En enero de 1991, Vicente Benavides Figueroa visitó por última vez a San Gabriel, su pequeño pueblo natal en el occidental estado de Jalisco, en México, al que había dejado en 1978 para ir en busca del 'sueño americano'. Diez meses después su vida cambiaría para siempre. El fallecimiento en Delano, California, de una pequeña de solo 21 meses que estaba a su cuidado se convirtió para él en una pesadilla que duraría 26 años. Benavides fue culpado de la muerte de la bebé y condenado a la pena capital.
El calvario de Vicente Benavides y las razones para su liberación después de 25 años en el corredor de la muerte
El jueves en la tarde abandonó la prisión de San Quintín, donde cumplía la pena que le fue impuesta en un juicio plagado de falsedades. La pequeña población de San Gabriel, en Jalisco, México, espera su regreso.
Una crónica reciente de Milenio Diario, periódico mexicano, cuenta que Benavides visitó San Gabriel para asistir al bautizo de su sobrina y ahijada María Concepción, y que esa fue “la última vez que la familia pudo tomar una fotografía en la que saliera a cuadro”, en el Templo del Señor de la Misericordia de Amula. Días después regresó a Estados Unidos y no volvieron a verlo. Esta semana, sin embargo, la vida de Benavides ha dado un nuevo giro, y los parientes que aún viven –su padre murió en el año 2000 y su madre tres años después– recibieron la noticia de que muy pronto podrían volver a verlo.
El lunes 12 de marzo de este año, la Suprema Corte de California anuló la sentencia de muerte que le había sido impuesta el 11 de junio de 1993. Y el martes 17 de abril la fiscal de distrito del condado de Kern –donde está ubicada la ciudad de Delano– decidió que no volvería a enjuiciar a Benavides, de 68 años. Según la fiscal “no hay teoría bajo la cual se pueda procesar un caso de homicidio en primer grado", y enjuiciar de nuevo al señor Benavides bajo un cargo por homicidio en segundo grado sería extremadamente difícil, sino imposible". Por eso decidió dejarlo en libertad, una vez saliera de la prisión de San Quintín, lo que ocurrió el pasado jueves.

El día de la maldición
Según las fuentes de Milenio, Benavides decidió emprender el camino al norte cansado de las penurias que vivía en su natal San Gabriel, donde no había muchas oportunidades para un hombre como él, de 29 años. Partió con algunos amigos y después de trabajar varios años en diferentes oficios logró legalizar su situación migratoria y conoció a Estella Medina, estadounidense de nacimiento, con quien inició una relación que en pocos años terminaría en tragedia.
Estella trabajaba como enfermera en el Delano Regional Medical Center y con frecuencia dejaba a sus dos hijas, de 9 años y 21 meses, al cuidado de Benavides. El 17 de noviembre de 1991 salió de su apartamento a las seis y media de la tarde y dejó a sus hijas viendo televisión, mientras Benavides preparaba unos huevos en la cocina. No mucho tiempo después recibió una llamada de Christina, la mayor, diciendo que Consuelo, su hermanita, estaba muy enferma y necesitaban que regresara.
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Cuando Estella llegó decidieron que había que llevarla al hospital y comenzó un periplo que duraría una semana. Primero la llevaron al centro donde trabajaba Estella, después al Kern County Medical Center en Bakersfiel, la mayor ciudad del condado, y por último al UCLA Medical Center, donde fue sometida a una cirugía. Finalmente murió el 25 de noviembre, como consecuencia de lo que los médicos diagnosticaron como graves heridas internas. Muchos doctores la vieron esa semana, y su testimonio sería clave para tratar de determinar qué fue lo que pasó.
La versión de Christina
Según Christina, cuando su madre salió para el trabajo ella pidió permiso para ir a jugar con una amiga de nombre Maribel, que vivía en una apartamento vecino. Benavides le dio el permiso y le dijo que volviera en 30 minutos. Cuando salió, según dijo, Consuelo estaba coloreando en la mesa de la cocina y Benavides estaba preparando sus huevos. Al salir cerró la puerta, porque hacía frío afuera, y Consuelo, que no podía abrir la puerta, quedó dentro del apartamento.
No habían pasado más de 15 minutos, según Christina, cuando Benavides, muy nervioso, la llamó y le pidió que regresara. Christina volvió rápido y encontró a Benavides en el cuarto de Estella, sosteniendo a Consuelo, que tenía la misma ropa con la que la dejó minutos antes. Consuelo tenía un hematoma en la frente y sangre debajo de la nariz, y Benavides le estaba poniendo un poco de alcohol.
La versión de Benavides
Según Benavides, estaba en la cocina preparando comida para los tres cuando Christina le pidió permiso para ir a visitar a su amiga y le dijo que solo se iría por unos 15 minutos. Consuelo la siguió, pero Christina no quería que fuera con ella. Benavides le pidió que la llevara, pero Christina se negó y salió apresuradamente. Él, mientras tanto, había regresado a la cocina y no supo muy bien lo que pasó.
Al no escuchar a Consuelo regresó a la sala y vio medio abierta la puerta principal; la terminó de abrir y vio a Consuelo tirada en un área cubierta de yerba junto al garaje. Estaba boca arriba, vomitando y con sangre en la nariz y en la boca. La recogió y la llevó a la habitación de Estella, y fue a buscar a Cristina. Cuando esta llegó, llamaron a Estella y salieron para el Delano Regional Medical Center.
Lo que dijo la autopsia
Después de todos los intentos por salvarle la vida que hicieron en los distintos centros hospitalarios, Consuelo falleció el 25 de noviembre. James Dibdin, el patólogo forense, encargado de la autopsia, dijo que Consuelo había muerto como resultado de una lesión penetrante en el ano que causó lesiones en múltiples órganos internos. Dijo también que había encontrado hematomas en ambos lados del tórax y cinco costillas rotas, consistentes con una presión fuerte por detrás del pecho. Y una inflamación del cerebro consistente con una fuerte sacudida del cuerpo. En resumen: la niña había muerto por una violación.
Después de todos los intentos por salvarle la vida que hicieron en los distintos centros hospitalarios, Consuelo falleció el 25 de noviembre.
Las conclusiones de Dibdin fueron avaladas por Jess Diamond, un pediatra especializado en abuso infantil que trabajaba en el Kern Medical Center. Más tarde, el fiscal encargado del juicio, Robert Carbone, utilizaría el testimonio de estos dos profesionales como una de las pruebas más relevantes en contra de Vicente Benavides. Pero no fueron los únicos testimonios. A ellos se sumaron los de otros médicos que trataron a Consuelo en los días de su agonía, como el de Rick Harrison, el médico encargado del cuidado de Consuelo en el UCLA Medical Center, y el de Leonardo Alonso, el médico residente que la trató en el Kern Medical Center.
La versión de la defensa
Con base en las evidencias recogidas, el 19 de diciembre –un mes después de los hechos– la Fiscalía de Distrito del Condado de Kern presentó su pliego de cargos en contra de Benavides. En total, la acusación recogía seis ofensas: Asesinato, violación, conducta lujuriosa y lasciva con un menor, sodomía, violencia agravada y puesta en riesgo de la vida de un menor (cargo fue eliminado luego). Benavides se declaró no culpable y negó todos los cargos.
La preparación del juicio duró un año y medio. Solo a comienzos de abril de 1993 se abrieron los alegatos, en los que la fiscalía mantuvo su posición y la defensa sostuvo –y presentó el testimonio de dos expertos– que las heridas de Consuelo eran consistentes con una caída, con un golpe producido por un automóvil o con los efectos de la gran cantidad de procedimientos médicos que se le hicieron a la niña en los centros hospitalarios en los que fue atendida. Y, sobre todo, que eran totalmente inconsistentes con una penetración anal o vaginal.
Los jurados y la pena de muerte
Los argumentos de la defensa no convencieron al jurado, que el 19 de abril encontró a Benavides culpable de cuatro de los cargos que se le habían formulado: asesinato, violación, sodomía y conducta lasciva. Suficientes para condenar a muerte al acusado. Pero eso requiere una nueva etapa en el juicio, en el que todos los jurados se tienen que poner de acuerdo en recomendar la pena capital. Y uno de ellos, de nombre Gordon Jones –según se supo luego– no estaba convencido.
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Después de la primera discusión, once de los jurados se inclinaron por la pena de muerte. Jones dudó. Entonces el presidente del jurado pidió que les dejaran ver de nuevo unas fotografías de la niña que mostraban señales de abuso sexual. “Le pidió al juez que hiciera que el alguacil enviara nuevamente las fotos de la niña –dijo Jones hace pocos días a Olivia LaVoice del canal 17 de Bakersfield, en un extenso reportaje sobre las irregularidades del juicio–. Y las circularon. Luego dijo: 'si eso no es causal de la pena de muerte, ¿qué lo es?’”. Entonces el voto se volvió unánime.
Las apelaciones
Por lo general, las personas condenadas a la pena de muerte tardan mucho tiempo en ser ejecutadas. Y una de las razones es la cantidad de apelaciones –una de ellas automática– y los recursos que interpone la defensa para tratar de anular los juicios. No siempre es fácil, pero en los últimos años han surgido una serie de organizaciones dedicadas a velar por los derechos de los condenados a muerte. Una de ellas es el Habeas Corpus Resource Center, con sede en San Francisco, que después de analizar el caso de Benavides decidió asumir la defensa de su caso.
En su solicitud de Habeas Corpus, presentada inicialmente en el año 2008, la organización describió 25 razones por las cuales el juicio estaba viciado, incluyendo el hecho de que a Benavides no se le habían respetado sus derechos consulares. (De hecho, Benavides hace parte del grupo de reos condenados a la pena capital cobijados por el Caso Avena, que llevó a la Corte Internacional de Justicia a condenar a Estados Unidos, en 2003, y a exigirle revisar los juicios de 54 mexicanos en el corredor de la muerte, cosa que nunca hizo este país, alegando entre otras que la pena de muerte es privativa de los estados).
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Pero el argumento más fuerte tenía que ver con los testimonios de los expertos que presentó la fiscalía en el juicio y que la organización consideraba falsos. Comenzando por el de James Dibdin, el encargado de realizar la autopsia, a quien describieron como un profesional incompetente, y por Jess Diamond, el pediatra especializado del Kern Medical Center que avaló el informe de Dibdin. Este último, según ellos, declaró durante el juicio que Consuelo fue sodomizada, sin tener los elementos probatorios para asegurarlo.
La retractación de Diamond
Los duros cuestionamientos que se le hicieron llevaron a Diamond a reconsiderar el caso y estudiar a profundidad los elementos probatorios presentados en el juicio. Y para sorpresa de todos cambió completamente su versión. “Después de revisar los récords médicos y las fotografías que me debieron ser suministradas en 1993, estoy convencido de que este caso representa un tremendo fallo del sistema de justicia criminal. El jurado en este caso basó su decisión de sentenciar al señor Benavides a la pena de muerte en información médica sustancial y significativamente errónea”, dijo en un comunicado emitido en el año 2012.
Diamond, quien dijo estar “muy preocupado por este caso”, aseguró que el autor de la autopsia, James Dibdin, se equivocó por completo. Y que estaba tan perturbado con las nuevas evidencias que las envió a la doctora Astrid Heger, una de las mayores autoridades del país en abuso infantil. Heger llegó a la misma conclusión que Diamond: Consuelo nunca fue asaltada sexualmente y la condena de Benavides se basó en una información incorrecta. La conclusión de la autopsia de que la niña había sido abusada sexualmente “era tan improbable, que le parecía absurda”.
Para justificarse, Diamond dijo que “esta tragedia no se habría presentado si yo, y los otros médicos que testificaron en el juicio, hubieran tenido conocimiento de la historia médica de Consuelo –escribió–. Bajo estas circunstancias, no creo que el señor Benavides recibiera un juicio justo, y ofrezco esta declaración con la esperanza de que los actuales procedimientos legales corrijan esta injusticia”.
La decisión de la Suprema Corte de California
De ahí en adelante todo fue cuestión de tiempo. Uno tras otro, la mayoría de los médicos que atendieron a Consuelo en su agonía y que testificaron en contra de Benavides fueron aclarando su posición. Para varios de ellos, las heridas que atribuyeron en su momento a un asalto sexual se habían producido en los procedimientos utilizados en los esfuerzos por salvar la vida de la niña. Dichos testimonios fueron incorporados en el documento final con el que la Suprema Corte de California decidió anular la sentencia contra Benavides.
Solo faltaba esperar que la fiscal de distrito del Condado de Kern decidiera si pediría un nuevo juicio para Benavides o lo dejaría libre. La decisión se conoció el 17 de abril. El 19 en las horas de la tarde Vicente Benavides abandonó la prisión de San Quintín, donde vivió en confinamiento solitario el último cuarto de siglo. Y en San Gabriel lo están esperando para celebrar su libertad. No se sabe si lo recibirán como un héroe, como hicieron en abril de 1997 con Ricardo Aldape Guerra, el primer mexicano en abandonar el corredor de la muerte. Son otros tiempos, y como no hubo un segundo juicio no hay una declaración de inocencia. Pero lo que si podrá Benavides será tomarse una foto en el marco de la plaza, con el Señor de la Misericordia de fondo, y brindando, a sus 68 años, por una nueva vida.

















