado anticipa las regulaciones locales, es un enfoque superior", dijo durante una sesión de preguntas y respuestas con el Instituto de Investigaciones de la Coalición Conservadora de Texas.

Esto no es ninguna sorpresa. Abbott es un gobernador y su estado es Texas. Después de la última sesión legislativa, firmó la ley que les prohíbe a las ciudades aprobar normativas locales sobre la perforación de pozos de petróleo, una respuesta a un proyecto de ley contra el fracking aprobado (y posteriormente derogado) por Denton en noviembre de 2014.

Los últimos comentarios de Abbott se producen en momentos en que la nueva sesión legislativa bienal de Texas retoma la cuestión con renovada urgencia conforme los legisladores intentan pasar su propia versión de la ‘ley de los baños’, la que Carolina del Norte acaba de derogar. Otros legisladores de Texas se dispusieron a limitar los impuestos locales a la propiedad y a prohibir las prohibiciones de bolsas de plástico. Abbott, entretanto, ha prometido obligar a las ciudades "a pagar un precio tan alto que no podrán adoptar políticas de ciudades santuario".

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La cita de Abbott es más notable de lo que podría parecer a primera vista. Al prometer bloquear las regulaciones locales, independientemente de su mérito, está esbozando una política de obstrucción—prelación con mayúsculas para evitar que las ciudades liberales promulguen legislaciones. Es el último de una serie de crecientes gestos de gobernadores y legisladores de estados republicanos para restringir los derechos de sus ciudades más liberales.

A raíz de su fallido intento de llevar a buen término la Ley de Cuidado de la Salud Asequible del presidente Donald Trump, el presidente de la Cámara de Representantes Paul Ryan ha culpado a los " dolores del crecimiento" del partido republicano en su transición de un partido de oposición a un partido gobernante. Aunque ésa es una nueva preocupación para Ryan y el revoltoso Freedom Caucus, no es un problema para muchos miembros republicanos fuera de la capital. Los gobiernos estatales dominados por los republicanos les ofrecen a los conservadores una plataforma perfecta para jugar a la oposición, utilizando las ciudades liberales como su contrapunto político.

El gobernador de Texas, Greg Abbott, ha encabezado la lucha por disminuir el poder de las ciudades en favor del estado.
El gobernador de Texas, Greg Abbott, ha encabezado la lucha por disminuir el poder de las ciudades en favor del estado.
Imagen MANDEL NGAN/AFP/Getty Images

¿A quién le corresponde decidir lo que las ciudades pueden hacer?

Las fricciones entre estados y ciudades no ocurren sólo en Texas en este 2017. La dinámica del estado republicano contra las ciudades demócratas se desarrolla en todas las cámaras del país. Al menos 36 estados han introducido leyes anticipándose a los ciudades desde 2016, en temas que van desde qué baños utiliza una persona hasta la ‘ portación constitucional’ de armas de fuego. El alcalde de Tallahassee Andrew Gillum ganó una poco común batalla contra el grupo de cabilderos a favor de las armas sobre la prelación en un tribunal federal de apelación en febrero; Gillum ahora ha adoptado #DefendLocal como su grito de batalla para una contienda por la gubernatura.

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Sin embargo, en Texas el debate por la prelación está haciendo olvidar su tradicional valoración de la autonomía.

La elección de Trump ha empujado la inmigración a la palestra, por supuesto, y ha puesto a las ciudades liberales en la línea de fuego, especialmente en un estado fronterizo como Texas. Después de que la sheriff del condado de Travis Sally Hernández (cuyo ámbito incluye Austin y sus alrededores) implementó una política de santuario para el condado, Abbott cumplió su amenaza de recortar 1.5 millones de dólares de fondos estatales. La cámara de representantes de Texas acaba de aprobar una sanción contra las ‘ empresas santuario’, que se enfoca en las compañías que emplean a inmigrantes indocumentados. Como estado, Texas está contra del libre comercio y a favor del cierre de las fronteras, aunque las principales industrias de Texas, tales como el comercio de ganado, dependen muchísimo de México para prosperar.

O consideremos el límite sobre el aumento de los impuestos a la propiedad que el senado de Texas aprobó la semana pasada. El proyecto de ley impondría un referéndum automático sobre cualquier propuesta para aumentar los impuestos de la ciudad o del condado por encima del 5%. Eso parecería darles mayor control a los residentes locales sobre sus propios impuestos. Aunque, en efecto, instalaría la proposición electoral de California, una forma diabólica de democracia directa que ha atormentado a San Francisco y Los Ángeles (y a Houston también).

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Los residentes urbanos de Texas no necesitan ninguna ayuda para demonizar los impuestos. Houston opera bajo un tope de ingresos que ha obligado a la ciudad a rebajar los impuestos a la propiedad en varias ocasiones, con el fin de permanecer bajo el tope. Diversos dirigentes municipales se opusieron al nuevo límite al impuesto a la propiedad aprobado por el senado de Texas; sin embargo, los residentes de sus ciudades no podrán nunca reunir suficientes votos en favor de los impuestos, si y cuando surja la necesidad de nuevos ingresos (y surgirá, pero más sobre eso en un momento).

En última instancia, los residentes urbanos están obligados a apoyar al estado de vez en cuando. Cuando Uber y Lyft se dispusieron a enfrentarse a Austin por una reglamentación local, el servicio de viajes compartidos amenazó con patrocinar un esfuerzo legislativo para anticipar completamente la autoridad de las ciudades. Un 40% de la ciudad votó en apoyo a Uber y Lyft (y en contra de su propia autoridad legislativa). Al final, los residentes de Austin ganaron: después de que Uber y Lyft salieron de la ciudad, surgieron varias alternativas para satisfacer la necesidad, incluidas Get Me, original de Texas, y la local Ride Austin.

El senado de Texas ahora está analizando tres diferentes proyectos de ley para anticipar que las ciudades regulen localmente los servicios de viajes compartidos. La prelación no sólo despoja de autoridad a las ciudades liberales, sino que también frena la innovación. Aunque los habitantes de las ciudades pueden apoyar al estado en cuanto a ciertas cuestiones, el estado ha prometido no darles una oportunidad. Eso es obstrucción.

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Por qué las ciudades son salidas para el obstruccionismo republicano

Hay un argumento poderoso sobre las ciudades y cómo sirven como motores del poder progresista en la era de Trump. Dos escritores discutieron recientemente una versión de esto mismo en un par de editoriales muy comentados para The Washington Post y The New York Times .

Will Wilkinson, vicepresidente de política del libertario Niskanen Center (y amigo de este escritor), plantea en el Post por qué Trump es tan hostil hacia las ciudades. Trump se opone a ellas como "zonas radiactivas de guerra", escribió Wilkinson, porque las ciudades —con sus residentes inmigrantes, la pluralidad religiosa, la inclusividad para las personas transgénero y la diversidad racial— contrarrestan su tesis de que Estados Unidos no es un gran país. Para Trump y sus partidarios el hecho de tener razón en cuanto a que esas cosas son malas implica que los lugares donde se practican deben estar sufriendo. Wilkinson detalla dos de las teorías que definen nuestra sociedad económica y socialmente —la ‘Gran Clase’ y la ‘Gran Divergencia’— y cómo se influyeron en la elección de 2016. Llega a la conclusión de que, si el auge de las ciudades multiculturales como potencias económicas ahora está empujando una "carga inconveniente" sobre las envejecidas zonas rurales de Estados Unidos, entonces la respuesta es la sólida red de seguridad social favorecida por las ciudades, no el populismo económico apoyado en los condados.

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Ross Douthat, columnista del Times, escribió que Wilkinson no comprende bien las ciudades. Sí, las ciudades son grandiosas si eres joven y rico, pero también están segregadas, son difíciles para las familias de clase media, están “rígidamente zonificadas” y son una fuerza que "de hecho ha debilitado el liberalismo político al concentrar sus votos".

Es difícil concederle a Douthat ese último punto, que los liberales urbanos de alguna manera son responsables de sus propias manipulaciones, como mi colega Brentin Mock puede explicar en detalle. Pero tiene razón en muchos de los fracasos de las ciudades, desde la asequibilidad hasta la segregación racial. Su receta para resolver esos problemas es dividirlas, "de la forma en que los liberales tratan los monopolios empresariales".

Concretamente, Douthat sugiere gravar los motores que impulsan el crecimiento de las megalópolis con el fin de alejar el desarrollo de las costas e impulsarlo hacia el centro del país. Pero resulta que sus cuatro instituciones destino —universidades, organizaciones sin fines de lucro, medios de comunicación y el gobierno federal— son también los Cuatro Jinetes del Apocalipsis del catecismo conservador. Douthat no flota la noción de gravar tan fuertemente a los sectores financiero y de alta tecnología para que se vean forzados a desplazarse al centro del país. Como mi colega Adam Sneed explora más profundamente, las ciudades no funcionan como los monopolios empresariales: ‘dividirlas’ es la manera equivocada de pensar en la reforma. Es en el mejor de los casos una receta incompleta para la solución de los problemas ostensiblemente en la raíz de la disfunción urbana.

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Sin embargo, los republicanos a nivel estatal quieren ir tras las ciudades liberales. No para repartir sus riquezas, sino para impedirles desarrollar el negocio que, como explica Wilkinson, hace de Estados Unidos un gran país. Obstruir las ciudades les da a los republicanos a nivel estatal la misma ventaja que Trump explotó durante la campaña de 2016. Pero, como ha descubierto recientemente el congreso, con el control unitario de gobierno viene la responsabilidad de gobernar, eventualmente. Si Trump cumpliera su promesa de nacionalismo económico, sus seguidores estarían entre los que tienen más probabilidades de sufrir.

Por la misma razón, eliminar las oportunidades de empleo y expulsar los negocios de los estados perjudicará a las ciudades ( pregúntele a Carolina del Norte). Las comunidades urbanas y rurales no están enfrascadas en un juego de suma cero: cuando los estados evitan que las ciudades prosperen, sólo se están afectando a sí mismos. Para los republicanos, la obstrucción es aún una buena jugada para las votaciones, pero es una cada vez más mala para los negocios, además de ser un desastre para la gobernanza.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.

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