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Ella enfrentó el cáncer de mama en el embarazo y revela su lucha para salvar su vida y la de su hija

Publicado 5 Dic 2018 – 09:08 AM EST | Actualizado 5 Dic 2018 – 09:08 AM EST
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El día después de su baby shower, Ana Raquel Merighi se encontró con uno de los momentos más difíciles de su gestación: embarazada de su primera hija, vivía el temido efecto de la caída brusca del cabello, causado por su primera sesión de quimioterapia. «El piso del baño estaba tapado de pelo y quedé en shock al mirarme en el espejo, porque no me sentía mal ni débil. Cuando me vi de esa manera, me sentí verdaderamente enferma».

La periodista brasileña, que hoy tiene 36 años, fue diagnosticada con cáncer de mama apenas tres semanas después de descubrir su embarazo y enfrentaba las etapas iniciales del tratamiento.

La noticia tomó por sorpresa a la futura mamá, que apenas tuvo tiempo de disfrutar el desarrollo de su bebé. Hasta el séptimo mes de embarazo, pasó por un período que incluyó los miedos de una enfermedad grave, la incertidumbre por el futuro de su hija y una cirugía radical que removió una de sus mamas.

Fue con la ayuda de los médicos y muchos «ángeles» que se cruzaron en su camino que ella encaró el tratamiento de la enfermedad e hizo de todo para traer a su pequeña Cecilia saludable al mundo. Esta es su historia.

El descubrimiento del cáncer de mama en el embarazo

Mi marido y yo siempre quisimos ser padres, pero nunca supe si podía quedar embarazada, porque tuve un linfoma de Hodgkin (tipo de cáncer que se origina en los ganglios del sistema linfático) en la adolescencia. Tuve que pasar por radioterapia como parte del tratamiento.

En 2014 mi marido se fue a vivir a Australia por trabajo. En ese tiempo, empecé a pensar mucho en la posibilidad de convertirme en madre. Cuando fui a visitarlo, dejamos de cuidarnos para ver qué pasaba, porque yo pensé que podía demorar para nosotros. Pero no demoró y, en dos meses, descubrí que estaba embarazada.

Todos los años me hago una mamografía de control por el linfoma que tuve, y nunca había aparecido nada. Ese año acabé por no hacerme el examen porque coincidió con mi viaje.

Cuando volví al consultorio para empezar el control del embarazo, la médica solicitó un ultrasonido de mama. No podía hacerme una mamografía porque la radiación era perjudicial para el bebé.

Era un día muy caluroso. La médica que realizó el examen me hizo algunas consultas y me preguntó cuándo volvería a ver a mi ginecóloga. Le respondí que demoraría 15 días y me pidió que la esperara en la recepción con el resultado del examen.

Le pregunté qué estaba pasando y ella me dijo que vio una imagen que no le gustó y que no podía esperar esos 15 días. En ese momento, no sabía qué hacer y empecé a sentirme mal.

Llamé a mi ginecóloga. El consultorio estaba muy cerca del laboratorio y, por suerte, ella estaba ahí. Abrió el examen en la sala de espera y me explicó que podría ser algo serio. Ahí yo ya entré en pánico, empecé a llorar. En ese momento, ella llamó a un amigo mastólogo que logró hacerme un lugar en la agenda ese mismo día. Fui directo para ahí.

La consulta se atrasó casi una hora y mi desesperación solo iba en aumento. Cuando me llamaron, él me examinó y dijo que no había sentido nada. Entonces dijo: «Quiero que sepas que tienes mucha suerte». Yo respondí: «¿Cómo que suerte? Sospechan que tengo algo serio y estoy embarazada. ¡Es la segunda vez que estoy pasando por esto!».

Él me explicó: «La lesión que tienes es muy pequeña, tiene poco menos de un centímetro. El ultrasonido no es el mejor examen para identificar ese tipo de cosa. Entonces, si la médica hubiese estornudado cuando pasó por ese lugar, no la habría visto. Además, tu ginecóloga no tenía por qué pedir ese examen ahora, no forma parte del prenatal. Si hubieses pasado todo el embarazo sin saberlo, ese tumor podría haberse vuelto enorme y podrías tener otras partes del cuerpo comprometidas. Cuando te digo que tienes suerte, créelo. ¡La tienes!». Eso me marcó mucho.

Le pedí que no me mintiera. Necesitaba que fuera lo más honesto posible conmigo, porque quería prepararme emocionalmente para lo que pudiera venir.

Salí de ahí devastada. Ya sabía que era algo grave. Cuando estuve afuera del consultorio, me desahogué, tuve un ataque de llanto. Entré en el auto y no sabía si lloraba, si gritaba o si golpeaba algo. Sentía mucha rabia. No podía ser verdad. Justo en el momento en que me desahogué, se desató un temporal afuera.

Mastectomía

Fui a hacerme la biopsia tres días después y tuve que hacerme una mamografía, usando un delantal de plomo para proteger al bebé. Fue horrible, porque mis pechos estaban supersensibles por el embarazo y yo lloraba de dolor.

Entre un examen y otro, estuve en la sala de espera con otras tres mujeres embarazadas. Yo las miraba y sentía tanta rabia, porque esas mujeres estaban ahí para controlar el desarrollo del bebé y yo solo quería eso para mí. No quería estar ahí por otro motivo. En ese momento, le pedí a Dios que no me dejase convertirme en una persona amargada.

Mientras esperaba el resultado de la biopsia, el médico vio la mamografía y ya me dio el diagnóstico de que tenía 99 % de posibilidades de tener cáncer de mama. Fui con mi marido a casa y él no me reconocía. Yo no decía nada.

El resultado final salió muy rápido con la confirmación del cáncer, y el médico explicó que la única opción, porque estaba embarazada y ya había pasado por radioterapia antes, sería hacerme una mastectomía radical, es decir, retirar toda la mama.

En el momento, le pregunté si no podía ya remover las dos mamas, aunque no tuviese nada en la otra. Si bien era posible y hasta recomendable en mi caso, él dijo que la cirugía sería arriesgada para el bebé.

Recién en ese momento le conté la noticia a mi madre. Pero no se lo dije yo, porque no podía hacerlo. Ni siquiera sé cómo fue porque mis hermanas nunca me contaron. De a poco, se fueron enterando en mi familia, porque no les conté a todos. Era muy difícil para mí. En esa época, empecé a hacer terapia para que me ayudara en todo ese proceso.

Cirugía en el embarazo

El día de la cirugía, cuando estaba esperando en el cuarto, dos médicas de guardia empezaron a decir un montón de cosas que me desestabilizaron. Empecé a llorar y dije que solo quería que mi marido estuviera en el cuarto conmigo. Él me tranquilizó y se quedó a mi lado.

Una enfermera que también estaba ahí vio que lloraba asustada y vino hacia mí. Me tomó de la mano y dijo: «Tú ya eres madre, escucha tu corazón de madre, estoy segura de que vas a tomar la mejor decisión». Eso me calmó mucho.

Más tarde, mi médico llegó y me pidió perdón por lo que había ocurrido. Una de las médicas, después, me pidió disculpas y dijo que su función era alertar sobre los riesgos de un procedimiento como ese. Pedí que hiciera lo mejor que pudiera por mí y ella aseguró que cuidaría de mí y de mi bebé. Seguimos con la cirugía y todo salió bien.

Pasé solo una noche en el hospital, y al día siguiente ya me dieron el alta para no correr riesgo de una infección hospitalaria. Salí y fui directo a hacerme un ultrasonido para ver cómo estaba el bebé. Fue un momento de tanta aprensión, porque el bebé todavía era muy pequeño y yo no sabía qué estaba ocurriendo ahí adentro. Cuando el médico nos hizo oír su corazoncito latiendo, vi a mi marido respirando aliviado y soltando esa angustia que estaba aguantando.

La ausencia de la mama

Después de la cirugía, yo no quería hablar con nadie. El proceso de luto comenzó desde el descubrimiento, pero, después de la cirugía, sentí que necesitaba vivir ese período. No podía negar todo el dolor, todo el sufrimiento que estaba sintiendo. Después de que vi que la bebé estaba bien, me permití vivir ese período de reclusión, de recogimiento.

Días después de la cirugía, todavía no había visto cómo estaba mi cuerpo. Estuve unos 15 días con el drenaje. Miraba eso y me daban ganas de vomitar.

El día que me saqué los vendajes, pasé frente al espejo y me vi sin la mama. Fue ahí que dejé de pensar en el embarazo, en la bebé, en mi madre, y pensé en mí. Fue cuando me vi como una mujer que había sufrido una mastectomía, que ya no tenía el pecho. Fue cuando me di cuenta.

No podía dejar de mirar. Sentí repulsión cuando lo vi, pero no podía parar de mirar el espejo. Mi marido me llamó, me dijo que dejara de mirarme, que estaba sufriendo y que después volvería a verse lindo.

Solo lo miré a la cara y le dije: «No estás entendiendo, tengo que mirar. Tengo que digerir, tengo que aceptarme. Mientras no acepte que esta es mi condición en este momento, no va a funcionar». Creo que estuve unos 20 minutos parada en frente del espejo hasta que me cayó la ficha.

Quimioterapia

Con el pasar del tiempo, las cosas fueron mejorando. Respirábamos aliviados al ver que todo había salido bien, porque la primera parte ya estaba atrás: pasó la cirugía, yo estaba bien, la bebé estaba bien. Pero hay tantos «peros» en el camino que tienes que ir un paso a la vez.

Después de que salió el resultado de la biopsia, un oncólogo me dijo que yo estaba justo en el límite entre hacer o no quimioterapia. Consulté a un segundo especialista y él me recomendó el tratamiento. Tenía seis meses de embarazo cuando empecé.

El médico me explicó por ese entonces que la quimioterapia en casos de cáncer de mama debe comenzar hasta, como máximo, tres meses después de la cirugía para tener éxito. De nuevo me golpeó la inseguridad sobre los riesgos para mi bebé. Él me tranquilizó diciendo que era seguro, pero tenía que ser en ese momento.

Mi marido y yo investigamos mucho otra vez para saber todos los riesgos y las posibilidades. Nos encontramos con muchas historias de mujeres que también habían pasado por eso, es más común de lo que imaginamos.

Agendé la primera sesión y el médico me dijo que me preparara: mi pelo podía empezar a caerse unos 17 días después. Me dijo: «Puedo ayudarte con todo: con las náuseas, con la baja de la inmunidad, pero con el pelo realmente no hay nada que hacer». Estaba aprensiva, pensé que iba a pasar muy mal, pero no tuve nada.

Un baby shower diferente

Me acuerdo de decirle a mi marido que, si se me iba a caer el pelo, teníamos que organizar nuestro baby shower rápido, porque no quería estar sin pelo en la fiesta. No iba a estar con tanta panza como me gustaría para las fotos, pero decidí hacerlo de todos modos.

Pasó la primera semana después de la quimio y no se me había caído ni un pelo. En la segunda, nada. Entonces, en la semana de mi baby shower, un día fui a bañarme, pasé la mano por mi cabeza y cayó un mechón. No quería creerlo. Me desesperé.

Hablé con mi peluquera y ella se hizo un lugar para atenderme. Me dejó el pelo corto para disimular, quedó genial y me sentí un poquito mejor.

El día de mi baby shower, recuerdo que me desperté y fui a peinarme. El problema es que los cabellos que se van cayendo se enredan, se transforma en una maraña. Ahí intentas desenredarlo, pero, cuanto más lo intentas, más cabello cae. Cuando miré el espejo, tenía un «agujero» en medio de la cabeza. Por suerte, la fiesta era temática, de fiesta junina (festividad tradicional brasileña), y me puse un sombrerito para cubrir el espacio vacío. Cuando llegué a casa, me saqué el sombrero y con él un montón de cabello. Hasta empecé a reír de los nervios.

Al día siguiente, fui a ducharme y el pelo se me cayó de la cabeza. El piso del baño quedó tapado y yo quedé en shock al mirarme en el espejo, porque no me sentía enferma. Y cuando me vi de esa manera, me vi enferma. Me puse muy mal.

Apoyo familiar en el tratamiento

Pedí hora de nuevo con mi peluquera. Cuando fui al salón, mis tres hermanas y una prima, que es maquilladora, estaban ahí. Fue una sorpresa para mí. Les pregunté qué estaban haciendo ahí, y ellas me dijeron que no me iban a dejar pasar por eso sola.

La peluquera me rapó, mi prima me hizo un lindo maquillaje, y ya no me sentí con cara de enferma. Al día siguiente tenía mi segunda sesión de quimio y ellas querían que me sintiese bien.

En ese momento, mi hermana mayor dijo: «Bueno, está todo muy lindo, pero ahora me toca a mí». Yo le dije que no necesitaba raparse, pero ella me dijo que me amaba y que no iba a dejarme pasar sola por eso. Fue una de las declaraciones de amor más nobles que recibí en mi vida.

El cáncer es una enfermedad muy ingrata en varios aspectos. En el caso de la mujer, afecta demasiado nuestra feminidad. Yo ya estaba sentida por el tema de la mama, y ahora de nuevo al verme sin cabello. Por más que vuelva a crecer, no es fácil. Pero ver a mi hermana desapegarse de esa vanidad, dejar ir eso por mí, por amor, fue algo inexplicable. Esa noche salí a cenar con mi marido y, al día siguiente de mañana, ni me lavé la cara para tener el maquillaje intacto durante la quimio.

Sesión de fotos de embarazada sin pelo

Hice tres sesiones de quimioterapia y no tuve ninguna sensación muy desagradable, solo mucho cansancio. Cuando terminé, solo pude disfrutar mi embarazo por un tiempo. Fue una fase muy linda porque ese período de incertidumbre, de miedo, había quedado atrás. Entonces, los últimos dos meses realmente disfruté mi embarazo.

Siempre quise hacer una sesión de fotos embarazada, pero desistí de la idea porque no quería estar sin pelo en las fotos. Pero con el tiempo las cosas van cambiando. Me detuve y pensé: «Esto no está bien. No es justo para Cecilia. Ella merece saber que fue amada, fue deseada, que mi amor por ella durante el embarazo fue incondicional. Mi mayor preocupación siempre fue ella. Mi mayor fuerza siempre vino de ella. Tengo que dejar de lado mi vanidad y mi orgullo por ella».

Yo siempre usaba peluca cuando salía de casa. Pero la Raquel de peluca no era Raquel, no era la madre de Cecilia. Raquel era esa persona calva. Yo tenía que aceptarme de esa forma, para que mi hija supiera que me acepté así por ella. Ahí decidí hacer la sesión de fotos calva.

Cuando me miré en el espejo ese día, me sentí linda. Estaba tan sublime, transpiraba tanta felicidad que me encontré maravillosa. Fue en ese momento que me acepté, acepté que estaba calva, que estaba en tratamiento, pero eso iba a pasar. Eso no importaba. Lo más importante estaba creciendo en mi panza. Fue un momento en el que me sentí muy amada, fue todo perfecto.

El nacimiento

Cecilia nació de 36 semanas a través de una cesárea, un miércoles 26 de agosto, a las 9.02. Llegó un poco antes, pero sabíamos que eso podía ocurrir por la quimioterapia. Siempre le tuve miedo al parto, pero ese día estaba tranquila.

Cecilia llegó y fue una mezcla de alegría, victoria, alivio, agradecimiento. Llegó con todo, llorando, sin ningún problema, toda perfectita.

Dos meses después del nacimiento volví al oncólogo para retomar el tratamiento. Además del seguimiento que hago cada tres meses, tomo dos medicamentos que debo ingerir por cinco años (ya pasaron tres).

Cuando ella tenía un año y un mes, pasé por una cirugía para cambiar la prótesis expansora por la prótesis definitiva de la mama izquierda, y aproveché para hacer la mastectomía de la mama derecha.

Yo vivía preguntándome por qué el cáncer tenía que aparecer justo en ese momento, junto con la bebé. Mi esposo me dijo un día: «No sigas preguntándote eso. Tal vez, si hubiese llegado antes, nunca habrías podido tener ese hijo. Esa bebé es la mayor fuerza que necesitas en este momento». Y él tenía razón, era por ella que yo seguía adelante, que yo enfrentaba todo. Para que ella tuviera el derecho de tener una madre que la cuidase. Nunca pasó por mi cabeza interrumpir el embarazo. A veces, miro para atrás y pienso: «¿Todo eso me pasó a mí?».

No te vayas a ir sin leer...

Original Author: Adriana Douglas Original Author URL: https://www.vix.com/pt/users/adriana-douglas
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