Desde que soy mamá me cuesta mucho separarme de mi niño, pero el peor momento sin duda alguna lo pasé cuando hubo que operarlo.
La operación de mi bebé


Antes de que naciera, gracias a una ecografía, sabíamos que tenía hidrocele bilateral, al parecer un mal bastante común pero solucionable. Había que esperar un tiempo para ver si el cuerpo reabsorbía ese líquid; de no ser así, había que operarlo.
Unos meses después de que cumplió su primer añito el cirujano pediátrico nos comunicó que, teniendo en cuenta que no se habían producido cambios y corría riesgo de tener una hernia, había que operarlo. No era lo que quería escuchar, pero estaba entre las posibilidades.
Desde que el médico nos dijo que había que operarlo al día que me llamaron para coordinar la operación pasaron unos meses, meses en los que el miedo de la operación me perseguía como una sombra. Cuando finalmente nos llamaron el miedo se hizo más real, y cuando me di cuenta de que del día que me llamaron a la fecha en cuestión faltaba menos de una semana casi colapso.
Él ni cuenta se daba, dicen que cuanto más chiquitos los operan es mejor, pero bueno, para una mamá primeriza es ¡TERRIBLE!
La operación era en la mañana, pero la noche antes ya lo internaron para controlarlo, yo me quedé con él. La noche más larga y terrible que me ha tocado vivir. Era tanto el malestar que tenía que me dieron vómitos de los nervios y para sentirme mejor, y más cerquita de mi niño terminé durmiendo con él en un sofá cama. "Dormir" es un decir... mirando cómo dormía sería más acertado.
Bien temprano en la mañana me pidieron que lo bañara y preparara para la operación, después salimos con él casi desnudo y todo tapadito al block quirúrgico donde nos esperaba el cirujano.
Luego de hablar y jugar un rato con los enfermeros llegó el momento de la despedida... Puff! Otro momento terrible, él se fue feliz jugando y nosotros ahí parados pestañando y aguantando un nudo en la garganta.

Luego de la hora más larga de mi vida salió el médico y nos informó que la operación había salido bien. Un ratito después, cuando ya estaba despierto -cabe destacar que era una anestesia general- salió mi bebé en brazos de un enfermero, o médico, no me acuerdo, sé que era un hombre gigante, lo cual hacía que Lisandro pareciera aún más chiquitito.
Nunca pregunté cómo era el post operatorio, no me imaginé cómo sería... La verdad es que pregunté por la operacion que era lo que más me preocupaba, pero tendría que haber preguntado... Llanto, mucho llanto, así fue, concretamente una hora de llanto desconsolado, a tal punto que yo me puse a llorar con él.
Al rato de que estaba gritando y llorando vino una enfermera, y luego una pediatra, que nos explicó que la anestesia general los deja desorientados y angustiados, pero es un rato; después se calman y generalmente duermen un ratito.
Después de que durmió y comenzó lentamente a poder comer algo, volvió a ser mi bebé, estaba cansado, pero feliz, nosotros aún más, y lo mejor de todo es que no lloraba al ver a los médicos. Me acuerdo que cuando nos dieron el alta se fue saludando a los enfermeros.
Estuvo unos días un poco más sensible que de costumbre, le angustiaban cosas muy raras, como una música, un dibujito, y se ponía a llorar desconsladamente, solito, no quería que lo tocaran, después se le pasaba. Por suerte, esa angustia le duró un tiempito nada más, después volvió a ser el mismo niño feliz de siempre y sin los peligros que implicaba no operarlo.









