LOS ÁNGELES, California.- Los gritos no cesan en una modesta función de lucha libre que este sábado se realiza en una bodega de Los Ángeles, California. Le toca abrir cartelera a ‘Potro Romano’, el villano que se enfrenta a un rival con traje de tortuga ninja. Es la típica representación del bien contra el mal en este deporte-espectáculo que los migrantes, arriba y abajo del ring, trajeron a esta ciudad.
La vida detrás de la máscara: de luchar con las tortugas ninja a trabajar como mesero
De lunes a viernes 'Potro Romano' trabaja a cara descubierta en un restaurante en Los Ángeles donde prefiere que nadie sepa que los fines de semana es un rudo luchador enmascarado.

Groserías y frases homofóbicas reciben al peleador rudo, cuya máscara exhibe un penacho similar al del caso del mítico ejército romano, al mostrarse en este lugar al que no le caben más de 300 personas. Es el repudio que suelen recibir antihéroes como ‘Potro Romano’, quien no puede competir contra el carisma de un personaje que los niños -quienes integran buena parte del público- ven en la televisión.
Sólo hay una caída. Los espectadores disfrutan de piruetas, forcejeos, sometimientos y comedia, ese particular estilo de la lucha libre mexicana. “¡Páralo!”, pide la gente cuando el gladiador vestido de tortuga ninja finge quedar sobre un caparazón desinflado. “¡Se está haciendo concha!”, bromea alguien.
El personaje infantil cede por un azote que lo deja tendido sobre la lona. “Uno, dos, tres…”, cuenta el réferi. Gana ‘Potro Romano’, a quien ese fin de semana le esperan dos funciones más, una en el Valle de San Fernando y otra en la ciudad de Las Vegas.
El mesero
Pero la magia se le acabó el martes, al regresar al trabajo, a la pelea cotidiana de los migrantes. Tuvo suerte de regresar sin lesiones y con unos dólares en el bolsillo. Si bien promotores y peleadores prefieren no hablar sobre salarios, los llamados ‘luchadores locales’, comúnmente teloneros, apenas reciben un estipendio. Deben tener un empleo de tiempo completo para mantener a sus familias.
El hombre debajo de la máscara de ‘Potro Romano’ nació hace 40 años en la Ciudad de México y desde hace seis se gana la vida como ayudante de mesero en un restaurante en Irvine. Algunos de sus compañeros de trabajo conocen su oficio de fin de semana, pero él dice que prefiere no tocar el tema con ellos.
“Mi lucha como inmigrante ha sido difícil, siempre he tratado de salir adelante y buscar oportunidades”, dice este hombre que oculta su identidad por tradición y respeto al deporte que encontró por casualidad a la edad de 13 años en un gimnasio cerca de su casa, en la capital mexicana.
De lunes a viernes, a este chilango se le ve acarreando platos en el restaurante de comida persa Caspian, pero los fines de semana se convierte en un tipo despiadado que se llena de orgullo con los abucheos de la gente. Él dice que esa dualidad es la que disfrutan sus compañeros, al grado de exponer sus vidas. El año pasado, el peleador ‘Hijo del Perro Aguayo’ falleció en una función en la ciudad fronteriza de Tijuana.
“Cuando te pones una máscara te transformas y subes a dar el máximo. Bajas, te quitas la máscara y eres una persona más, con una familia, con un trabajo normal”, explica.
Para ‘Potro Salvaje’ este es un pasatiempo de alto riesgo. Se ha lastimado la columna vertebral y hace un año terminó con una profunda herida en la cabeza que lo alejó del cuadrilátero por tres meses.
“Un compañero salió en un tope (se le aventó desde lo más alto del ring) y a la hora que se estrelló contra mí yo reboté hasta la barda de contención que era de acero. Me pusieron 16 grapas”, contó.
El estudiante
La lucha libre es un espectáculo muy popular al otro lado de la frontera, donde miles de aficionados abarrotan las arenas México y Coliseo, ambas en la capital azteca. Pero en Los Ángeles ha ido en decremento. Actualmente sólo se exhibe en pequeños locales en barrios hispanos y la entrada general cuesta 20 dólares. Si se quiere estar en primera fila se pagan 10 dólares más.
El luchador ‘Misterioso’, un joven nacido en esta ciudad y quien estudia Administración de Empresas en Santa Mónica College, pensando en un retiro apropiado de los encordados, sueña con ver su nombre en la cartelera de la WWE, la empresa más grande de wrestling en el mundo.
“Este deporte no está valorado como debería”, comenta quien lleva cinco años en el mundo del pancracio. Él recorre ciudades de Estados Unidos y de la frontera de México. Su meta próxima es llegar a la Ciudad de México, donde se han forjado leyendas como ‘El Santo’ y ‘Blue Demon’.
‘Misterioso’, quien protege con celo su identidad, es uno de los estelares en las arenas angelinas. Es uno de los pocos gladiadores locales que no tiene otro oficio. Las ganancias de las luchas le ayudan a solventar sus estudios universitarios.
“Eres como un superhéroe, eres como Spider-Man. Cuando se pone la máscara ya no es Peter Parker. Y mucha gente le falta al respeto a Peter Parker, pero admira a Spider-Man”, explica.
La madre
Las funciones en esta metrópoli son una oportunidad para luchadores de Tijuana, como ‘Lady Lee’, una joven madre que lleva 13 años practicando este deporte a nivel profesional. Hace pocos días regresó a su casa con heridas resultado de una pelea en la que ganó la máscara de un luchador.
“Es sacrificio, sudor y sangre”, menciona la tijuanense contando la peor de sus lesiones que casi la deja postrada en una silla de ruedas, como su maestro en esta disciplina, ‘Rey Misterio’. “Salí en un tope, pero mi rival nunca me cachó. Caí y me lastimé la columna”, relató.
En la primera fila de la función de este sábado en el Este de Los Ángeles estaba una aficionada de esas que no se pierde una cita con la lucha, María Rivas. A esta duranguense le gusta estar lo más cerca posible del cuadrilátero aunque le caigan encima los gladiadores en los ‘lances suicidas’.
“Se me han caído los aretes y hasta un zapato perdí porque la gente corre cuando vienen volando los luchadores”, comenta la mujer soltando una carcajada. También le gusta soltar la lengua en las luchas. “Me quito el estrés gritando lo que se me viene a la cabeza, me callan pero no hago caso”.
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